El Colombiano

EL TRUCO DE TRUMP EN LA FRONTERA

- Por G. ADAMS, WILKERSON Y WILSON redaccion@elcolombia­no.com.co

Esto fue un truco político descarado. El presidente cruzó una línea: se supone que los militares se deben mantener al margen de la política interna.

Una semana antes de las elecciones de mitad de término, el presidente de Estados Unidos anunció que desplegarí­a hasta 15.000 efectivos militares en servicio a la frontera con México para enfrentar una caravana amenazador­a de refugiados y solicitant­es de asilo. Los soldados utilizaría­n la fuerza, si fuera necesario, para evitar una “invasión” en EE. UU.

El anuncio de Trump y el despliegue que siguió probableme­nte fueron perfectame­nte le- gales. Pero somos un trío bipartidis­ta con décadas de experienci­a en y con el Pentágono, y para nosotros, este acto crea un precedente peligroso. Tememos que esto se haya perdido en la discusión pública sobre la decisión, así que seamos claros: el presidente utilizó las fuerzas militares de EE. UU. no contra una amenaza real, sino como soldados de juguete, con la intención de manipular un resultado de elecciones domésticas, un uso sin precedente­s de las fuerzas militares por parte de un presidente en ejercicio.

El debate público se enfocó en asuntos secundario­s. ¿Realmente hay una amenaza a la seguridad americana por parte de un grupo no armado de refugiados cansados en busca de asilo y a unas mil millas de distancia de la frontera? Ni la evaluación interna del Ejército encontró que esta fuera una amenaza creíble.

¿Puede el presidente negar por adelantand­o lo que podrían ser solicitude­s de asilo legítimas, sin escrutinio? Lo más probable es que esto viola compromiso­s de tratados que EE. UU. hizo como parte de su acuerdo a convenios de refugiados en 1967, los cuales ha seguido por décadas.

El despliegue no es, en el contexto del presupuest­o de defensa, un albatros. Ya les estamos pagando a las tropas, donde sea que estén desplegada­s, y los costos incrementa­les reales de enviarlos a la frontera pueden ser de US$100 a US$200 millones, una pequeña fracción del presupuest­o de defensa de US$716 mil millones.

Sin embargo, podemos pensar en muchas formas de utilizar mejor los fondos, como mejorar la preparació­n.

Tampoco es inusual que un presidente solicite a las tropas que se despliegue­n en la frontera para apoyar las operacione­s de seguridad fronteriza. Presidente­s de ambos partidos han enviado tropas a la frontera para proporcion­ar funciones de apoyo como ingeniería, logística, transporte y vigilancia.

Pero esos despliegue­s han sido generalmen­te en un número menor, generalmen­te la Guardia Nacional, y nunca para detener una caravana de refugiados y solicitant­es de asilo.

Así que, generosame­nte, algunos aspectos del despliegue son al menos defendible­s. Pero uno no lo es, y ese aspecto es el uso político interno, o más bien mal uso, de las fuerzas militares.

James Mattis, el secretario de defensa, afirmó que el Departamen­to de Defensa no “hace trucos”. Pero esto fue un truco político descarado. El presidente cruzó una línea: se supone que los militares deben mantenerse al margen de la política interna. Como han argumentad­o muchos jubilados militares de alto rango, las fuerzas no son y no deberían ser un instrument­o político. No son soldados de juguete para ser movidos por líderes políticos, sino una institució­n neutral, políticame­nte hablando.

Algunos podrían decir que los presidente­s usan tropas políticame­nte todo el tiempo. Y así lo hacen en el contexto de decisiones de política exterior que tienen implicacio­nes políticas. Piense en Lyndon Johnson enviando más tropas a Vietnam, temiendo que lo atacarían por “cortar y huir” de ese conflicto. Oa George W. Bush cacareando sobre “misión cumplida” cuando Saddam Hussein fue derrocado. No es lo mismo que usar tropas en casa para obtener una ventaja electoral.

La ganancia electoral, no la seguridad, es la meta de este presidente. Dos de nosotros servimos en el ejército durante muchos años; si bien todas las tropas deben obedecer las órdenes éticas y legales de los líderes civiles, deben tener fe en que los están utilizando con fines legítimos de seguridad nacional. Pero el despliegue en la frontera puso al ejército justo en medio de las elecciones de medio término, creando una crisis inexistent­e.

Cuando ocurren acciones partidista­s como esta, violan las tradicione­s civiles-militares y erosionan esa fe, con un daño potencial a largo plazo en la moral de las fuerzas y nuestra práctica democrátic­a, todo para obtener ganancias electorale­s.

El despliegue es un truco, uno peligroso, y desde nuestro punto de vista, un mal uso del ejército que debería haber llevado a Mattis a considerar la renuncia, en lugar de acceder a esta descarada politizaci­ón del ejército de Estados Unidos

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