LA ANTIOQUEÑIDAD, SIN EXAGERAR
Me entusiasmo mucho cuando la identidad de los antioqueños sale a flote, porque es una de las narraciones más aceptadas como verdadera entre los colombianos, sin embargo, en los términos en que la tradición la formula desde hace cien años, la busco desde hace cuarenta y no he podido comprobar su existencia para todo el departamento.
Desde 1915, Libardo López se propuso explicar la esencia de la antioqueñidad en varios artículos periodísticos que después reunió en el libro La
raza antioqueña. Eran tiempos en que la biología, y la genética en particular, creían sin dudarlo en que la humanidad estaba compuesta por razas que se identificaban a partir del color de la piel, sus creencias y tradiciones lingüísticas, alimenticias y vestimentarias.
De las reflexiones que suscitó y el ánimo de verse como un pueblo superior, que combinaba lo mejor del judaísmo y de los arios -sin darse cuenta siquiera de la contradicción con los principios de la religión católica- emergió un glosario de adjetivos que se promueven como verdades sin lugar a discusión: Honestos, trabajadores, empecinados, pujantes, recios, emprendedores, propietarios y, sobre todo, blancos, descendientes de apellidos nobles en España y Portugal. Fundadores “de pueblos con el tiple y con el hacha”, dispuestos a demostrar su pureza de sangre (consecuencias del racismo contra negros, amarillos, pardos, mulatos o zambos) con mapas genealógicos detallados, pero con frecuentes incógnitas insolubles.
Las indagaciones de muchos colegas han concluido que ese modelo de antioqueñidad representa a sectores muy escasos de la capital antioqueña y de algunas subregiones del departamento que se imaginaron prolongando unos modos de ser presentes más en los anhelos que en la realidad. Con las consecuencias discriminatorias para las regiones del Bajo Cauca, el Urabá, el nordeste lejano, el suroriente, el suroeste o el norte del Área metropolitana de Medellín. Tierras donde predominan poblaciones afrodescendientes, indígenas, y algunos de prosapia española con anhelos de nobleza, que han generado un mestizaje creativo, tolerante y tranquilo.
Lo doloroso con el mito de la antioqueñidad es que autoriza a quienes lo sienten como verdadero e irremplazable a desconocer modos de vida ejemplares y éticos que el mestizaje ha generado para felicidad de la gente con sus músicas, sus alimentos, sus creencias, y les parece que son seres incompletos a quienes todavía “hay que civilizar”. Esta confianza excesiva en cualquier tipo de valores ( e identidades), por lo general deriva en fanatismo: esa pasión por las ideas y valores propios que nos lleva hasta anular a quienes no los compartan. A todas luces, una exageración inconveniente para vivir tranquilos y hacer de Colombia una nación pacífica
* Historiador. Profesor titular Universidad de Antioquia y Academia Antioqueña de Historia.