Estados Unidos, ¿policía o mecenas del mundo?
El país con la economía más grande del planeta es también el que más dona al resto, en especial a aquellos en los que tiene intereses.
El dinero que Estados Unidos otorgó en ayudas extranjeras en 2016 equivale a casi ocho veces el presupuesto general de Honduras para el mismo año. La comparación extrema, una de las tantas que se pueden hacer, permite comprender la dimensión de la influencia de la mayor economía del mundo en sus relaciones con el resto de país, a través de una política exterior que tiene como uno de sus puntos principales la repartición de ayudas.
Estas llegan a casi todos los países. En 2016, el último año con datos completos registrados de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), 215 países recibieron al menos un dólar de Estados Unidos para distintos proyectos militares o económicos en sus territorios. Los estados receptores van desde los rincones más periféricos de Asia –Bután, Brunéi, Kirguistán– hasta aliados clave como Irak, Afganistán y Colombia, pasando incluso por rivales geopolíticos como Rusia, Cuba e Irán.
“Podría decirse que al ser la primera economía del mundo, se puede dar ese lujo”, afirma Mauricio Jaramillo, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Externado, “pero además, esa intención de tener un pie en cada lugar del planeta tiene que ver con el modelo político mesiánico que dio origen a Estados Unidos. Un país tendiente a la expansión, a la pretensión de liberar otros pueblos transfiriéndoles sus valores”.
Más que un lujo
Hay una razón para que la tercera parte de los 46 mil millones de dólares de ayudas de 2016 hayan sido destinados a medio oriente y al norte de África; para que desde 2001 –año a partir del cual se tienen registros– Israel y Egipto se hayan mantenido entre los 5 que más ayudas reciben; y para que el principal sector que concentra las ayudas, el de “conflicto, paz y seguridad”, duplique al segundo, el de atención del Sida.
Como explica Emilio Viano, profesor de política internacional de la American University de Washington, los montos de cooperación son una moneda de cambio de cara a los intereses geopolíticos de los países donantes.
Se trata para EE. UU. de una inversión en líneas estratégicas de su política exterior, como mantener a raya a Estado Islámico –razón del alto monto para Pakistán–, garantizar la posición de sus aliados en regiones con países que le son hostiles –Irak en Medio Oriente, Colombia en América Latina durante la expansión de gobiernos de izquierda– e incentivar economías en las que planea hacer inversiones, como Asia del Sur o África.
Prioridades del siglo XXI
Los grandes cambios en el mapa de ayudas de Estados
Unidos a partir del 2001 han sido la salida de Rusia del club de los principales receptores, pues hasta 2008 estuvo entre los primeros cinco países, y la incorporación de Afganistán e Irak entre estos, un efecto colateral de los conflictos bélicos que EE. UU. ha librado con estas naciones.
En 2001, dos años antes del inicio de la guerra con Irak, las ayudas que recibía sumaban apenas 151 mil dólares. Para 2005 llegaron a 8.500 millones de dólares. El escenario del principal conflicto en el que se ha involucrado Estados Unidos en lo que va de este siglo también es el que más dinero recibe de esta potencia.
El fin de estos recursos ha oscilado entre la atención humanitaria y los intereses económicos. Aunque el sector que más dinero obtuvo en 2003 fue
la atención de emergencia; en cuanto a actividades, la principal fue la restauración de la infraestructura petrolera, con 142 millones de dólares.
La otra gran coyuntura que cambió el destino de los dineros extranjeros de Estados Unidos en los últimos años fue el escalamiento de la tensión con Rusia. La cordialidad de las relaciones en los 90, tras la caída de la Unión Soviética, comenzó a deteriorarse a partir de 2008, cuando la potencia eurasiática entró en guerra con Georgia a pesar del rechazo de occidente.
Este hecho geopolítico, acentuado por la anexión de Crimea a Rusia en 2014, se vio reflejado en los montos de ayuda exterior. Rusia pasó de ser el tercer país que más aportes sumaba a ser uno de los menos beneficiados.
La ayuda como amenaza
Los compromisos de apoyo económico traen consigo la aceptación de un pacto tácito. “Los grandes donantes, como Estados Unidos y China, observan mucho cómo votan en Naciones Unidas los países a los que destinan sus ayudas”, afirma Viano.
Este control se hizo explícito en 2017, durante la Asamblea General de la ONU. Allí, el presidente de Estados Unidos
Donald Trump dijo que habría consecuencias para los países que no siguieran su línea en temas como las sanciones económicas a Irán: “Todas estas naciones que toman nuestro dinero y después votan contra nosotros en el Consejo de Seguridad o en la Asamblea. Bien, déjenles votar contra nosotros. Ahorraremos mucho. No nos importa”.
Esta amenaza como mecanismo de presión no es una carta nueva. Aunque, para Viano, Donald Trump la juega más a menudo que sus antecesores. La ocasión más reciente fue contra varios países centroamericanos: Honduras, El Salvador y Guatemala, sitios de partida de las caravanas de migrantes que desde octubre avanzan rumbo a Estados Unidos con la intención de pedir asilo y escapar de las condiciones de precariedad y violencia.
Contrario a lo que se pensaría, no todos estos fondos están destinados al campo militar. En Guatemala el principal sector beneficiado es el de educación. Como explica Ana María Salazar, exsubsecretaria del departamento de defensa de Estados Unidos durante el gobierno de Bill Clinton, en el caso de Centroamérica algunas de estas ayudas han dejado de lado de militar para concentrarse en el fortalecimiento de las instituciones.
A largo plazo, este objetivo también responde a los intereses de Estados Unidos, pues “permite reducir las condiciones que motivan la migración”, señala Salazar. Sin embargo, es mucho más fácil justificar ante el Senado los efectos inmediatos de una cooperación militar en los índices de seguridad que las mejoras a 10 o 15 años en las condiciones socioeconómicas de un país.
Estas tensiones, como señala Giovanni Reyes, economista de la Universidad de Harvard son propias de una globalización que “tiene como característica integrar a unos países a costa de marginar a otros”. Un escenario en el que Estados Unidos y las otras potencias, como jefes de mesa, reparten las cartas