NADIE ES INTOCABLE
Todo empieza con un secreto. Y para que deje de serlo, basta con hablar en voz alta.
El cuerpo de la mujer puede ser usado como “botín de guerra” aun por fuera de conflictos armados. En el entorno laboral, el acoso sexual es una forma de intimidación, de muerte… profesional y espiritual. Aniquila sin disparar una sola bala.
5 de octubre de 2017: The New York Times publica un artículo firmado por Jodi Kantor y Megan Twohey: “Harvey We
instein pagó a las acusadoras de acoso sexual durante décadas”. En abril pasado, ese equipo de periodistas recibe el Premio Pulitzer para el Servicio Público por la investigación sobre el abuso sistemático de mujeres que el poderoso pro- ductor ejerció durante décadas en Hollywood.
El Festival Gabo 2018 invitó a Rebecca Corbett, editora asistente de Investigaciones de The New York Times y directora del proyecto periodístico que impulsó un cambio cultural de trascendencia mundial.
Es preciso aclarar que esta investigación no hace parte del movimiento #MeToo, el cual tampoco surgió en 2017. Una cosa es el periodismo; otra, el activismo que puede ocasionar. #MeToo nace en 2006 con Tarana
Burke, líder de El Bronx que trabaja con mujeres víctimas de abuso sexual.
En nuestra conversación, Corbett detalló el proceso de investigación que empezó por definir la “conducta indebida” en el lugar de trabajo. En 2016, el caso del presentador de Fox News Billy O’Reilly trazó el camino: cómo detectar patrones sistemáticos de conducta indebida –el abusador no suele hacerlo una sola vez–, entender el miedo de las víctimas a perder sus empleos, a la sanción social; decidir sobre fuentes anónimas, acceder a personas por cuyo silencio se ha pagado con acuerdos firmados, desvelar lo que ocurre a puerta cerrada (en un hotel, una oficina, un ascensor…), verificar datos cuando los hechos narrados a veces tienen solo dos testigos (víctima y victimario).
Cuando la fuente prefiere callar, las herramientas del periodismo investigativo (y el tiempo y recursos que necesi- ta el mismo) entran en acción como respaldo: correos electrónicos, testimonios de terceros, documentos…
Para Corbett, lo más difícil no fue la persecución de los bufetes de abogados de los agresores poderosos, ni sus campañas para ridiculizar y hacer parecer que las investigaciones periodísticas son mentiras. Lo más complejo, dice ella, es abordar las historias en las cuales la víctima no quiere revelar la identidad de su agresor.
19 de enero de 2018: El Espectador publica una columna firmada por Claudia Morales: “Una defensa del silencio”.
El gran valor de la investigación de The New York Times –además de su complejo proceso de reportería y verificación que raya en lo indecible– es simbólico: decir en voz alta, en nombre de muchas víctimas, que no se tiene miedo (o que se seguirá adelante a pesar del mismo) tiene una profunda fuerza política. Es una declaración pública de solidaridad colectiva.
Para cerrar nuestra conversación, después de reflexionar en torno al mencionado caso colombiano, le pregunté a la invitada: ¿existen intocables?
Aún viviendo en un país liderado por un presidente que ha sido acusado de conductas indebidas, y cuyo discurso crece con el ingreso de un nuevo miembro a la Corte Suprema de Justicia cubierto por el mismo manto de duda, Rebecca
Corbett respondió sin heroísmos: “Nadie es intocable” ■