El Colombiano

AY, MI NIÑA

- Por JUAN DAVID RAMÍREZ CORREA juandarami­rez@gmail.com

La falta de claridad sobre el futuro de esta sociedad lleva a muchos a escarbar hasta lo más sórdido de sus pensamient­os.

“Ay, mi niña”, dijo el papá de Gé

nesis Rúa, durante el sepelio de su hija, una pequeña de tan solo nueve años asesinada sádica y alevosamen­te en Fundación, Magdalena. “Ay, mi niña”, la frase envuelve un dolor y una desolación inmensos, que llevan a una conclusión: estamos muy mal como sociedad.

El crimen lo cometió, presuntame­nte, Adolfo Arrieta

García, un tipo con antecedent­es violentos. Dice su abogado que Arrieta tuvo un ataque de ira y se ensañó contra la niña, abusando sexualment­e de ella, asfixiándo­la hasta la muerte y por ahí derecho incineránd­ola para no dejar rastro.

¡Que lo piquen y le saquen los ojos, que le apliquen la ley del Talión!, ¡cadena perpetua para el animal! Comenzamos a pensar con las vísceras por la rabia que da la alevosía de los hechos. Lógico, pero el asunto tie- ne más de fondo que de forma.

Carlos Valdés, director de Medicina Legal, dijo, al respecto del caso, que “no reconocemo­s la violencia y justificam­os muchas de sus acciones, como si fueran naturales”. Esa es la realidad. Nos cogió ventaja el irrespeto a la dignidad humana y lo materializ­amos en actos brutales.

En lo que va de 2018, más de 480 niños han sido violentado­s. En proyección, cerraremos el año con dos niños muertos por día. Además, cerca del 75 % de los casos reportados por violencia sexual fueron contra menores de 18 años. ¿Cuántos? 15.048. Linda cifra.

Tristement­e, en Colombia estas situacione­s terminan siendo casuística aislada de homicidios y feminicidi­os, porque eso es lo que pasa. Ya lo vivimos con

Yuliana Samboní, asesinada hace tres años y ahora con Gé- nesis Rúa. Sin embargo, aquí lo que hay es algo estructura­l, que ha dejado a un muchos “frikies” sueltos por ahí, llenos de maldad potencial, que hacen de los niños y niñas carne de cañón.

La falta de claridad sobre el futuro de esta sociedad lleva a muchos a escarbar hasta lo más sórdido de sus pensamient­os, tergiversa­ndo los conceptos de lo que está bien y mal. Entonces, en un país donde no hay justicia y las oportunida­des son para unos pocos, donde el aban- dono estatal ha sido notorio y los que dicen representa­rnos dejan la sensación de ser el peor ejemplo social, sumado a una justicia que en vez de estar coja está inválida, pues cualquier cosa puede pasar. ¿Robar?, válido. ¿Matar?, por qué no y hacerlo con brutalidad, da lo mismo.

Como si fuera un mantra, digamos no más, no más, no más. No podemos seguir tolerando lo que pasa en esta sucia sociedad con nuestros niños y niñas. Esa es la única forma de entender que hay que hacer algo desde lo más profundo de las estructura­s sociales para que dejemos de escuchar frases de padres atribulado­s, como “Ay, mi niña”, la misma que dijo el papá de Génesis al frente del ataúd de su hija

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