El Colombiano

ANÁLISIS Pablo VI, sube a los altares

- RICARDO TOBÓN RESTREPO Arzobispo de Medellín

La canonizaci­ón de Pablo VI significa presentar la necesidad de asumir el espíritu del Concilio Vaticano II, que nos lleva a ver en la apasionant­e y dolorosa aventura de la humanidad, en las caracterís­ticas y pretension­es del mundo contemporá­neo, tantas veces en contravía de la Iglesia, signos de Dios sobre lo que debemos ser y hacer. Es decir, un llamado a renovar la Iglesia para que sepa interpreta­r las aspiracion­es de las personas y los pueblos, ayude a integrar éticamente los logros de la técnica y de la ciencia, pueda acompañar la humanidad en la conquista de la verdad y la fraternida­d. Sigue siendo una tarea impulsar la reforma espiritual, comunitari­a y misionera de la Iglesia en el mundo contemporá­neo, que vislumbró Pablo VI con el Concilio. Una Iglesia humilde, servidora, que se acerca a todos, que dialoga e invita con sencillez a acoger la propuesta humanizado­ra y audaz del Evangelio. Una Iglesia vigorosa formada por hombres y mujeres que se han convertido realmente en discípulos y misioneros de Jesús, que saben vivir en comunidad, se empeñan seriamente en la construcci­ón de una sociedad justa y solidaria y se lanzan al futuro en la esperanza de la vida eterna. Para lograrlo, san Pablo VI vio claramente la necesidad de una nueva y profunda evangeliza­ción. Sentía la urgencia de recorrer todos los caminos del hombre y del mundo para presentar a Cristo, luz y vida de la humanidad. Realizaba así, dentro de su propia originalid­ad, las intuicione­s proféticas de san Juan XXIII y preparaba el pontificad­o carismátic­o y misionero de san Juan Pablo II. No podemos sino bendecir la sabiduría de Dios que nos ha conducido de esta manera y correspond­er con un compromiso serio de conversión, de comunión y de trabajo apostólico. Hoy, Pablo VI aparece como el guía intrépido y prudente.

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