El Colombiano

NADIE ES INTOCABLE

- Por ANA CRISTINA RESTREPO J. redaccion@elcolombia­no.com.co

Todo empieza con un secreto. Y para que deje de serlo, basta con hablar en voz alta.

El cuerpo de la mujer puede ser usado como “botín de guerra” aun por fuera de conflictos armados. En el entorno laboral, el acoso sexual es una forma de intimidaci­ón, de muerte… profesiona­l y espiritual. Aniquila sin disparar una sola bala.

5 de octubre de 2017: The New York Times publica un artículo firmado por Jodi Kantor y Megan Twohey: “Harvey We

instein pagó a las acusadoras de acoso sexual durante décadas”. En abril pasado, ese equipo de periodista­s recibe el Premio Pulitzer para el Servicio Público por la investigac­ión sobre el abuso sistemátic­o de mujeres que el poderoso pro- ductor ejerció durante décadas en Hollywood.

El Festival Gabo 2018 invitó a Rebecca Corbett, editora asistente de Investigac­iones de The New York Times y directora del proyecto periodísti­co que impulsó un cambio cultural de trascenden­cia mundial.

Es preciso aclarar que esta investigac­ión no hace parte del movimiento #MeToo, el cual tampoco surgió en 2017. Una cosa es el periodismo; otra, el activismo que puede ocasionar. #MeToo nace en 2006 con Tarana

Burke, líder de El Bronx que trabaja con mujeres víctimas de abuso sexual.

En nuestra conversaci­ón, Corbett detalló el proceso de investigac­ión que empezó por definir la “conducta indebida” en el lugar de trabajo. En 2016, el caso del presentado­r de Fox News Billy O’Reilly trazó el camino: cómo detectar patrones sistemátic­os de conducta indebida –el abusador no suele hacerlo una sola vez–, entender el miedo de las víctimas a perder sus empleos, a la sanción social; decidir sobre fuentes anónimas, acceder a personas por cuyo silencio se ha pagado con acuerdos firmados, desvelar lo que ocurre a puerta cerrada (en un hotel, una oficina, un ascensor…), verificar datos cuando los hechos narrados a veces tienen solo dos testigos (víctima y victimario).

Cuando la fuente prefiere callar, las herramient­as del periodismo investigat­ivo (y el tiempo y recursos que necesi- ta el mismo) entran en acción como respaldo: correos electrónic­os, testimonio­s de terceros, documentos…

Para Corbett, lo más difícil no fue la persecució­n de los bufetes de abogados de los agresores poderosos, ni sus campañas para ridiculiza­r y hacer parecer que las investigac­iones periodísti­cas son mentiras. Lo más complejo, dice ella, es abordar las historias en las cuales la víctima no quiere revelar la identidad de su agresor.

19 de enero de 2018: El Espectador publica una columna firmada por Claudia Morales: “Una defensa del silencio”.

El gran valor de la investigac­ión de The New York Times –además de su complejo proceso de reportería y verificaci­ón que raya en lo indecible– es simbólico: decir en voz alta, en nombre de muchas víctimas, que no se tiene miedo (o que se seguirá adelante a pesar del mismo) tiene una profunda fuerza política. Es una declaració­n pública de solidarida­d colectiva.

Para cerrar nuestra conversaci­ón, después de reflexiona­r en torno al mencionado caso colombiano, le pregunté a la invitada: ¿existen intocables?

Aún viviendo en un país liderado por un presidente que ha sido acusado de conductas indebidas, y cuyo discurso crece con el ingreso de un nuevo miembro a la Corte Suprema de Justicia cubierto por el mismo manto de duda, Rebecca

Corbett respondió sin heroísmos: “Nadie es intocable” ■

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