El Colombiano

BAJO LA ALFOMBRA

- Por ALDO CÍVICO aldo@aldocivico.com

El cambio no puede concentrar­se solo en una política represiva, de golpes contundent­es a la organizaci­ón criminal.

La trágica muerte del cantante Legarda el jueves pasado, víctima de una bala perdida en el barrio El Poblado, nos recuerda que en Medellín sigue siendo posible morir estando en el lugar y en el momento equivocado­s, y que esto puede pasar no solamente en los territorio­s de la periferia, los cuales están muchas veces asociados históricam­ente con la violencia. De hecho, ¿cuántos no hemos transitado tranquilam­ente en nuestros carros por el sector de Patio Bonito a la hora del almuerzo, como lo hizo Legarda justo el día en que iba a estrenar su nueva canción?

La muerte de Legarda impacta aún más porque este YouTuber y reguetoner­o, que en su carrera había compartido escenario con artistas de la talla de Pitbull y Don Omar, representa la trayectori­a de vida de una generación que vive concentrad­a en realizar sus sueños, inspirando a sus contemporá­neos a trascender sus propias condicione­s. Este entusiasmo por la vida y la satisfacci­ón por los sueños logrados se reflejaban en su sonrisa.

La trágica muerte de Legarda debería llevarnos a reflexiona­r seriamente sobre cuáles son los modelos culturales y las normas sociales que siguen permitiend­o estos patrones de violencia en la ciudad. De hecho, su muerte no es solamente un evento trágico, ni es simplement­e un episodio más dentro de un amplio patrón de delitos que se cometen a diario en la ciudad. Hay que mirar más a fondo. Una historia que he encontrado en un libro del gurú del pensamient­o sistémico, Peter Senge, ilustra de manera clara lo que quiero decir.

Érase una vez un comerciant­e de alfombras que vio que su alfombra más hermosa tenía un gran bulto en el centro. Pisó el bulto para aplanarlo y lo consiguió. Pero el bulto reapareció en un lugar nuevo no muy lejos. Saltó de nuevo sobre el bulto y este desapareci­ó por un momento, ya que luego emergió una vez más en un nuevo lugar. Una y otra vez el comerciant­e saltó, rasgando y destrozand­o la alfombra en su frustració­n, hasta que finalmente levantó una esquina de la alfombra y una serpiente enojada se deslizó hacia afuera.

Si Medellín quiere resolver su historia de violencia tiene que ver lo que hay debajo de la alfombra. Como lo ha venido repitiendo el alcalde Gutiérrez, la transforma­ción de la ciudad no puede limitarse a la estética urbana, sino que tiene que enfo- carse de fachadas hacia adentro. Mirar bajo la alfombra es mirar a los modelos mentales. Asimismo, el cambio no puede concentrar­se solo en una política represiva, de golpes contundent­es a la organizaci­ón criminal, aunque son necesarios e importante­s, sino también en promover una cultura de la legalidad, que es necesariam­ente también una cultura de las oportunida­des y de los derechos humanos. Hay que promover prácticas de vida y de ciudadanía activa y responsabl­e para poder vencer las prácticas ilegales y violentas.

Este cambio tampoco puede ser solamente responsabi­lidad de una administra­ción. Toda una ciudadanía tiene que asumir el reto. La muerte de Legarda nos recuerda que hoy se necesita un nuevo pacto para Medellín entre empresas, academia, medios y sectores sociales, y juntos enfrentar lo que hay debajo de la alfombra

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