El Colombiano

Un barrio de pocos niños y sin iglesia en su parque

En Las Acacias, en Laureles, el lugar de encuentro es La Matea, una plaza que no tiene atrio. Sin edificacio­nes altas, alberga hogares para abuelos.

- Por DANIELA JIMÉNEZ GONZÁLEZ RÓBINSON SÁENZ

Yentonces la tragedia se traducía en una Navidad a oscuras. Ni un solo bombillo, ni una chispa de luz.

Era 3 de noviembre de 1948 y Magnolia Cano de Mesa llevaba diez meses en la penumbra. Con 22 años era una de las primeras pobladoras de un sector sin nombre y sin alumbrado eléctrico, un barrio vecino del ahora conocido Laureles.

Magnolia acababa de llegar y, por supuesto, no tenía entre sus planes celebrar la primera fiesta navideña en total oscuridad. Madrugó un día a la empresa de energía para solicitar la instalació­n de redes y, obstinada como era, lo logró.

“Muchachos, ¿quiénes quieren irse con la ‘monita’ a extender unas redes en un nuevo barrio por lados de Laureles?”, le dijo el director de la empresa de energía a sus trabajador­es.

Así, uno de ellos, coqueto, le respondió: “Con ella, hasta para el infierno nos vamos”.

Esa fue la primera batalla ganada por un barrio que recién comenzaba a construirs­e en la comuna 11 de Medellín.

A finales de los años cuarenta, los nuevos residentes, junto a Magnolia, crearon un centro cívico para bautizar al barrio que seguía creciendo.

En la primera reunión acordaron llamarlo Las Acacias, por el corredor de árboles de este tipo que habían conseguido sembrar, a lo largo de la calle 35, con apoyo de la Sociedad de Mejoras Públicas.

Treinta seis años vivió allí Magnolia y los relatos que acumuló como fundadora los escribió al pulso de la máquina de escribir en un libro llamado “Historia de mi barrio”.

Hoy, en una suerte de contradicc­ión, sobreviven solo un par de acacias en este barrio de Laureles, en límites con el sector de La Castellana e inmediacio­nes de la avenida 80.

Quedan, eso sí, las aves y los árboles frutales: mangos, limones, naranjas, mamoncillo­s. También, unos pocos edificios entre casas tradiciona­les, muchas de ellas convertida­s en oficinas de textiles, centrales de mercadeo o pequeñas industrias.

Construimo­s este parque

Los habitantes del barrio recuerdan que fue la Cooperativ­a de Institutor­es, con apoyo del Instituto de Crédito Territoria­l, la que trazó los planos del barrio, con el objetivo de ofrecer estabilida­d y acceso a lotes a los empleados de la creciente ciudadela industrial que era Medellín a mediados del siglo pasado.

Para Luz Stella Marín, habitante del sector y presidenta encargada de la Junta de Acción Comunal de Laureles Estadio, la esencia de Las Acacias son las mascotas y el parque La Matea, una pequeña plaza que tiene su propia cancha y en donde se disputan partidos de fútbol cada día.

La Matea es, quizás, el punto de encuentro más reconocido por los habitantes.

Recibe su nombre de una antigua quebrada que cruzaba la comuna 11 y se ha convertido, con los años, en uno de los lugares más queridos por la comunidad. Tanto así que lo han ido remodeland­o de a poco: primero le pintaron murales, instalaron sacos para que los jóvenes pudieran practicar boxeo, crearon juegos infantiles y un gimnasio al aire libre. Allí se realizan los mercados campesinos los fines de semana y los vecinos continúan sembrando arbustos.

“Una de las personas que me ayuda a sembrar en el parque es Raquel, que tiene una mano prodigiosa”, añade Luz Stella.

Las familias llegan con sus mascotas y es común que algunos visitantes, cuenta Marín, se tomen el trabajo de viajar desde otros municipios.

Añade que el viaje hasta Las Acacias vale siempre la pena, no importa desde qué tan lejos se llegue.

“Hay muchas especies de aves como loros, pericos, canarios. Llegan las familias con sus perros y los hay de todas las razas: desde el que tiene pedigrí, hasta el más criollo de los criollos”, comenta.

Un barrio atípico

Pocos son los niños que pueden verse por las calles del barrio. Luz Stella insiste en que, aunque sí los hay, Las Acacias es un sector residencia­l en el que predominan los hogares para adultos mayores. Solo alrededor del parque existen cuatro de estas institucio­nes.

Pero es, también, un sector atípico. Allí no ocurre lo mismo que en otros barrios de Medellín, cuyo corazón es una parroquia construida por los primeros feligreses.

En Las Acacias no hay iglesias, pero sí un convento que ocupa casi toda una cuadra. Aquellos que quieran asistir a misa deben desplazars­e hasta las iglesias de Santa Teresita o Santa Gema en Laureles.

Mientras pasea a su perro Titán por el parque de La Ma- tea, Laura Espinosa, una joven que ha vivido en el barrio durante 13 años, recuerda que la plaza que antes era manga y tierra se transformó en lo que para la comunidad es como un hogar: vienen los amigos de toda la vida, con sus perros, y llegan otros nuevos.

“Es muy acogedor. Mucha gente viene una vez y le queda gustando. Queremos tanto al parque que lo protegemos”, añade.

¿Cuál es la esencia de Las Acacias? Laura dice que es, seguro, que tiene “como una energía bonita”, una suerte de magia. “Entre las familias permanece la amistad de los primeros años. Muchos se han muerto, otros se han ido, pero la historia la seguiremos escribiend­o los que, como yo, vivimos para recordar”, concluye Magnolia en el último capítulo de su libro.

Laura cree que la magia sí existe y dice estar convencida de que los recién llegados pronto se convierten en compañeros. Las Acacias, añade, le da un espacio a todos: a los que llegan a entrenar, a los enamorados, a los jubilados que reposan a tomar el sol. A veces, incluso, a los perros sin hogar, que encuentran entre los visitantes a una familia

 ?? FOTO ?? Laura Espinosa pasea a su perro Titán por el parque de La Matea. El lugar cuenta con gimnasio al aire libre y es propicio para los partidos de fútbol y los mercados campesinos.
FOTO Laura Espinosa pasea a su perro Titán por el parque de La Matea. El lugar cuenta con gimnasio al aire libre y es propicio para los partidos de fútbol y los mercados campesinos.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia