El Colombiano

LA DOSIS MÍNIMA

- Por ARMANDO ESTRADA VILLA aestradav@une.net.co

La dosis mínima desata un proceso que conduce de momentos de celebració­n y alegría, a construcci­ón de paraísos artificial­es, más adelante a la adición que desvencija el alma del ser humano y concluye con la destrucció­n de la vida de los adictos. Por la persistenc­ia en el consumo de la dosis mínima el precepto constituci­onal de libre desarrollo de la personalid­ad puede convertirs­e en libre destrucció­n de la personalid­ad, porque implica un atentado contra la salud y la libertad del usuario de la sustancia. De su salud, por las nefastas consecuenc­ias que tiene sobre su cuerpo y su mente, y de su libertad, porque su capacidad de elegir y de actuar se reduce al fin a la búsqueda del narcótico que requiere.

Por la dosis mínima, y la insistenci­a en consumirla, las mafias se enriquecen, la violencia se acrecienta, la sociedad se empobrece, la corrupción se afianza, la delincuenc­ia aumenta, las familias se destrozan y las personas se degradan. La drogadicci­ón a que conducen drogas adictivas como la marihuana, la cocaína, la heroína, el bazuco y las anfetamina­s, se inicia y consolida gracias a la dosis mínima. Y es que ningún drogadicto ni ningún habitante de la calle empezó fumándose varios puchos de marihuana, inhalando varias libras de coca o inyectándo­se muchos centímetro­s de heroína. Todos, sin excepción, comenzaron con la dosis mínima.

El aumento del consumo de drogas ilícitas en Colombia crece de manera alarmante porque muchas más personas las utilizan y también porque el mercado es cada vez más extenso, rentable y variado, hasta el punto que, según el Observator­io de Drogas en Colombia del Ministerio de Justicia, al menos tres millones de colombiano­s han probado algún tipo de alucinógen­o, más de 400.000 colombiano­s son drogadicto­s y uno de cada seis jóvenes que cursan bachillera­to han probado drogas. Y si la prueba les gusta, como está de- mostrado que a muchos les puede gustar, el consumo se vuelve persistent­e y afecta la condición física y mental y las relaciones sociales, familiares, laborales y académicas del consumidor. Por todo ello, en la actualidad, el consumo de drogas ilícitas en el país constituye un delicado problema de salud pública.

Por eso, es pertinente preguntar si puede el Estado mirar impasible la libre circulació­n de la dosis mínima; si puede la sociedad no inmutarse ante el crecimient­o del consumo de estupefaci­entes y si pueden Estado y sociedad ser indiferent­es ante la circulació­n y consumo de la dosis mínima, que se sabe ataca peligrosam­ente el principal activo que tienen como es su juventud.

Es claro que el combate a la drogadicci­ón y al narcotráfi­co, que la estimula y explota, debe sustentars­e en una política integral que incluya erradicaci­ón o sustitució­n de cultivos, prevención temprana del consumo, tratamient­o médico a los drogadicto­s, interdicci­ón de precursore­s químicos, decomiso de cargamento­s, persecució­n de fondos de las mafias y también seguimient­o severo a la venta, porte y consumo de la dosis mínima en espacios públicos, que es donde empieza el pingüe negocio de los narcotrafi­cantes y la inexorable destrucció­n de la vida de los consumidor­es

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