LEER ES VIVIR EL DOBLE
Recuerdo que su infancia la vivió en los pasillos de una biblioteca; de ahí su gusto desmedido por la literatura. También recuerdo de él, que una vez, cada semana, aparecía detrás de la puerta del salón, y traía consigo dos o tres libros y una botella de agua. No imponía lecturas, solo nos pedía que visitáramos las bibliotecas y que leyéramos algo. Ese tipo de educación es la que hace enamorar a los niños del conocimiento. Su nombre es John Dayron
Cárdenas, un maestro de voz suave y de enseñanzas de letras. Alguna tarde llevó un capítulo del libro No nacimos pa’ se
milla, de Alonso Salazar; lo leyó, mientras todos, niños de trece y catorce años, estábamos cautivados por la historia de un jo- vencito que había incursionado en el mundo de la delincuencia urbana; de ahí recuerdo que proviene mi pasión por narrar en el periodismo. En ese tiempo apenas tenía trece años, no entendía bien cómo se podían detener para siempre los momentos de una ciudad tan violenta como Medellín en un pequeño libro. Era magia pura para mi curiosidad.
Como no me la iba bien con las matemáticas, hoy traigo de mi memoria a la llamada hora de lectura –como aparecía en el horario–, una de las asignaturas del colegio que me hacían ser uno de los más felices de la clase. John Dayron, mientras todos leíamos, pasaba por cada uno de los pupitres. “Buen libro”, les decía a varios, “es un buen autor”, complementaba… Era, a mí parecer, para mirar cuál de tantos no había leído él.
Entendí, en aquel entonces, la pregunta curiosa que rondaba mi mente después de que la hora de lectura llegaba a su fin. ¿Para qué leer? A medida que descubría nuevos autores, más me secuestraban las historias en mi habitación. Y así, entre tardes y mañanas, entendí que cuando uno es niño (también adulto, obviamente) y lee, co- noce el mundo mejor; se pregunta más y se viaja a la Luna o al centro de la Tierra sin salir de una biblioteca.
Los libros, desde entonces, han sido los compañeros fieles de mi vida: en el nochero, en mi bolso, en todas partes; sufro a veces, cuando no llevo un libro a donde voy, como aquel que deja el celular en casa. Leer, porque así se comprenden las injusticias, el desamor, la historia, las barbaries, y, a veces, el porqué los hombres se matan sin un sentido
Cuando uno lee conoce el mundo; se pregunta más y se viaja a la Luna o al centro de la Tierra.
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