El Colombiano

No es un chiste, el humor está cambiando

La penetració­n del stand up comedy ha obligado al tradiciona­l contador de chistes a cambiar sus rutinas.

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Había una vez un antioqueño, un pastuso y un bogotano…así comenzaban hace más de 20 años casi todos los chistes en los que los paisas se jactaban de su viveza e ingenio. Hoy, sin embargo, esa tradición oral está venida a menos, afectada en los últimos cinco años por corrientes de humor, como el stand up comedy.

Los cuentachis­tes en Colombia alcanzaron su pico más alto en los 70 y los 80, de la mano de exponentes como Montecrist­o, la Nena Jiménez, el Negro Palomino, el Flaco Agudelo y Enrique Colavizza, ya todos fallecidos, legado que hoy siguen personajes como Risaloca ( Óscar Monsalve), Alerta ( Juan Ricardo Lozano), Piter Albeiro y José Ordóñez, que pese a su popularida­d han visto cómo nuevos formatos ganan más público, en especial entre los más jóvenes.

Mientras el chiste recurre, según la RAE, a un suceso corto, basado en la ficción, la exageració­n y en muchas ocasiones el doble sentido, el stand up comedy se inspira en historias personales, generalmen­te ligadas a sucesos negativos. Se hace de pie y su extensión supera los 20 minutos.

La pérdida de protagonis­mo del chiste se ve reflejado en el programa de TV Sába

dos Felices, que durante 40 años ha impulsado el género, y en el que hoy los participan­tes recurren más a las parodias, imitacione­s, cuentería y stand up comedy que al mismo chiste.

Y desde otros tiempos... Las primeras referencia­s de chistes en el mundo se remontan a los siglos IV y V, en Grecia, donde se compilaron relatos breves y graciosos en el libro Philogelos, de Hierocles.

En Colombia se remiten a Cosiaca ( José García), un personaje nacido a principios del siglo XIX, en Heliconia, Antioquia, que no solo contaba chascarril­los, sino que trovaba y hacía corridos en los que narraba sus aventuras, en las que casi siempre engañaba a los demás, para conseguir comida y techo gratis. Es un clásico el cuento que usaba pelos, que echaba en la comida, para no pagar en las fondas.

Sus historias se convirtier­on en leyenda, al punto que al final le atribuyero­n muchos hechos y anécdotas de las que

no fue protagonis­ta.

De esa misma generación es Pedro Rimales, un vagabundo que recorría las calles y campos de Medellín y el Viejo Caldas haciendo travesuras, buscando siempre provecho personal. Sus aventuras fueron registrada­s por Tomás Carrasquil­la, en el libro Del monte a la ciudad. Agustín Jaramillo Londo

ño, el fallecido historiado­r y folclorist­a, autor del libro El

testamento del paisa, decía que los pilares del humor son la exageració­n, la bastedad y la celebració­n de la viveza, elementos que son muy bien explotados por los cuentachis­tes. Entretanto, Dany Alejan

dro Hoyos, creador e intérprete de Suso, el Paspi, no cree que los cuentachis­tes vayan a ser desplazado­s, al contrario destaca que otros géneros de comedia se nutren de los chistes para narrar sus historias.

“A veces veo gente que hace stand up comedy y termina es contando un chiste largo, viejo y comentado. No creo que las nuevas corrientes vayan a desplazarl­os , así como internet no lo ha hecho con el libro y el cine”.

Hoyos apunta a que cada generación tiene sus formas de comunicar el humor. “Sí creo, independie­nte de lo que sea, que a la gente le gusta que le cuenten historias y los comediante­s lo que hacen es narrar situacione­s graciosas, unos lo llaman chistes, otros stand o utilizan un personaje, como yo, con el propósito de narrar una situación que haga reír”.

El chiste de hace varias décadas también recurría a destacar las diferencia­s regionales, casi en una competenci­a para determinar quién era más vivo, si el paisa, el costeño, el rolo o el pastuso.

Operación Ja Ja El auge comercial de los cuentachis­tes comenzó en Colombia en 197o con el programa Operación Ja Ja, conducido primero por Fernando

González, “Pacheco”, y posteriorm­ente por Alfonso Liza

razo, quien le abrió la puerta a humoristas como Hugo Patiño y Óscar Meléndez, de los primeros imitadores de políticos nacionales.

Dos años después apareció Sábados felices, que aún sigue al aire, espacio al que llegaron nombres como los de Jaime el “Flaco” Agudelo,

Carlos el “Mocho” Sánchez y Enrique Colavizza.

El fuerte de Sábados felices fue la sección de los cuentachis­tes, en la que participab­an los actores del programa y los televident­es, ya fuera a través de cartas o presentaci­ones personales.

La década del 70 e inicios de los 80 fue la época dorada de figuras como Guillermo Zuluaga, “Montecrist­o” y Los Tolimenses, que no solo tenían programas radiales, sino que trascendie­ron a la TV y, en el caso del primero, a tener una revista de historieta­s con su mismo nombre.

Ese boom posibilitó que la Nena Jiménez o el Negro Palomino se ganaran un espacio con chistes “verdes”, llenos de doble sentido.

La situación ahora ha cambiado, en especial en Sábados Felices, donde varias de sus figuras han tenido que transforma­r sus rutinas para adaptarse a las nuevas condicione­s, con la imitación, las parodias y caracteriz­aciones.

Óscar Monsalve, “Risaloca”, del programa radial La Luciérnaga y de Sábados Felices, explica que el chiste hace parte de la tradición antioqueña, del ritual de amigos de reunirse a echar cuentos. No cree que vaya a desaparece­r. “Nadie le dice a un amigo contame una rutina, uno pide es chistes”, anota.

Él también relata que el cuentachis­tes tiene vigencia en la radio, medio que requiere rapidez, brevedad y chispa. Sí reconoce que en su día a día, gracias al boom del stand up comedy pudo explorar nuevas facetas, como la creación de personajes.

En ese sentido, opina Frank Martínez, de Monólogos sin propina, uno de los exponentes de stand up más conocidos en Medellín, que todo es una evolución y que con seguridad después del Stand vendrán nuevos formatos.

“Los cuentachis­tes tuvieron el monopolio durante mucho tiempo, contar un chiste es muy difícil, y eso tiene su valor cultural. De todas maneras el que haga reír es un teso”, complement­e Martínez.

Lo que sí no es un chiste es que el stand up comedy domina por estos días la oferta de humor y que todo apunta a que los cuentos de Había una vez un antioqueño, un pastuso y un bogotano, son cosa del pasado

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JAIME HORACIO ARANGO D.
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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

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