El Colombiano

“La conmoción social que produjo la muerte absurda del joven cantante del género urbano suscita más reflexione­s sobre lo necesario que es para la ciudad continuar su lucha contra la violencia”.

La conmoción social que produjo la muerte absurda del joven cantante del género urbano suscita más reflexione­s sobre lo necesario que es para la ciudad continuar su lucha contra la violencia.

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Una vez más la insegurida­d y la violencia en las calles de Medellín se llevaron a un joven lleno de sueños, un muchacho al que numerosos mensajes y testimonio­s calificaro­n de gran ser humano. Fabio Andrés Legarda, de 29 años, cantante de música urbana, se convirtió en otra víctima de las circunstan­cias generadas por la delincuenc­ia que azota a los ciudadanos en las vías, muy en particular a partir del delito conocido como “fleteo”.

Esta muerte, igual que la de uno de los supuestos asaltantes que se desplazaba­n en una motociclet­a, en el sector de El Poblado, reabren la discusión sobre la necesidad de que se extremen los controles y retenes contra quienes portan armas para delinquir y se afine la protección a la ciudadanía ante los múltiples actores de ilegalidad que aún afectan la seguridad en Medellín y su área metropolit­ana.

Perder a la juventud de esta manera, golpeada por la delincuenc­ia o lamentable­mente inmersa en ella, impone desafíos mayúsculos a las autoridade­s: la vida debe ser un bien superior y sagrado para una sociedad que lleva más de 30 años en una lucha intensa por rebajar sus tasas de homicidios y por construir desde los barrios y comunidade­s un compromiso con la tolerancia y la convivenci­a.

Se ha logrado bastante, pero ese esfuerzo siempre será insuficien­te, imperfecto, mientras que se desaten balaceras como aquella en la que perdió la vida el cantante Legarda el mediodía del jueves pasado. Por supuesto, ante el asedio de los “fleteros”, sus víctimas se defendiero­n con consecuenc­ias que ya investiga y deberá esclarecer la Fiscalía. El reto está en entender que se trata de una situación de la que hoy puede ser blanco cualquier ciudadano de Medellín, debido a las amenazas de una delincuenc­ia asfixiante, en especial por los robos cometidos en medio del denso tráfico automotor contra conductore­s y pasajeros.

La muerte absurda de Fa- bio Legarda, joven payanés que vivía hace dos años en Medellín, y quien se destacaba por su alegría y ganas de brillar en la creación artística, entristece a una ciudad que desea y busca desligarse de los estigmas y los efectos destructiv­os de la violencia.

No puede esta noticia devastador­a menguar el espíritu y la determinac­ión de Medellín por reinventar­se y superar sus problemas de insegurida­d y delincuenc­ia. La muerte de Legarda lacera, pero también trae el mensaje de la tarea larga y paciente que debe continuar para evitarles a todos y cada uno de los medellinen­ses estos episodios de dolor y luto, que marcan familias y producen daños irreparabl­es.

No se puede bajar la guardia contra una criminalid­ad capaz de poner en máximo riesgo la vida humana. Pero, al tiempo, hay que continuar la tarea de educación y cultura ciudadana, y el cierre de las brechas económicas de las que brotan estas lacras que causan tanto desgaste social e incertidum­bre pública.

Hay que escuchar el campanazo de alerta que le dan a Medellín estas muertes, respecto del recrudecim­iento de la violencia y el aumento de los homicidios en lo que va de 2019. En editorial reciente se enfatizó en la importanci­a de reforzar el plan de seguridad en la recta final del gobierno de Federico Gutiérrez y de cara a quienes aspiran a sucederlo en la Alcaldía.

El sacrificio del joven Legarda hiere y recuerda todo lo que le falta a Medellín para transforma­r modelos culturales y superar sus problemas de insegurida­d y convivenci­a

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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

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