¿SOMOS ASÍ O NOS VUELVEN ASÍ?
No hay nada dicho acerca del progreso del mundo. Un paso adelante y dos pasos atrás, tal vez sería buena consigna. O al revés, dos adelante, para que entre sumas y restas salgamos ganando algo. En pocas palabras: la historia no es una flecha en perpetuo ascenso hacia mejores blancos.
Esta incertidumbre aplica tanto a las vidas contadas de una en una, como a la gran marea universal de los pueblos. Con frecuencia aparecen estadísticas sobre la mejoría conseguida en muchísimos campos de la cotidianidad. Abundantes y más sustanciosos alimentos, colegios gratis para todos, mujeres apropiadas de su valía.
Sería lógico que, gracias a estos progresos, la humanidad fuera hoy un conjunto de seres apacibles, conscientes de para qué están en el planeta, entregados a la música. Pero no. Los adelantos coexisten con la tropelía. Como si la inteligencia incrementara los métodos de exclusión y de tortura.
Las mejores causas nunca están aseguradas contra saboteadores. Siempre habrá alguien que eche por tierra los saltos hacia las estrellas. La rotación de los siglos se encarga de rasurar las alas de los utopistas. Y el globo continúa gastando almanaques a punta de brincos. Al fin y al cabo, por algo es un globo.
¿Estos tropiezos son acaso concernientes a la naturaleza humana? ¿O, por el contrario, se explican por condiciones externas a ella? ¿Somos así o nos vuelven así? La pregunta es similar a la del huevo y la gallina. Quizá lo conveniente sea atestiguar el hecho e instalarles contrapeso a las ganas de volar.
Gira usted los ojos a las tragedias de Shakespeare y comprueba que las pasiones de hace cuatrocientos años no difieren de las rapiñas contemporáneas. La peor de todas, el poder. Ricardo III saca del medio a sus rivales hacia el trono, distribuyendo la muerte entre sus parientes en dosis solapadas.
Hamlet repudia a su madre por casarse con el asesino de su padre, el rey, sin esperar siquiera que el duelo le dé calma al espectro vengativo. El veneno y los floretes hunden en la muerte a todos los bandos, y un campo agotado aumenta el olor a podrido en Dinamarca.
¿Y qué sucede entre tanto en nuestra “Cundinamarca”? Idénticas patrañas se turnan, en proporciones industriales, para hacer de una tierra de soles y de fiestas, el sobresalto de amanecer el lunes sin saber si se logra anochecer el viernes
Sería lógico que la humanidad fuera hoy un conjunto de seres apacibles, conscientes de para qué están en el planeta.