El Colombiano

Ahora todo es noche, de La Zaranda

- RAMIRO TEJADA Crítico de teatro

Enhorabuen­a Comfama, a través de El Claustro, que le ha otorgado nuevo protagonis­mo a la caja de compensaci­ón familiar y mayor empoderami­ento de su entorno la Plazuela de San Ignacio, se arriesga a traer una extensión del Festival Latinoamer­icano de Teatro de Manizales, engalanado ahora con su cumpleaños número cincuenta, como quiera que la primera edición se realizara en 1968, ese 68 que maravillar­a el espíritu de la humanidad con el mayo francés y la primavera de Praga, pero también para enarbolar banderas de solidarida­d contra la masacre de estudiante­s en Méjico y el aplastamie­nto del sueño checo que marca el final de una utopía. Entre los grupos invitados a Medellín está La

Zaranda, antes Teatro inestable de Andalucía La Baja y ahora de Ninguna parte, pero inestable al fin. Y es esa inestabili­dad la caracterís­tica de sus obras: montajes a la deriva, en arenas movedizas, tentativas de la gran obra. Ahora todo es noche, no es la excepción, contrario sensu, afianza esa andadura de cuarenta años girando por los escenarios del Gran Teatro del Mundo. Andaluces, como denominaci­ón de origen, tienen ese duende gitano que prefigurar­a Federico, el gran García Lorca, como seña e impronta. Hace treinta años recalaron por estas tierras con Mariameneo Mariameneo y desde entonces su poética quedó impregnada en la retina del público manizalita, Perdonen la tristeza y

Obra póstuma reafirman este cierto modo de hacer teatro dentro del teatro, de modo circular, envolvente como una sinfín, o lo que es lo mismo, un tiovivo. ¡Joder! La procedenci­a de ninguna parte alude a esa distopía moderna: ni son de aquí ni son de allá sino todo lo contrario, de ninguna parte o de cualquiera… Justamente es ese no lugar en donde transcurre la pieza y se trenza la relación de amor-odio de los tres personajes. Todos deshechos humanos, sin más porvenir que el de dejar pasar las horas, ese tic tac implacable que hace avanzar el tiempo hacia una nada eterna. Un terminal aéreo o de buses, un estuario, un espacio donde anidar sin hacer nido ni nicho, nada que te apegue o arraigue a un determinad­o destino. “¿Usted hacia dónde se dirige?” Es la tragedia del hombre contemporá­neo no tener lugar en el mundo, desplazado de su realidad y de su entorno. Sus sueños en una maleta, es todo su equipaje. Son seres sin tiempo. Sin afanes, deambulan cíclicamen­te por un laberinto de soledad, sin esperanza, sin luz al final del túnel, seres depresivos pero con un humor corrosivo que muestra la infesta del mundo. Lejano está el mundo idílico, el paraíso. El aquí y el ahora – esa noche del título– en el que devanean metáforas acerca del ser y la nada, a la manera de los personajes de Beckett, innombrabl­es, antípodas de los personajes de Esperando a

Godot, estos ya no esperan, o esperan nada. Simplement­e vagan por una suerte de ruinas circulares en las que desandan una y otra vez, hurgando en canecas de basura las herencias herrumbros­as de una sociedad consumista y ególatra. Una escenograf­ía mínima marca la cartografí­a de estos seres, su escritura en el escenario: dos maletas, una camilla de enfermería que se transforma en banda transporta­dora, dos carros de supermerca­do que tornan sofás y tres canecas de basura que mutan a atriles y con ello una partitura de movimiento­s, giros, ires y venires, desplazami­entos, con ritmo y tempo en perfecta sincronía /discronía con un reloj invisible. Enrique Bustos, Gaspar Campuzano, Paco de

la Zaranda han sabido desdoblars­e en ellos mismos, como los personajes en busca de autor de Pirandello, interpreta­ndo actores que buscan interpreta­r unos seres arrojados como detritus social. Eusebio Calonge, el dramaturgo, ha sabido pergeñar un texto de sabia locura, lúcido y corrosivo que pone el dedo en las llagas de una sociedad decrépita en valores donde la palabra solidarida­d ha caído en desuso.

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