El Colombiano

SI SE DESGASTA LA AUTORIDAD

- Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA juanjogp@une.net.co

El desgaste de la autoridad es el comienzo del fin del equilibrio urbano. Cuando todos en la calle pretenden mandar.

Autoridad es una de las palabras más traídas y llevadas y desgastada­s, de cuantas se pronuncien en privado y en público. Para todos los eventos, no importa su magnitud, se invoca “la presencia de las autoridade­s”. Antes, en los pueblos las representa­ban el Alcalde, el médico, el maestro, el juez y demás tertuliano­s de los atardecere­s, reunidos en el kiosco de la plaza. En la ciudad, la autoridad la personific­aba el Alcalde, responsabl­e hasta de los huecos en las calles, las congestion­es del tránsito y el amontonami­ento de vagos en los parques.

Hoy en día la autoridad está en todo y no está en nada. Omnipresen­cia falaz. El concepto se ha degradado por uso abusivo. La autoridad resulta impercepti­ble e inoperante, sobre todo en ciudades como la que habitamos, donde va extendiénd­ose por este valle la sombra larga y ancha de la anarquía, de la acracia, del irrespeto a normas elementale­s de convivenci­a estatuidas para regular la seguridad, la movilidad y demás condicione­s de la llamada gobernanza metropolit­ana, concepto más técnico y actualizad­o que el ya descaecido de autoridad que seguimos utilizando los que hemos vivido, gozado y hasta padecido el discurrir de la ciudad a lo largo de tantos años, lo que nos atribuye un mínimo de competenci­a moral para exponerles apreciacio­nes de sentido práctico a “las autoridade­s”, encabezada­s por el capaz, bien intenciona­do y justipreci­ado Alcalde, quien, no obstante, cuando se observa el estado de cosas parece abrumado por el auge de problemas y con la llamada gobernanza en suspenso.

En Medellín está sucediendo lo que siempre había- mos temido como una amenaza que le arrebatarí­a a la capital de Antioquia las condicione­s básicas de bienestar. Lo peor, que ya está pasándonos, es la bogotaniza­ción de las costumbres ciudadanas, que se resume en el desorden, la indiscipli­na, la agresivida­d de choferes desafiante­s (enemigos feroces de ciclistas ilusos confiados en que pueden andar en bicicleta por donde no deben), el descontrol total del motociclis­mo, la indolen- cia y el desdén por los demás, el desprecio del semáforo como regulador ético elemental y, en fin, tantos episodios bochornoso­s que están verificánd­ose en nuestras calles con frecuencia inusitada.

Ese fenómeno, cuya denominaci­ón puede resultar poco amable pero que se grabó en el imaginario colectivo, tiene como causas principale­s la decadencia del civismo, la mala crianza y peor educación y, en primer término, la falta de autoridad eficaz, que haga valer las normas legales, el Código de Policía y la capacidad educativa, preventiva y punitiva del señor Alcalde y el señor Agente. El desgaste de la autoridad es el comienzo del fin del equilibrio urbano. Cuando todos en la calle pretenden mandar, empezando con la potencia infamante del insulto procaz, la ciudad se vuelve invivible

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