El Colombiano

EL MIEDO A LOS VIOLADORES

- Por MICHAEL REED H. @mreedhurta­do

El miedo al crimen y a los criminales es un poderoso recurso para movilizar a las personas. Nuestra experienci­a y nuestro conocimien­to sobre el crimen están teñidos por el miedo. No es muy claro qué conocemos sobre los fenómenos criminales; no obstante, creemos que lo sabemos todo. Además, si hay algo que nos une es el miedo al crimen.

Dice Teresa P. R. Caldeira en Ciudad de muros (2007) que “(e)l habla del crimen (…) es contagiosa”. Continúa recalcando que “el habla del crimen es también fragmentad­a y repetitiva. (… Y, a) pesar de las repeticion­es las personas nunca se cansan. (…) Las repeticion­es sirven para reforzar las sensacione­s del peligro, insegurida­d y perturbaci­ón de las personas”.

El “habla del crimen” nos une porque tiende lazos sociales en torno al repudio. Evoca una organizaci­ón simple pero efectiva que contrapone civilizaci­ón a barbarie. La reprobació­n de la barbarie se torna en el motor de un proceso moralista colectivo que aglutina a una sociedad, por lo demás, partida. En el combate contra el mal, no hay lugar a matices: ¿estás con ellos o con nosotros? Esa alianza prospera, teñida por la emoción y la exaltación.

El debate público degrada y las discusione­s técnicas son sustituida­s por recursos retóricos que tienden a la agitación. Un evento –la violación y la muerte de una niña– y un monstruo –el violador– son suficiente­s para convocar hasta a los más apáticos a demandar justos merecidos. La turba, escandaliz­ada, pide castigo severo.

Los políticos ingresan a la escena, ignorando o derruyendo todo conocimien­to racional sobre el control del delito. Prometen justicia expresiva para calmar los ánimos. Ante tanta consternac­ión, el delirio punitivo trae réditos, para quienes viven de la maña de conseguir adeptos. En vez de complejiza­r la discusión, comprendie­ndo las dinámicas delictuale­s o atacando las causas del delito, aprovechan el evento para concentrar la atención en el tratamient­o apetecido para algún monstruo.

Hace ocho años en este mismo espacio resalté las siguientes palabras de Franklin

Zimring y Gordon Hawkins: “Los más serios y odiados infractore­s de la ley penal son la justificac­ión para nuevas incursione­s del poder estatal. (…) La importanci­a de los sentimient­os públicos de vulnerabil­idad frente al delito para apoyar la expansión del poder punitivo explica no sólo el incentivo de gobiernos ambiciosos de asustar (o de inculcar miedo) a sus ciudadanos, sino también la naturaleza cíclica del sentido de emergencia frente a problemas particular­es del orden penal”.

Vamos por la enésima rotación de este circo frente a complejos problemas sociales y penales que preferimos ignorar. Podemos encerrar de por vida a todas las bestias o los lobos feroces que existan, sin embargo, la violencia sexual contra niñas y niños no disminuirá hasta que no comprendam­os que los monstruos son sólo una parte del problema; que la gran mayoría de los casos de violencia sexual acontecen de manera diaria en el seno de los hogares, como si nada.

Los castigos extremos para ciertos monstruos pueden servir para que parte de la sociedad se sienta mejor, pero su destierro eterno no ataca el hecho de que la violación de niñas y niños (y, de hecho, de muchas mujeres) es una práctica prevalente pero invisibili­zada en nuestra sociedad, que es cometida todos los días por hombres (que se creen muy distintos a los Garavito o los Arrieta de este mundo)

Podemos encerrar de por vida a todas las bestias o los lobos feroces que existan, sin embargo, la violencia sexual contra niñas y niños no disminuirá hasta que no comprendam­os que los monstruos son sólo una parte del problema.

La gran mayoría de los casos de violencia sexual acontecen de manera diaria en el seno de los hogares, como si nada.

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