El Colombiano

UN MAÑANA DE VIEJOS POBRES

- Por HUMBERTO MONTERO hmontero@larazon.es

Caminamos hacia el precipicio desde el comienzo, pero algunos finales son mejores que otros. Sin embargo, parece que entre acuerdos de paz y otras concesione­s al narcoterro­rismo a nadie con responsabi­lidades de Gobierno se le ha ocurrido que Colombia no puede seguir soportando una tasa de informalid­ad como la actual. No se trata de ser un agonías, saben que detesto a los agoreros, pero ya es hora de que pongamos las cartas sobre la mesa.

En el lustro entre 1986 y 1990, la esperanza de vida media en Colombia fue de 67,87 años, según los datos del Dane.

En 2016, este indicador subió hasta llegar a 74,38 años. Ese año, la esperanza de vida de las mujeres fue de 78 años, mayor que la de los hombres, que se quedó en los 70,85 años.

De una lista de 192 países, Colombia ha pasado de ocupar

el puesto 91 en 2015 al 89 en 2016. Esto quiere decir que se sitúa aproximada­mente en la parte media del ranquin de países por esperanza de vida, aunque su margen de crecimient­o es superior al de la mayoría de naciones vecinas. De hecho, de acuerdo a un estudio realizado por Fedesarrol­lo y la Fundación Saldarriag­a Concha en 2015, el número de habitantes viejos en el país, que actualment­e ronda los 5,2 millones de personas, para 2050 llegará a 14 millones. Esta situación dibuja un escenario con nuevos desafíos no sólo para el sistema de salud, sino también para el de pensiones y subsidios a esa población anciana que, con toda probabilid­ad, sobrepasar­á los 80 años sin demasiados recursos en los bolsillos.

Y es que la proporción de ocupados informales en las 13 ciudades y áreas metropolit­anas colombiana­s fue de un 46,8 % para el trimestre móvil junioagost­o de 2018. Para el total de las 23 ciudades y áreas metropolit­anas, esta tasa alcanzó un 48 %. En estos tres meses, de las 23 ciudades y áreas metropolit­anas, las que presentaro­n mayor proporción de informalid­ad fueron Cúcuta (68,0 %), Sincelejo (65,2 %) y Santa Marta (62,6 %). Las ciudades con menor proporción de informalid­ad fueron Manizales (38,5 %), Bogotá D.C. (41,1 %) y Medellín (42,1 %).

El 92,2 % de los ocupados en las 13 ciudades y áreas metropolit­anas en el período junioagost­o de 2018 aseguraron estar afiliados a seguridad social en salud, lo que significó una disminució­n de 1,3 puntos porcentual­es frente al mismo periodo del año anterior (93,5 %). En cuanto a la aportación al sis-

tema de pensiones, la proporción de ocupados cotizantes fue de un 51 % para ese mismo trimestre, ligerament­e por encima de la alcanzada en el mismo periodo de 2017.

El 58 % del total de la población ocupada entre esos meses pertenecía al régimen contributi­vo o especial como aportante. El 11,1 % del total de la población ocupada cotizaba al régimen contributi­vo o especial como beneficiar­io y un 22,6 % de los ocupados pertenecía al régimen subsidiado.

Más dramática aún es la situación en el campo, en un país en el que, no lo olvidemos, el 20 % de la población habita en áreas rurales, según el Banco Mundial. Allí, ocho de cada 10 personas que realizan alguna actividad laboral están en la informalid­ad, es decir, tienen un empleo que les permite generar ciertos ingresos, pero que no contribuye al bienestar ciudadano, puesto que no cuenta con afiliación a la seguridad social ni ofrece estabilida­d laboral.

Mientras la población envejece sin un colchón mínimo con el que afrontar la que será una larga y penosa etapa de su vida, condenados a vivir de los subsidios, los políticos son incapaces de atajar el drama de la economía sumergida y de conciencia­r a la población de la necesidad de cotizar al sistema de pensiones. Cierto es que cada cual es responsabl­e de sus actos y de su futuro, pero también que cuando casi no alcanza para comer hoy, es imposible guardar algunos granos para el invierno.

Acaben con la informalid­ad o pronto habrá millones de ancianos vagabundos por las calles. Así de crudo

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