El Colombiano

EL SILENCIO

- Por HERNANDO URIBE C., OCD* hernandour­ibe@une.net.co

Para el místico, que es quien cultiva su relación de amor con el Creador, el silencio no es ausencia de palabras, ruidos o sonidos, sino la plenitud de la Palabra y la armonía suprema. No hay lenguaje más elocuente que el del silencio.

Santa Teresa escribía en las noches robándole tiempo al sueño, momento privilegia­do para extraer de la mina del silencio el tesoro de la palabra a la cual traducía lo que le enseñaba “sin ruido de palabras” el Maestro divino.

Juan Pujol cuenta que Emerson fue de América a conocer a Carlyle, quien lo recibió invitándol­o a sentarse frente a él, que se sentó junto a la chimenea, y encendió su pipa. Pasaron las horas sin pronunciar palabra. Al amanecer, Carlyle despidió así a Emerson: “Es ésta una de las noches más felices de mi vida”.

En “La Hojarasca” de Gabriel García Márquez leemos: “-Doctor, ¿Usted cree en Dios?... -Es difícil saberlo. - ¿Pero no le produce temor una noche como ésta? ¿No tiene usted la sensación de que hay un hombre más grande que todos caminando por las plantacion­es, mientras nada se mueve y todas las cosas parecen perplejas ante el paso del hombre?”. El doctor quedó desconcert­ado de que alguien se diera cuenta “de ese hombre que camina en la noche”. Un desconcert­ado del silencio.

Para el místico, que es quien cultiva su relación de amor con el Creador, el silencio no es ausencia de palabras, ruidos o sonidos, sino la plenitud de la Palabra y la armonía suprema. Y San Pablo ve en el silencio el designio oculto de salvación destinado a ser revelado.

Para san Gregorio Magno, el silencio es la casa del místico y Dios es “el Señor del silencio”. El silencio, la palabra más elocuente que Dios pronuncia, es la patria del místico, y la palabra, el viaje que emprende por amor a los demás. Para Ángel Silesius, gran místico alemán, Dios está tan por encima de todo, que la mejor oración es el silencio.

San Juan de la Cruz nos invita a poner en silencio las potencias para que hable Dios. Y agrega: “Como en silencio y quietud… enseña Dios ocultísima y secret ís imamente al alma sin ella saber cómo”.

No hay lenguaje más elocuente que el del silencio, atmósfera, actitud de inagotable­s sorpresas gratas. Del silencio podemos decir lo que

José Echegaray afirma de la belleza. “La belleza, lo que es no lo sabemos, quizás no lo sepamos nunca, pero la belleza palpita en todo cuanto existe”.

Hablamos de la multitud solitaria y también de la multitud silenciosa, gente desconcert­ada con el tesoro de la soledad, con el tesoro del silencio. Al hombre actual le urge el descubrimi­ento de ambos. En ellos descubrirá fascinado la grandeza sublime de su ser, imagen y semejanza del Creador

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