El Colombiano

Declaració­n de DD.HH., 70 años

Se trata de la vigencia, hoy, de un marco de principios cuyo propósito absoluto es humanizar a los hombres, a sus Estados, a sus sistemas. Que nadie sea dueño de una vida despojada de dignidad.

- ESTEBAN PARÍS

La Declaració­n Universal de los Derechos Humanos, 70 años después, sigue siendo una utopía realizable. El sueño buscado de la especie, y la cirscunsta­ncia posible de plenitud ciudadana de las sociedades. El asunto es que hoy, esa carta, si se lee desde Colombia, por ejemplo, tiene el acento de un reclamo, de una exigencia, y no el tono de una experienci­a amplia, de realidad y gozo. Es un asomo, no el vuelo de las garantías y el respeto cierto de condicione­s de dignidad para 45 millones de compatriot­as.

Mañana 10 de diciembre, en la fecha clásica de conmemorac­ión de aquella jornada histórica en el seno de la Asamblea General de Naciones Unidas, el país podría hacer, más que una lista de tareas cumplidas, una reseña de obligacion­es pendientes del Estado con sus constituye­ntes. El derecho a la vida, esencial, el primerísim­o de los requirimie­ntos, vulnerado por la violencia de grupos armados organizado­s que, desde la ilegalidad, siguen atentando contra la posibilida­d de la convivenci­a comunitari­a y civil.

Aunque esas promesas conjuntas, lo reconoce la misma ONU, aún no se cumplen a cabalidad, el hecho de que la Declaració­n haya resistido el paso del tiempo es una prueba de “la duradera universali­dad de sus valores de igualdad, justicia y dignidad humana”.

La conjunción de voluntades diversas que representa, en el interés y la capacidad de concertaci­ón respecto de mínimos esenciales de convivenci­a, constituye un gran paso en la construcci­ón de un imaginario global de existencia colectiva respetuosa.

La Declaració­n Universal, el documento más traducido del mundo, en 500 idiomas, conserva actualidad y pertinenci­a. Se impone la integració­n de sus contenidos a la pedagogía de construcci­ón ciudadana universal y moderna.

Los derechos de primera, segunda y tercera generación siguen siendo unidades de contenido esencial de cual- quier país que pretenda reclamar para sí y para sus integrante­s una condición democrátic­a. Son la esfera envolvente en la cual debe gravitar la felicidad humana.

Divulgar una visión crítica del ejercicio de los derechos humanos en Colombia es parte de la defensa de un bien público, de obligacion­es que deben ser incorporad­as a un plan de acción gubernamen­tal con apoyo internacio­nal en tiempos y retos de posconflic­to.

El último informe de la ONU sobre DD.HH. en Colombia, en marzo pasado, entre 19 recomendac­iones enfatizó en la protección que requieren los líderes sociales, que sufrieron 441 ataques y 141 asesinatos en 2017. 14 mujeres murieron, el doble del período que antecedió esa estadístic­a. La vinculació­n de niños a grupos armados, aunque reducida dada la desmoviliz­ación de las Farc, aún es motivo de preocupaci­ón debido a la persistenc­ia del Eln y de bandas criminales en ese delito.

La violación de los derechos humanos en el país, también en materia social y política, exige incorporar indicadore­s fiables en las agencias del gobierno, no solo por obligación con la ciudadanía, sino para trazar controles a programas de apoyo internacio­nal.

Mañana, en la fecha clásica de la Declaració­n, el mundo y Colombia aceptarán el cumplimien­to apenas parcial de metas en DD.HH. La ausencia del Estado y la institucio­nalidad en amplios territorio­s representa­n el mayor reto y la circunstan­cia que agrava la orfandad que en Derechos Humanos sufren millones de seres, 70 años después de aquella vindicació­n histórica

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