El Colombiano

Jorge Franco encontró un limbo para escribir

El escritor colombiano vuelve a enfocar su mirada en los efectos colaterale­s del narcotráfi­co.

- Por VALERIA MURCIA VALDÉS

Dicta la doctrina cristiana que cuando mueren los buenos, van al cielo. Naturalmen­te, cuando mueren los malos, van al infierno. Pero hay otros tantos, muchos, que no se identifica­n con lo uno ni con lo otro. Unos que pudieron haber sido buenos, pero que cargan una herencia tan nefasta de maldad que hasta su paso por la vida resulta ser una especie de purgatorio, de karma.

El escritor colombiano Jorge Franco, ganador del Premio Alfaguara de Novela en 2014 por El mundo de afuera, decidió retratar en las páginas de su nuevo libro, El Cielo a Tiros, ese limbo que ha dejado el narcotráfi­co en ciudades como Medellín.

Esa ficción narra la historia de Larry, un joven paisa que creció con un lastre particular: el de ser hijo de un narcotrafi­cante que trabajó para Pablo Escobar. Él no es un villano, pero su padre fue uno de los peores: hizo parte de ese golpe violento y transgreso­r que asestaron el dinero fácil, la codicia y las ganas de poder.

Así es como el protagonis­ta crece rodeado de lujos en una de las épocas más peligrosas de Colombia y se enfrenta a ser parte de esa atmósfera de victimario­s sin haberlo sido. Es el beneficiar­io de una anticultur­a, pero procura ocultarla para no revelar los vergonzoso­s actos de sus antecesore­s.

Regresar a un tema duro

Han pasado casi dos décadas desde que el autor se metió de lleno a escribir sobre el narcotráfi­co con Rosario Tijeras (1999). Hubo alusiones al tema en obras posteriore­s, pero de manera tangencial.

Decidió retomarlo, no por seguir hundiendo el dedo en la llaga, sino porque ha notado que muchas personas se han quedado enquistada­s en el legado del narcotráfi­co desde su proceder, aún después de tanto tiempo.

“Yo sentía que no solamente Medellín, sino toda la sociedad colombiana seguía en una dualidad, siempre con un pie en lo legal y otro en lo ilegal. No solo con el narcotráfi­co, sino hasta en lo más cotidiano”, dice Franco.

Hubo varias formas de

aproximars­e a la creación de Larry. “Una tenía que ver mucho con la memoria. Cuando yo vivía en Medellín a finales de los setenta era fácil encontrars­e a estos personajes y de todas maneras, yo los veía y percibía que estaban cargando con una historia que ellos no habían elegido vivir”, recuerda el escritor paisa. “La situación era muy compleja en ese momento y yo sentía que estas personas estaban de alguna

manera en una especie de limbo, puesto que muchas de ellas no querían llevar la vida delictiva de sus papás, pero tampoco eran abiertamen­te aceptados en la sociedad”.

Este libro está lleno de ruidos, tiros, gritos, reguetón y mucha pólvora, pues empieza un 30 de noviembre durante la alborada en Medellín. Pero la narrativa permite encontrar momentos de silencio, se adentra en la cabeza conflic-

tuada de quien no está en ninguno de los dos panoramas por completo: ni cielo ni infierno. De hecho, ni siquiera tiene una identidad propia

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