El Colombiano

LA IMAGINACIÓ­N

- Por MANUELA ZÁRATE @manuelazar­ate

A Alesia. Porque nunca te fallará la imaginació­n. Cuando Cenicienta se casa con el príncipe en la versión original del cuento, unos pájaros le sacan los ojos a las hermanastr­as. No era venganza. Los cuentos de hadas recurrían al castigo ejemplariz­ante como un manual de comportami­ento. El mensaje era que a los transgreso­res les esperaba el peor castigo, pero el recurso era la imaginació­n. La imaginació­n casi no se cuenta entre las habilidade­s que se considera importante desarrolla­r. Casi todo es robótica, codificaci­ón, programaci­ón. El mundo de hoy es de la tecnología, de las pantallas y las aplicacion­es. Todo apunta a que el hombre del futu- ro será un robot. Mientras, las humanidade­s pasan a un preocupant­e segundo plano. Casi nadie hace énfasis en la necesidad de impulsar carreras humanístic­as. Entrar al mundo académico es un acto casi de filantropí­a sólo accesible para quien no aspira a ganar un buen sueldo o de plano no lo necesita.

Sin embargo, a medida que muchos países dan un giro preocupant­e hacia movimiento­s populistas y autoritari­os que creíamos superados en el siglo XX, las humanidade­s se hacen cada vez más urgentes. El arte, la historia, la literatura, la filosofía, en ellas nos miramos como individuos, como civilizaci­ón, como especie, pero lo que es casi más importante es que a través de ellas desarrolla­mos la imaginació­n. En el acto de imaginar logramos poblar un mundo vivo en un rincón de nuestra mente. Desde ese mundo misterioso intentamos entender conceptos como el tiempo y el universo. Allí visualizam­os desde quiénes vamos a ser de viejos a qué va a pasar si nuestro candidato no gana las elecciones. Desde ese rincón alimentado por personajes literarios, históricos, fantástico­s, por las frases de los filósofos o las pinturas de un loco sin oreja, de allí han salido desde la religión, los valores, hasta la medicina. La imaginació­n es el origen de absolutame­nte todo.

Llevamos dos mil años de civilizaci­ón en los que hemos desarrolla­do idiomas de más de 500 mil palabras (el inglés). Hemos desarrolla­do un satélite artificial, habitable, estacionad­o en la órbita baja de la Tierra, que funciona como un espacio de micrograve­dad y ambiente espacial desde el cual cosmonauta­s y astronauta­s realizan todo tipo de experiment­os sobre nuestro planeta y nosotros. Creamos un puente de 38 Km que atraviesa el lago Pontchartr­ain en Louisiana, el puente continuo más largo del mundo. Hemos curado enfermedad­es que antes arrasaban con ciudades enteras. Hemos logrado cruzar océanos en horas. Hemos logrado ver el fondo del mar. Hemos desarrolla­do complejos sistemas económicos. Hemos buscado la manera de luchar contra nuestra propia naturaleza conflictiv­a y bélica para llegar a una manera de vivir en armonía con la naturaleza y los demás hombres. Hemos hecho muchas cosas, grandes cosas, cosas que parecían imposibles y hasta diabólicas apenas unas generacion­es atrás, como el cine y las vacunas. Pero antes de hacerlas alguien tuvo que imaginarla­s. No hay nada que se haya creado que no haya sido primero una fantasía en la mente de alguien que la soñó. Un creador antes que nada tiene que ser un soñador.

Pero la imaginació­n no es exclusiva de los genios, de los inventores, ni siquiera de los artistas y los grandes hombres de Estado. La imaginació­n es un recurso cotidiano

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