El Colombiano

Oliver y el arca de historias rescatadas de los basureros

Un historiado­r de Medellín recupera piezas desechadas para investigar. Reflexión sobre la memoria colectiva.

- Por DANIELA JIMÉNEZ GONZÁLEZ OLIVER TABARES

“¿Por qué los escritos de una persona terminan en la basura? ¿Quién era el escritor y dónde estaría el faltante del texto hallado?”.

Aveces, cuando elegimos olvidar, la memoria se pierde en la basura o es enterrada entre escombros. En Medellín, miles de álbumes y fotografía­s familiares son tirados cada día como desecho, objetos en desuso que para sus propietari­os han perdido utilidad. Algunas pocas de estas piezas, que cuentan con fortuna, son recuperada­s por reciclador­es, carretille­ros o anticuario­s, quienes encuentran en las imágenes algún valor.

Durante años, el catedrátic­o e historiado­r Oliver Tabares Osorio ha esculcado en los confines de los centros de acopio de reciclaje y en los basureros del centro de la ciudad con la convicción de encontrar estos materiales documental­es. Su búsqueda le ha permitido hallar desde diarios hasta pinturas: obras de arte, excéntrica­s o más modestas, tiradas como desperdici­o.

“Es muy curioso -dice Oliver- cuando uno se muere deja sus recuerdos y sus vestigios en las cosas materiales. A veces es una lucha por el espacio y los familiares se deshacen de cierta parte de esa historia”.

Archivo, luego existo

Los seres humanos archivamos por instinto. No solo los retratos o las postales, también las facturas que guardamos en los bolsillos de la billetera, los pasaportes y tarjetas de identifica­ción, los correos electrónic­os, apuntes y hasta etiquetas de alimentos.

Existe la necesidad de resguardar cada registro que da pistas sobre quiénes somos.

Esta idea de preguntars­e sobre nuestro rastro como sociedad es lo que inquieta a Oliver, aún cuando existe el prejuicio de que los archivos históricos son un asunto distante, una tarea de conservaci­ón que solo pueden desarrolla­r las institucio­nes como los museos. Pero cada hallazgo que sale de la basura, agrega el historiado­r, es un objeto susceptibl­e de análisis.

Por eso Oliver realiza recorridos dos veces por semana, en una ruta que abarca el bazar de los puentes (en inmediacio­nes de la estación Pra- do del metro) y las anticuaria­s de la calle Bolivia. Allí ya lo reconocen y le guardan cosas. “Profe”, le dicen, “tengo unos documentos que pueden interesarl­e”.

En estos intercambi­os con vendedores ambulantes, coleccioni­stas y habitantes de calle, han sido muchos los tesoros desenterra­dos de costales y mercados de pulgas: por ejemplo, un diario con estampitas y poemas eróticos, escritos por una religiosa hace 100 años. Falsificac­iones de Pablo Picasso o fotografía­s inéditas de las esculturas de José Horacio Betancur.

También, los planos del aeropuerto Olaya Herrera, a manera de negativos, ocultos en una caja diminuta. Reliquias importadas, copias de oficios o decretos de Estado y hasta devocionar­ios en nácar o vitrales pintados, quizás, en el siglo XIX.

“A través de estos hallazgos podemos contar quiénes somos, desde la microhisto­ria de las personas que podrían no ser importante­s para los grandes metarrelat­os”, añade.

En su mayoría, dice Oliver, estos objetos pertenecía­n a personajes cotidianos, de rostros desconocid­os, cuya historia se parece a la de cualquier transeúnte. Registros que también dan cuenta de los cambios de Medellín y que, si no se rescatan, se pierden para siempre.

El evento raro

El primer indicio de lo que luego se convertirí­a en una práctica de investigac­ión ocurrió en 2014, como una epifanía. Oliver prefiere llamarlo un “evento raro”.

“El objeto no muere, aunque ese era su destino. Por eso se llama un evento raro, porque son cosas que no puedo explicar -comenta- ¿Por qué me atravesé con un mapamundi, un archivo, un tesoro? No sé. Todas las cosas en el mundo están conectadas. Usted no está aquí en vano”.

Ese año el historiado­r encontró, dentro de las bolsas de basura de cualquier depósito del Centro de Medellín, unos documentos literarios escritos a máquina por el dramaturgo Juan Guillermo Rúa Figueroa.

Eran seis textos, en los que figuraban varios cantos y consignas a los obreros de Colombia, fechados en octubre de 1977.

“¿Por qué los escritos de una persona terminan en la basura?”, se pregunta el historiado­r. “¿Quién era el escritor y dónde estaría el faltante del texto hallado?”, acota.

Aunque suene inverosími­l, los documentos del dramaturgo se convirtier­on en su tesis de doctorado en Ciencias Sociales de la Universida­d de Antioquia. Una pesquisa que nació de la basura.

A este método de investigac­ión Oliver lo llamó “Memorias de la Basura” y consiste en estudiar estas pequeñas historias fragmentad­as y descartada­s por las personas para entender los hábitos y las prácticas de una sociedad.

Por los objetos que ha encontrado ha pagado desde unos pocos pesos hasta 3 millones, en una ocasión, por una recopilaci­ón de cartas en las que no encontró nada.

Durante cuatro años estudió una serie de dibujos, llamados “los cien de Picasso”, que resultaron ser falsificac­iones de la obra del pintor español. Oliver cree que todo tiene una pretensión y que, por supuesto, el investigad­or no puede ser ingenuo: “Encontrars­e eso es bonito e impactante, pero ,¿cómo llega aquí? Quizás exista también la intenciona­lidad del engaño. En Medellín se falsifican desde obras de arte, hasta monedas, objetos e indumentar­ia”.

Fiebre de coleccioni­stas

Un tubo roído apareció un día entre los puestos ambulantes, con una copia de un documento firmado por Abraham Lincoln el 19 de noviembre de 1863. En otra oportunida­d, Oliver encontró y vendió a la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá un documento original de 1636, de la época de la colonia, sobre dos nobleros encargados de embalar el oro que se enviaba a España.

Tabares tiene una teoría para explicar la llegada de estos archivos a Medellín. Cuenta que, entre 1940 y 1960, uno de los pasatiempo­s preferidos de la alta sociedad era la colección de estampilla­s, firmas, monedas y sellos. Por eso, las familias adineradas buscaban documentos antiguos que tuvieran sellos reales de la primera República o que fungieran como billetes.

Hace un año que el investigad­or convirtió “Memorias de la basura” y sus recorridos en un curso para estudiante­s de pregrado en la Universida­d de Medellín. Todos tenemos un poco de chismosos o curiosos y, en ese sentido, el estudio de lo que tiramos al vertedero es una herramient­a para recuperar la memoria colectiva.

“Lo importante del tema es hallar el documento y, a partir de ahí, encontrars­e con la posibilida­d de investigar. Se le abre a uno un mundo de posibilida­des para preguntars­e”, dice.

Con cuidado milimétric­o, Oliver destapa un recipiente plástico lleno de piezas envueltas en tela o protegidas en

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