El Colombiano

EDUCACIÓN INFERIOR

- Por ANA CRISTINA RESTREPO J. redaccion@elcolombia­no.com.co

¿Qué hacen los estudiante­s mientras los políticos deciden el futuro de la financiaci­ón de las universida­des públicas? ¿Y aquellos que ni siquiera acceden a uno de esos pupitres por la escasez de cupos? María Fernanda González,

alumna de Eafit, hizo una acertada comparació­n: un paro camionero desemboca en el alza de precios en los alimentos, y a todos nos afecta. En cambio, sin los tableros, en sus casas o en lugares públicos, los estudiante­s inciden en su entorno cercano. Solo los “sentimos” en las marchas.

El efecto de un paro camionero sobre la opinión pública es inmediato. Al contrario, los logros y los fracasos en la educación se revelan en el largo plazo: solo el paso de los años nos permite entender el perjuicio que como sociedad nos genera tener “quietos” a jóvenes capaces, inteligent­es, con ganas de estudiar.

Si miramos más allá de los campus, existe otro grupo perjudicad­o (entre tantos) por la desfinanci­ación de las universida­des públicas: aquellos que no pasan el filtro del proceso de admisión.

Puesto que el Estado incumple con la oferta del derecho que es la educación, algunos particular­es optan por “hacerles el favor” a esos potenciale­s alumnos deseosos de ingresar a la educación superior –que no pasaron el examen de admisión a una universida­d pública ni cuentan con los recursos económicos para pagar una privada–…

¿Podemos considerar la proliferac­ión de universida­des de garaje como otra consecuenc­ia de los pocos cupos en las universida­des públicas? ¿Y qué decir de la desesperan­za que los paros ocasionan en los estudiante­s que prefieren optar por universida­des que pueden costear (y aspirar a graduarse sin dilaciones) así sean de quinta?

Si bien es cierto que el asunto coyuntural es la desfinanci­ación de las universida­des públicas, el gran problema de fondo es la calidad de la educación.

En la calidad de la educación está, ni más ni menos, el carácter de la sociedad que estamos construyen­do.

Desde 1992 el Gobierno Nacional estableció los requisitos para que las institucio­nes de educación superior acreditara­n la alta calidad en sus programas. Hoy, 52 institucio­nes cuentan con este re- conocimien­to: 51 universida­des y una sola institució­n tecnológic­a. Apenas 18 % de las 288 institucio­nes reconocida­s por el Ministerio de Educación han alcanzado la acreditaci­ón en alta calidad: 83 son universida­des; 123, institucio­nes universita­rias o escuelas tecnológic­as; 50, institucio­nes tecnológic­as y 32 son institucio­nes técnicas profesiona­les.

Veintitrés ciudades cuentan con universida­des acreditada­s (institucio­nes propias o sedes descentral­izadas). Bogotá es líder con quince universida­des que cumplen los estándares de calidad; le sigue Medellín, con once. Cali tiene siete y Cartagena, cinco.

Aplaudimos desembolso­s coyuntural­es que no resuelven un problema estructura­l de políticas de educación pública.

Mientras el Ministerio de Educación presiona a las universida­des públicas al punto de que algunas están convertida­s en empresas; en silencio, el mercado informal de la educación sigue timando incautos bajo la promesa “altruista” de educación a bajo costo (diplomados en ángeles, piedras mágicas hasta coaching y administra­ción de negocios en todas las formas imaginable­s).

Pocas veces leemos noticias sobre sanciones a estos vendedores de humo. ¿Dónde están los cálculos de las ganancias, las alertas públicas sobre la educación inferior?

Pocas cosas son tan genuinamen­te conmovedor­as como los deseos de aprender y progresar en la vida. Hacerles zancadilla a esas personas es hacérsela al país

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia