SI SE DESGASTA LA AUTORIDAD
El desgaste de la autoridad es el comienzo del fin del equilibrio urbano. Cuando todos en la calle pretenden mandar.
Autoridad es una de las palabras más traídas y llevadas y desgastadas, de cuantas se pronuncien en privado y en público. Para todos los eventos, no importa su magnitud, se invoca “la presencia de las autoridades”. Antes, en los pueblos las representaban el Alcalde, el médico, el maestro, el juez y demás tertulianos de los atardeceres, reunidos en el kiosco de la plaza. En la ciudad, la autoridad la personificaba el Alcalde, responsable hasta de los huecos en las calles, las congestiones del tránsito y el amontonamiento de vagos en los parques.
Hoy en día la autoridad está en todo y no está en nada. Omnipresencia falaz. El concepto se ha degradado por uso abusivo. La autoridad resulta imperceptible e inoperante, sobre todo en ciudades como la que habitamos, donde va extendiéndose por este valle la sombra larga y ancha de la anarquía, de la acracia, del irrespeto a normas elementales de convivencia estatuidas para regular la seguridad, la movilidad y demás condiciones de la llamada gobernanza metropolitana, concepto más técnico y actualizado que el ya descaecido de autoridad que seguimos utilizando los que hemos vivido, gozado y hasta padecido el discurrir de la ciudad a lo largo de tantos años, lo que nos atribuye un mínimo de competencia moral para exponerles apreciaciones de sentido práctico a “las autoridades”, encabezadas por el capaz, bien intencionado y justipreciado Alcalde, quien, no obstante, cuando se observa el estado de cosas parece abrumado por el auge de problemas y con la llamada gobernanza en suspenso.
En Medellín está sucediendo lo que siempre había- mos temido como una amenaza que le arrebataría a la capital de Antioquia las condiciones básicas de bienestar. Lo peor, que ya está pasándonos, es la bogotanización de las costumbres ciudadanas, que se resume en el desorden, la indisciplina, la agresividad de choferes desafiantes (enemigos feroces de ciclistas ilusos confiados en que pueden andar en bicicleta por donde no deben), el descontrol total del motociclismo, la indolen- cia y el desdén por los demás, el desprecio del semáforo como regulador ético elemental y, en fin, tantos episodios bochornosos que están verificándose en nuestras calles con frecuencia inusitada.
Ese fenómeno, cuya denominación puede resultar poco amable pero que se grabó en el imaginario colectivo, tiene como causas principales la decadencia del civismo, la mala crianza y peor educación y, en primer término, la falta de autoridad eficaz, que haga valer las normas legales, el Código de Policía y la capacidad educativa, preventiva y punitiva del señor Alcalde y el señor Agente. El desgaste de la autoridad es el comienzo del fin del equilibrio urbano. Cuando todos en la calle pretenden mandar, empezando con la potencia infamante del insulto procaz, la ciudad se vuelve invivible