PELEA CON CHINA SERÍA LARGA Y NOSOTROS LAS VÍCTIMAS
Ojalá me equivoque, pero pareciera que estamos en los preámbulos de una fuerte y peligrosa confrontación chino-estadounidense con distintos campos de batalla.
La renegociación del Nafta, para unos más una cirugía plástica que un trasplante de órganos, puede verse de varias maneras. Una es que Trump negocia ruda y agresivamente para obtener ventajas en un “nuevo acuerdo”, que pareciera ser su verdadero objetivo, pero vendiéndolo como el cumplimiento de sus promesas de campaña y dejando la imagen que es EE. UU. quien pone las condiciones y no quien las acepta. Otra versión plantea que el Nafta, así como los acuerdos con Corea del Sur y eventualmente con Europa, son objetivos menores para Trump, que una vez resueltos, le permitiría enfilar todas sus baterías contra China en una confrontación, incipiente en temas de inversión, pero más intensa y de mayor calado en lo arancelario. Pero la imprevisibilidad del mandatario estadounidense impide saber con certeza qué es lo que pretende.
Hay analistas, la verdad pocos, que creen que el verdadero propósito de Trump con respecto a China es más cercano a la segunda opción que antes describí. Robert Lawrence, profesor de Comercio Internacional e Inversión en Harvard Kennedy School, planteó hace unos días una inquietante hipótesis sobre las verdaderas intenciones del presidente Trump, quien ha vendido su secuencial imposición de paquetes de aranceles adicionales a productos chinos, como el medio para obtener un fin superior: reducir el déficit comercial de EE. UU. con China y obligarla a que “juegue limpio”, abra su merca- do sin minarlo, elimine prácticas comerciales desleales y respete los derechos de propiedad intelectual, como supuestamente corresponde a un miembro de la Organización Mundial del Comercio.
Pero dice Lawrence, con quien coincidió Martin Wolf, de Financial Times, que si Trump lograse que China cambie y juegue limpio, eso la haría un lugar verdaderamente atractivo para los productores estadounidenses que trasladarían más fábricas, provocando más desempleo en EE. UU. y contradiciendo el argumento principal con el que ganó las elecciones. Trump quiere ser reelegido y eso no se logrará si reversan los indicadores de empleo, lo que supondría que lo que estaría en su mira no es un acuerdo cercano, sino más sanciones a China.
Algunos dirán: ¿Y a nosotros eso qué nos importa? Pues si esa hipótesis es cierta, lo que se avecina es una muralla arancelaria estadounidense para bloquear la entrada a EE. UU. de productos provenientes de empresas chinas o de empresas estadounidenses radicadas allí, obligando a la inmensa máquina de producción china a buscar mercados alternativos para su sobredimensionada capacidad instalada. Ello implicaría que sectores de nuestro vulnerable y poco competitivo aparato productivo serían las víctimas, que no podrían luchar contra un país que, en esas circunstancias y que solo agacha su cabeza para saludar, estará, como nunca antes, poco interesado en los márgenes de ganancia y más en impedir que cierren sus fábricas y el desempleo en China ponga obstáculos a la permanencia del emperador Xi