BAJO LA ALFOMBRA
El cambio no puede concentrarse solo en una política represiva, de golpes contundentes a la organización criminal.
La trágica muerte del cantante Legarda el jueves pasado, víctima de una bala perdida en el barrio El Poblado, nos recuerda que en Medellín sigue siendo posible morir estando en el lugar y en el momento equivocados, y que esto puede pasar no solamente en los territorios de la periferia, los cuales están muchas veces asociados históricamente con la violencia. De hecho, ¿cuántos no hemos transitado tranquilamente en nuestros carros por el sector de Patio Bonito a la hora del almuerzo, como lo hizo Legarda justo el día en que iba a estrenar su nueva canción?
La muerte de Legarda impacta aún más porque este YouTuber y reguetonero, que en su carrera había compartido escenario con artistas de la talla de Pitbull y Don Omar, representa la trayectoria de vida de una generación que vive concentrada en realizar sus sueños, inspirando a sus contemporáneos a trascender sus propias condiciones. Este entusiasmo por la vida y la satisfacción por los sueños logrados se reflejaban en su sonrisa.
La trágica muerte de Legarda debería llevarnos a reflexionar seriamente sobre cuáles son los modelos culturales y las normas sociales que siguen permitiendo estos patrones de violencia en la ciudad. De hecho, su muerte no es solamente un evento trágico, ni es simplemente un episodio más dentro de un amplio patrón de delitos que se cometen a diario en la ciudad. Hay que mirar más a fondo. Una historia que he encontrado en un libro del gurú del pensamiento sistémico, Peter Senge, ilustra de manera clara lo que quiero decir.
Érase una vez un comerciante de alfombras que vio que su alfombra más hermosa tenía un gran bulto en el centro. Pisó el bulto para aplanarlo y lo consiguió. Pero el bulto reapareció en un lugar nuevo no muy lejos. Saltó de nuevo sobre el bulto y este desapareció por un momento, ya que luego emergió una vez más en un nuevo lugar. Una y otra vez el comerciante saltó, rasgando y destrozando la alfombra en su frustración, hasta que finalmente levantó una esquina de la alfombra y una serpiente enojada se deslizó hacia afuera.
Si Medellín quiere resolver su historia de violencia tiene que ver lo que hay debajo de la alfombra. Como lo ha venido repitiendo el alcalde Gutiérrez, la transformación de la ciudad no puede limitarse a la estética urbana, sino que tiene que enfo- carse de fachadas hacia adentro. Mirar bajo la alfombra es mirar a los modelos mentales. Asimismo, el cambio no puede concentrarse solo en una política represiva, de golpes contundentes a la organización criminal, aunque son necesarios e importantes, sino también en promover una cultura de la legalidad, que es necesariamente también una cultura de las oportunidades y de los derechos humanos. Hay que promover prácticas de vida y de ciudadanía activa y responsable para poder vencer las prácticas ilegales y violentas.
Este cambio tampoco puede ser solamente responsabilidad de una administración. Toda una ciudadanía tiene que asumir el reto. La muerte de Legarda nos recuerda que hoy se necesita un nuevo pacto para Medellín entre empresas, academia, medios y sectores sociales, y juntos enfrentar lo que hay debajo de la alfombra