TENSIÓN EN LA SALA
La reunión del G-20 en Buenos Aires reveló la fotografía de una geopolítica en crisis. La incomodidad de los poderosos por el aislacionismo estadounidense, las disputas entre británicos y el resto de Europa por un Brexit a medio camino, el dedo acusador contra el príncipe saudí Mo
hamed bin Salman, los duros cuestionamientos contra
Vladimir Putin. Toda la diplomacia caminando en puntas para no ahondar la desgracia. Todos como pedazos de un multilateralismo que hace agua y cuyo mal momento no se puede ocultar tras las risas protocolarias.
El único logro resultó de un encuentro bilateral entre Washington y Pekín, en los bordes del fin de la reunión, para dar una tregua a la guerra comercial entre las potencias que tiene en pánico a la economía mundial. Una paradoja absoluta que, en un encuentro múltiple, sea un cara a cara lo más llamativo.
Por lo demás, fue evidente que no existen lazos de amistad suficientes para recomponer los vínculos maltrechos, ni autoridad moral que pueda dar lecciones. Mientras toma fuerza la idea de un nacionalismo férreo en los principales protagonistas, la idea de llegar a consensos se hace cada vez más difícil.
Es palpable la frustración al ver que, a excepción de mandatarios como el canadiense Jus
tin Trudeau o la alemana Ángela Merkel o el francés Emma
nuel Macron, lo que se impone en el cierre de esta segunda década del siglo XXI es el unilate- ralismo y la bravuconería. Trump al mando, no porque sus movimientos sean particularmente inteligentes sino por el poderío de su economía. Y con la Casa Blanca en retirada, la pirámide de poder empieza a tambalear. Algunos quieren tomar la batuta -muy pocos- y otros por el contrario superponen los réditos de política in- terna ante el desmadre global.
El encuentro de los veinte países más industrializados del mundo -y la suma de unos cuantos emergentes- que representan casi el 70 por ciento de la población mundial y generan más del 80 por ciento del producto bruto del planeta, resultó en un prototipo de fragmentación global.
Al final no se condenó ni siquiera el proteccionismo comercial que es ahora bandera de varios países. El documento definitivo, tan genérico como siempre en estos encuentros, no avanza de manera contundente en las preocupaciones más acuciantes y todo se queda en la vaguedad de compromisos que a nadie interpelan. Que ahora, más que nunca, a nadie importan ni comprometen ■
Fue evidente que no existen lazos de amistad suficientes para recomponer los vínculos ni autoridad moral que pueda dar lecciones.