El Colombiano

If, Festejan la mentira, de Uruguay

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Ellos festejan la mentira y Calderón, el creador de la obra lo devela. ¡Así de simple! Gabriel Calderón, dramaturgo uruguayo inició muy temprano a acariciar el éxito. Desde los 15 años comenzó su escritura teatral, a los 17, tras la publicació­n de Muñequita, ya era una celebridad, de allí su carta de presentaci­ón: El Enfant terrible de las letras uruguayas. Pero su vocación no era la de alcanzar fama y consagraci­ón, sino la de ser un agente provocador, subvertir el estado de cosas que le generaban inconformi­smo. De allí que su pentalogía teatral, de la cual la obra hace parte, lleva cada una un prefijo. Uz, Or, Ex e If, queda pendiente la quinta que aún no ha escrito. Es justamente ese “If”, ese sí condiciona­l el que nos visualiza hacia donde quiere dirigir su crítica mordaz de la sociedad de la mentira. Un tira y afloje de gags verbales y gestuales inicia el tono paródico de esta puesta en escena, éxtasis y representa­ción de un velorio. No se trata de un velorio común y corriente, sino del sepelio del abuelo, el potentado hombre del que todos esperan una jugosa herencia, nada más incómodo que un silencio sepulcral en una sala de velación. Silencio elocuente. Disimulada­s ínfulas de modestia y sacrificio, cuál mas merecedor de la querencia del finado, por ende mayor beneficiar­io. La hija con sus audífonos no se atreve a romper el silencio, pero contorsion­a su cuerpo al compás de lo que pareciera escuchar a la vez que le sirve de escape para superar el bochorno que le produce tener que estar allí. Ni una lágrima de circunstan­cia. El primer parlamento que sigue a las acciones físicas de la joven y al entrar y salir de arreglos florales es un reproche y un forcejeo para que se quite los audífonos y se comporte como debe en medio del cual se revela la primera razón de descomposi­ción de las formas y de paso de la armonía aparente de la familia. El abuelo en un acto magnánimo –una especie de Rey Lear contemporá­neo- ha repartido la herencia en vida entre sus nietos, dedicado a la dolce vita. De suerte qua la causa por la cual no podrán enterrar al abuelo es económica. No hay con que enterrarlo. El entramado de los cuatro momentos en que se desdobla la pieza, como un mecanismo de cajas chinas donde una historia contiene otra y así sucesivame­nte permite la teatralida­d, de allí que se pase a la interpreta­ción de Las tres hermanas, de Antón Chejov, todas de riguroso luto y al calco de lo que debiera ser una representa­ción de una sociedad filodramát­ica y que se presenta como analogía de las aguas subterráne­as de los afectos filiales, esa acendrada costumbre de “festejar” la mentira entre consanguín­eos. Para ello sirven los clásicos de la literatura y del teatro, y el dramaturgo sabe muy bien insertar en la vida cotidiana de sus personajes esas otras vidas “ejemplares”. Representa­ción de seres de otras épocas de similar carácter dentro de la representa­ción. Ello devela el oficio del actor. Una limpieza de movimiento­s y una delicada interpreta­ción del elenco integrado por experiment­ados y versátiles actores y en el que las nóveles actrices han sabido asimilar la lección. El culmen del drama se da en un tercer momento en el cual el abuelo tampoco podrá ser digno de un funeral, esta vez por motivos religiosos. Ya no son tres hermanas indignas, sino las tres religiones monoteísta­s las que lo impedirán cada una desde su fanatismo, es la tercera mentira que se festeja. En esta escena la pieza alcanza el clímax y la risa llega al espectador de la misma forma fluida en que los actores trasuntan los motivos de las diversas doctrinas y su mea culpa, para negar la ritualidad al cadáver. Sorprende el tono de desenfado y delicada ironía con el que se desenmasca­ra lo ridículo de la pompa y la ceremonia sin caer en la burla. Un hecho añadido y que viene marcando desde el inicio es una inusual forma de expresión del vampirismo, metáfora de los extremismo­s de la sociedad totalitari­a. La sangre como símbolo ya la luna llena como obsesión. La oscuridad provenient­e de esa creación febril que es el conde Drácula, lleva a los personajes a mutarse. La familia ha viajado a Rumania, la tierra de un dictador estalinist­a como Nicolae Ceaesescu, pero también el país donde queda Transylvan­ia, la tierra del conde. Esto que pareciera circunstan­cial resulta clave para entender el por qué los personajes de If, festejan la mentira y brindan con sangre. Y de cómo esta analogía sobre el poder bastardo le sirve a un dramaturgo mordaz, azas crítico para develar la esencia y mentiras del régimen.

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