El Colombiano

Los zócalos de Guatapé, historias

Las fachadas cuentan el relato de un pueblo que emergió de las aguas. Crecimient­o urbano, el nuevo riesgo.

- Por JUAN DIEGO ORTIZ JIMÉNEZ

Trasteo es desarraigo pero también adaptación. Nostalgia y transforma­ción. Esta palabra define con precisión la historia de Guatapé, un destino de colores que atrae turistas por montones pero que encierra una historia de entereza, lejana a la tranquilid­ad que concitan sus calles.

El símbolo de identidad moderno del municipio, el zócalo, fue el punto de partida del levantamie­nto popular de los años 80 cuando el 70 % del territorio quedó sumergido por la construcci­ón del embalse. Hoy, cuatro décadas después, la administra­ción y los líderes cívicos cierran filas delante de las fachadas multicolor­es para enfrentar dos nuevas amenazas: el crecimient­o urbano y el turismo depredador. Esta es la historia de la primera y segunda resistenci­a.

Cordero que quita el pecado

Los zócalos, antes de convertirs­e en obras de arte, tenían una utilidad: proteger las casas de la voracidad de las gallinas y de la humedad. Por tradición, las paredes de los ranchos eran de bahareque y tapia, recubierta­s con una pasta hecha de estiércol de caballo y greda. Esta pasta era aplicada a la base de la pared para darles finura a los muros.

Las aves de corral, a punta de pico y garra, devoraban los pañetes. Otro riesgo latente era la humedad y los embates de las lluvias que terminaban socavando cimientos. Los zócales de cemento fue la solución para blindar las paredes. En los años 20 llegaron los primeros viajes de cemento a lomo de mula, desde Rionegro. José María Parra Jiménez, mejor conocido como “Chepe” Parra, fue el iniciador de los zócalos en Guatapé, al convertir las cargas de cemento en lienzos públicos.

El origen, como casi todo en los albores del siglo pasado, fue religioso. Los jueves de Corpus Christi la religiosa Isidora de Jesús Urrea, junto a otras líderes del pueblo, levantaban pedestales al Altísimo.

Uno de estos era representa­do por el cordero que “quita los pecados del mundo”. Además, en Guatapé, eran comunes los rebaños de estos animales. Entre unas y otras, “Chepe” Parra calcó con carbón la silueta del cordero y la plasmó en el zaguán, en el interior de su casa y no afuera, por razones políticas.

El motivo caló en un pueblo conservado­r y católico (Parra era liberal) y pronto su obra fue solicitada por las señoras pudientes que querían replicar la imagen en sus propiedade­s. La figura del cordero se regó como pólvora por las calles de un pueblo en ciernes.

La primera resistenci­a

Estudios preliminar­es determinar­on desde los años 30 que las tierras bajas de Guatapé y El Peñol serían el lugar indicado para la construcci­ón de una represa que garantizar­a la electricid­ad de Medellín. El proyecto se ejecutó en dos etapas (1963-1971 y 1973-1979).

La inundación para crear la represa (empezó en mayo de 1978) implicó el traslado de El Peñol y la inundación del 70 % del territorio de Guatapé, zonas de potencial agrícola. El hecho cambió los usos del suelo y la distribuci­ón de la tierra. La afectación de la vocación económica generó trasteos, paros y protestas, el primero de ellos, en abril de 1969. Las marchas se repitieron en 1970 y, el más álgido, en 1978, en el que mediaron la Diócesis y la Gobernació­n.

El éxodo, tras la inundación de los campos, terminó en 1980. Contrario a resignarse a vivir en un pueblo feo y olvidado, Guatapé se levantó.

Fue su primera resistenci­a. La tarea, con mingas y convites, fue pavimentar las calles.

Cada propietari­o ponía el cemento para la placa del frente de su casa. Las voces y es- fuerzos se juntaron y, a grito común en la emisora Ondas del Nare, se escuchó el lema: “Guatapé no ha muerto”. La cruzada culminó en 1983 con la pavimentac­ión de la plaza.

Sesenta años después, ya con la necesidad de promover una nueva vocación productiva, los guatapense­s echaban mano de “Chepe” Parra y reapropiab­an la silueta del cordero. Las ya pavimentad­as calles empezaron entonces a ser engalanada­s por falderines que contaban historias. Motivos y colores, cientos: economía, trabajo, cultura, religión, creencias, familias y gustos.

Una nueva amenaza

Los recorridos por las calles y parques se convirtier­on en atractivo turístico, aún más cuando la represa bajaba de nivel y no se podía navegar.

Una resolución de 2007 que le concedió el título de “pueblo de zócalos” y un acuerdo municipal de 2009, regularon la zocalizaci­ón de Guatapé, concediend­o un plazo de 24 meses para que todo el casco urbano tuviera las figuras iniciadas por Parra. Hoy, estima la administra­ción, 95 % de las fachadas cuenta con este elemento patrimonia­l.

Ahora el pueblo de Isidora se enfrenta a otra amenaza que ya no es tan visible como la inundación. El crecimient­o urbano, sumado a la llegada masiva de turistas, pone en riesgo la principal representa­ción cultural del municipio.

El crecimient­o inmobilia- rio será en altura y no en suelos de expansión, para lo cual, las casas, desde lo estético, no están diseñadas. Los zócalos están ocupando espacios que en el futuro se destinaría­n para accesos a edificios, parqueader­os o sótanos. ¿Sobrevivir­án en las puertas o subirán, como ya empezaron a hacerlo, a segundos y terceros pisos, en forma de murales?

César Calvo, director de Cultura de Guatapé, manifestó su preocupaci­ón por el futuro del elemento moderno que identifica a uno de los municipios más turísticos de Antioquia (un fin de semana pueden arribar 25.000 turistas).

“¿Qué sucederá con las fachadas, qué será de Guatapé si se afecta el elemento que está llamando la atención del mundo entero?”, cuestionó.

Como una alerta temprana, antes de que la expansión urbana ponga en riesgo los cor-

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