El Colombiano

CRÍTICA SUSURRAR EN MEDIO DE LOS GRITOS

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A veces los problemas no los tienen las películas sino nosotros. Cuando te acaban de dar una noticia maravillos­a y la felicidad se sale por tus poros, aquella sensible pero lentísima adaptación de una obra de teatro escandinav­a, que en otro momento te parecería profunda e interesant­e, puede no ser lo que necesites. De la misma manera, cuando estás triste porque acabas de percibir que el mundo, al menos tu mundo, sí depende de tus decisiones, esa comedia desenfadad­a de humor grueso te va a parecer más tonta de lo que es. Puede que eso sea lo que pase con La librería de Isabel Coixet.

Que en estos tiempos de noticias falsas, de exaltacion­es extremas, de luchas por los principios de la nación (y Nación con mayúscula inicial, faltaba más), este drama frío y flemático, en el que parece que nunca nadie va a levantar la voz, luce un poco como una vajilla muy fina en la que no nos atrevemos a servir la comida de todos los días. ¿Por qué ocurre esto? Probableme­nte porque todos los factores se juntaron para lograrlo. La película adapta una novela inglesa de finales de los setenta, y lo hace bajo la dirección de Isabel Coixet, que incluso en sus obras más logradas (como “Mi vida sin mí”, por ejemplo), prefiere jugar con cierta elegancia y sencillez en los planos, con ciertos tiempos medios en la narración, en la que poquísimas veces se pisa el acelerador. También ocurre porque un reparto como el escogido, con la belleza tranquila de Emilly

Mortimer protagoniz­ándolo, y con la inquie- tante pero suave presencia de Patricia

Clarkson como su adversaria, está allí precisamen­te porque lo que se busca es pintar con acuarela más que con óleo. Basta decir que en una escena de la película, Florence, la mujer que ha insistido en abrir una librería en ese pueblo donde nadie lee, se mide y se prueba un vestido rojo que la hace ver bellísima, pero finalmente decide no usarlo para no llamar la atención demasiado. Eso es lo que pareciera querer toda la película: no ser demasiado llamativa, ni subir el volumen o hacer escándalo, para que el gesto final caiga sobre el público con la trascenden­cia que tiene. Si miramos con un poco más de atención veremos que en realidad La librería es un homenaje a la importanci­a de los libros, a lo que puede ocurrir en la vida de alguien cuando abre el volumen indicado, y ciertas ideas en las que jamás había pensado llegan a su mente. En ese sentido, se presta incluso para una lectura política, pues el personaje de Bill Nighy representa a todos los que nos alejamos de la sociedad, decepciona­dos por su comportami­ento, para descubrir cuando queremos volver, que ya es demasiado tarde, que hemos dejado desde nuestra torre de cristal que la ignorancia comande al mundo. Pero puedo estar inventando esta interpreta­ción y viendo moralejas donde no las hay, en este cuento elegante y tibio, que tal vez no sea la película que necesitamo­s en estos tiempos de pasiones desenfrena­das, de odios irreconcil­iables. De gente que grita y grita sin escuchar a los demás.

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