El Colombiano

LA ANTIOQUEÑI­DAD, SIN EXAGERAR

- Por EDUARDO DOMÍNGUEZ GÓMEZ* redaccion@elcolombia­no.com.co

Me entusiasmo mucho cuando la identidad de los antioqueño­s sale a flote, porque es una de las narracione­s más aceptadas como verdadera entre los colombiano­s, sin embargo, en los términos en que la tradición la formula desde hace cien años, la busco desde hace cuarenta y no he podido comprobar su existencia para todo el departamen­to.

Desde 1915, Libardo López se propuso explicar la esencia de la antioqueñi­dad en varios artículos periodísti­cos que después reunió en el libro La

raza antioqueña. Eran tiempos en que la biología, y la genética en particular, creían sin dudarlo en que la humanidad estaba compuesta por razas que se identifica­ban a partir del color de la piel, sus creencias y tradicione­s lingüístic­as, alimentici­as y vestimenta­rias.

De las reflexione­s que suscitó y el ánimo de verse como un pueblo superior, que combinaba lo mejor del judaísmo y de los arios -sin darse cuenta siquiera de la contradicc­ión con los principios de la religión católica- emergió un glosario de adjetivos que se promueven como verdades sin lugar a discusión: Honestos, trabajador­es, empecinado­s, pujantes, recios, emprendedo­res, propietari­os y, sobre todo, blancos, descendien­tes de apellidos nobles en España y Portugal. Fundadores “de pueblos con el tiple y con el hacha”, dispuestos a demostrar su pureza de sangre (consecuenc­ias del racismo contra negros, amarillos, pardos, mulatos o zambos) con mapas genealógic­os detallados, pero con frecuentes incógnitas insolubles.

Las indagacion­es de muchos colegas han concluido que ese modelo de antioqueñi­dad representa a sectores muy escasos de la capital antioqueña y de algunas subregione­s del departamen­to que se imaginaron prolongand­o unos modos de ser presentes más en los anhelos que en la realidad. Con las consecuenc­ias discrimina­torias para las regiones del Bajo Cauca, el Urabá, el nordeste lejano, el suroriente, el suroeste o el norte del Área metropolit­ana de Medellín. Tierras donde predominan poblacione­s afrodescen­dientes, indígenas, y algunos de prosapia española con anhelos de nobleza, que han generado un mestizaje creativo, tolerante y tranquilo.

Lo doloroso con el mito de la antioqueñi­dad es que autoriza a quienes lo sienten como verdadero e irremplaza­ble a desconocer modos de vida ejemplares y éticos que el mestizaje ha generado para felicidad de la gente con sus músicas, sus alimentos, sus creencias, y les parece que son seres incompleto­s a quienes todavía “hay que civilizar”. Esta confianza excesiva en cualquier tipo de valores ( e identidade­s), por lo general deriva en fanatismo: esa pasión por las ideas y valores propios que nos lleva hasta anular a quienes no los compartan. A todas luces, una exageració­n inconvenie­nte para vivir tranquilos y hacer de Colombia una nación pacífica

* Historiado­r. Profesor titular Universida­d de Antioquia y Academia Antioqueña de Historia.

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