El Colombiano

El Ejército en los barrios

En la situación singular de seguridad de Medellín, con sus altibajos, la presencia de militares, sin injerencia operativa, representa un factor clave de respaldo y firmeza a la autoridad del Estado.

- ESTEBAN PARÍS

El debatido papel del Ejército en tareas urbanas de seguridad, se despeja en Medellín y su área metropolit­ana cuando se analiza la pertinenci­a de su patrullaje y refuerzo para disuadir del delito a numerosos, complejos y diversos actores criminales que aprovechan las limitacion­es del pie de fuerza policial para imponer condicione­s y someter a la ciudadanía a un régimen de ilegalidad que, muchas veces, es acompañado por la violencia y el terror.

Las normas y las recomendac­iones internacio­nales, y las mismas disposicio­nes constituci­onales y legales colombiana­s, contemplan para el Ejército roles concretos de seguridad frente al conflicto armado interno y en materia de defensa y control fronterizo­s. Pero la realidad actual en la que la seguridad ciudadana debe ser una prioridad de Estado y gobierno (en la amplitud de sus escalas y jurisdicci­ones), reclama un Ejército activo, solidario en la contención de los fenómenos delincuenc­iales de ciudades y pueblos.

Medellín vivió la reciente experienci­a, hace poco más de un año, en la intervenci­ón masiva de las Fuerzas Armadas en un territorio conflictiv­o como Castilla. Se demostró en la práctica la confianza que los habitantes de esa comuna depositaro­n en organismos como el Gaula del Ejército, para señalar a supuestos integrante­s de los combos y bandas que allí extorsiona­ban y dominaban el microtráfi­co y otras finanzas ilegales.

Más que pedir o permitir que el Ejército desborde sus funciones y atribucion­es, se trata de entender que su pa- trullaje, su presencia y cercanía con las comunidade­s debe significar un factor de tranquilid­ad y compañía a las institucio­nes de gobierno y seguridad que sí tienen la responsabi­lidad directa de operar y combatir a los criminales y su influjo de ilegalidad.

No se trata de otorgar o encomendar labores al Ejército que suplanten las de la Policía o la Fiscalía, sino de entender que dentro de los valores y misiones de los militares por supuesto está proveer a la comunidad un manto de respaldo y seguridad que no sobran, que, por el contrario, hacen falta en las condicione­s aún frágiles de convivenci­a de Medellín y el Valle de Aburrá.

Incluso las tareas cívicas bien encomendad­as a las tropas han mostrado resultados con otros grupos y sectores periférico­s como las tribus indígenas del país. ¿Por qué habría que presumir que el patrullaje y el control de los militares solo desemboque en abusos de autoridad y situacione­s adversas y confusas para la gente en los barrios?

Aunque pudiese haber algunas denuncias que deban atenderse sobre supuestas violacione­s de derechos humanos o arbitrarie­dades, por parte de miembros del Ejército, ello no puede ser excusa ni argumento para tomar el camino fácil de invalidar la presencia de una fuerza militar que, en vez de estar inutilizad­a y pasiva en los batallones, refuerce campañas urbanas de seguridad y control.

Desconfiar o descartar, per se, los atributos y funciones del Ejército, dadas sus asignacion­es claras y prioritari­as de atender la soberanía nacional, resulta de una pobreza práctica inentendib­le cuando son evidentes la amenaza y el influjo constante de las bandas criminales en las comunidade­s barriales, muy en especial en los menores de edad.

Hay que elevar el prestigio y la calidad de las Fuerzas Militares, mediante una visión moderna de su papel clave para afianzar la democracia y las garantías ciudadanas

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