LA DOSIS MÍNIMA
La dosis mínima desata un proceso que conduce de momentos de celebración y alegría, a construcción de paraísos artificiales, más adelante a la adición que desvencija el alma del ser humano y concluye con la destrucción de la vida de los adictos. Por la persistencia en el consumo de la dosis mínima el precepto constitucional de libre desarrollo de la personalidad puede convertirse en libre destrucción de la personalidad, porque implica un atentado contra la salud y la libertad del usuario de la sustancia. De su salud, por las nefastas consecuencias que tiene sobre su cuerpo y su mente, y de su libertad, porque su capacidad de elegir y de actuar se reduce al fin a la búsqueda del narcótico que requiere.
Por la dosis mínima, y la insistencia en consumirla, las mafias se enriquecen, la violencia se acrecienta, la sociedad se empobrece, la corrupción se afianza, la delincuencia aumenta, las familias se destrozan y las personas se degradan. La drogadicción a que conducen drogas adictivas como la marihuana, la cocaína, la heroína, el bazuco y las anfetaminas, se inicia y consolida gracias a la dosis mínima. Y es que ningún drogadicto ni ningún habitante de la calle empezó fumándose varios puchos de marihuana, inhalando varias libras de coca o inyectándose muchos centímetros de heroína. Todos, sin excepción, comenzaron con la dosis mínima.
El aumento del consumo de drogas ilícitas en Colombia crece de manera alarmante porque muchas más personas las utilizan y también porque el mercado es cada vez más extenso, rentable y variado, hasta el punto que, según el Observatorio de Drogas en Colombia del Ministerio de Justicia, al menos tres millones de colombianos han probado algún tipo de alucinógeno, más de 400.000 colombianos son drogadictos y uno de cada seis jóvenes que cursan bachillerato han probado drogas. Y si la prueba les gusta, como está de- mostrado que a muchos les puede gustar, el consumo se vuelve persistente y afecta la condición física y mental y las relaciones sociales, familiares, laborales y académicas del consumidor. Por todo ello, en la actualidad, el consumo de drogas ilícitas en el país constituye un delicado problema de salud pública.
Por eso, es pertinente preguntar si puede el Estado mirar impasible la libre circulación de la dosis mínima; si puede la sociedad no inmutarse ante el crecimiento del consumo de estupefacientes y si pueden Estado y sociedad ser indiferentes ante la circulación y consumo de la dosis mínima, que se sabe ataca peligrosamente el principal activo que tienen como es su juventud.
Es claro que el combate a la drogadicción y al narcotráfico, que la estimula y explota, debe sustentarse en una política integral que incluya erradicación o sustitución de cultivos, prevención temprana del consumo, tratamiento médico a los drogadictos, interdicción de precursores químicos, decomiso de cargamentos, persecución de fondos de las mafias y también seguimiento severo a la venta, porte y consumo de la dosis mínima en espacios públicos, que es donde empieza el pingüe negocio de los narcotraficantes y la inexorable destrucción de la vida de los consumidores