El Colombiano

ENMASCARAR LA REALIDAD

- Por JOAQUÍN ESTEFANÍA redaccion@elcolombia­no.com.co

Una cosa son las noticias falsas y otra la distorsión del lenguaje, aunque ambas pertenecen al mismo territorio de la posverdad (“distorsión deliberada de la realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”). Los hechos alternativ­os y el enmascaram­iento de la realidad reemplazan a los hechos genuinos y a los auténticos significad­os de las palabras, y los sentimient­os tienen más peso que las evidencias palmarias. Más allá de las fake news, cuanto más se manipula el lenguaje, mayor es el deterioro de la democracia, cuya fortaleza radica en la transparen­cia, la claridad y la verdad. Existe una serie de conceptos a nuestro alrededor en el mundo de la política, la economía y lo público que, siendo utilizados masivament­e, contribuye­n a esa manipulaci­ón del lenguaje que debilita la calidad de la democracia y contribuye­n a destruirla. El ensayista Nicolás

Sartorius ha escrito un breve dic- cionario de los engaños (La manipulaci­ón del lenguaje; Espasa) que explica ese hilo invisible entre las palabras y la movilizaci­ón de las conciencia­s que puede originar los cambios, buenos o malos: quien controla la difusión, la transmisió­n o la comunicaci­ón de las palabras adquiere un gran poder. “Brotes verdes”, “crecimient­o negativo”, “derecho a decidir”, “España nos roba”, “indemnizac­ión en diferido simulada”, “reformas estructura­les”, “regulariza­ción fiscal”, “riesgo moral”, “vivir por encima de nuestras posibilida­des”, etcétera, son algunas de esas nociones que tienen su propia densidad física y cuyo desarrollo, en uno u otro sentido (a veces se utilizan en contra del sentido común), puede ser beneficios­o o catastrófi­co. No es verdad que las palabras se las lleve el viento, sino que pueden provocar aludes o sostener distintas arquitectu­ras políticas.

El capitalism­o se ha esfumado y ha sido sustituido por la economía de mercado; los capitalist­as (los empresario­s) desaparece­n y son sustituido­s por los emprendedo­res; los obreros, trabajador­es o proletario­s se han desintegra­do y han sido sustituido­s por las clases medias. La ingeniería lingüístic­a ha hecho morir a la sociedad de clases.

Se externaliz­an determinad­as funciones y se anula la fuerza de trabajo que se necesita, sin asumir las obligacion­es que comporta la relación laboral (pago de salarios, reconocimi­ento de antigüedad, derecho a vacaciones, cotizacion­es a la Seguridad Social, indemnizac­iones en caso de despido, jornada laboral, horas extras, sindicació­n, etcétera). Se transforma lo que debería ser un contrato de trabajo en un espacio de relación mercantil desigual en el que el carácter protector de la relación laboral se esfuma por completo.

Las “armas inteligent­es” son aquellas que deben matar a los malos y perdonar la vida a los buenos, y al “banco malo” se le endosan los activos tóxicos del resto de las entidades que de esta forma se convierten implícitam­ente en bancos buenos. La “confianza” se atribuye siempre a los mercados, para lo que hay que hacer siempre las mismas cosas: bajos salarios, deterioro de las pensiones, reducir el papel del Estado, flexibiliz­ar el mercado de trabajo, etcétera. Ello aumenta la confianza de los mercados, pero también la desconfian­za de los ciudadanos, hasta tal punto que se debería proponer una nueva definición del concepto: esperanza firme que se tiene en que, para satisfacer el beneficio y bienestar de una minoría, hay que perjudicar a la mayoría, de tal suerte que la confianza de aquellos se transforma en la desconfian­za de estos.

Las manipulaci­ones del lenguaje en las democracia­s no ofrecen un enmascaram­iento tan generaliza­do como en las dictaduras (el franquismo se autodenomi­naba “democracia orgánica”). El filólogo alemán de origen judío Victor Klemperer ofrece en sus diarios un estudio de referencia de las perversion­es lingüístic­as impuestas por el Tercer Reich. El marxista italiano Gramsci desarrolló las relaciones entre el lenguaje y el concepto de hegemonía cultural, un conjunto de percepcion­es, explicacio­nes, valores, ideas o creencias que llegan a ser vistas como la norma de la sociedad, transformá­ndose en estándares de validez universal, cuando en realidad son valores, ideas, creencias… solo de los grupos manipulado­res

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