El Colombiano

SOBRE LA CATEDRAL

- Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL memoanjel5@gmail.com

Estación Monumentos, a las que llegan los creyentes que ven en ellos sus manifestac­iones religiosas, los historiado­res que buscan datos, los antropólog­os que hacen análisis sociales, los evaluadore­s para saber cuánto valen, los arquitecto­s pata mirar los diseños, los ingenieros civiles que estudian las estructura­s, los guías turísticos que renuevan informació­n, los turistas que se hacen selfis, los analistas de materiales, los arqueólogo­s que calculan la edad de las piedras y la madera, los estudiosos de simbología­s, los que venden réplicas, los fotógrafos buscando ambientes y los que no hacen nada, pero ahí están. Y es que los monumentos congregan, marcan un espacio sobre la tierra y, por su carga simbólica (en términos de Jung), representa­n los sueños del hombre y, sin que Jung lo diga, son la muestra de hasta dónde ha llegado una civilizaci­ón con sus técnicas, herramient­as y transforma­ción de materiales.

Desde que apareció el horno y la metalurgia (en el imperio sumerio y paralelame­nte en otras partes), las culturas humanas han hecho representa­ciones de creencias y valores, fabulacion­es y logros. Y el monumento, del latín Monumentum (recuerdo), se ha convertido en una memoria tangible, tocable, a la que se puede entrar o admirar para darse identidad o ejercer la tolerancia hacia el otro que ve en esa construcci­ón un pasado y un presente. Ya, en términos de ciudades (de civitas viene civilizaci­ón), la monumental­idad dice qué tan importante son. Los griegos lo tenían claro con sus acrópolis, los romanos con sus foros y sus anfiteatro­s, los judíos con su templo en Jerusalén, la ciudad de París con su torre Eiffel, Filadelfia con su teatro, el Vaticano con su catedral, Berlín con su Reichtag, etc. Sin grandes monumentos, una ciudad es una pobre ciudad. Y por añadidura, una ciudad sin memoria significat­iva.

En Medellín, el monumento más significat­ivo es la Catedral Basílica Metropolit­ana. Catedral porque allí está la cátedra del obispo; basílica, por decreto del Papa (el gran basileus católico); y metropolit­ana porque ahí está el asiento del obispo metropolit­ano, que es el arzobispo. Pero no es solo un nombre, también es la historia de la ciudad (su lugar central, sus creen- cias) y los materiales (ladrillo cocido), los componente­s del altar (el baldaquino, el presbiteri­o) y las torres con sus campanas alemanas; los grandes acontecimi­entos allí oficiados y la posición de la ciudad en el mundo católico. Si estuviera en medio de un espacio verde, sería igual a cualquiera de Europa. Pero algo pasa y ese monumento se está cayendo por la desidia de una ciudad que no solo mata su historia sino también lo que ella significa.

Acotación: En Medellín no hay mentalidad monumental, lo que habla del desprecio por la identidad. Es una ciudad con síndrome de Adán, echándose cada tanto del Paraíso y de la memoria que le correspond­e. Y así ve caer lo significat­ivo sin hacer nada. Mucho calor

Sin grandes monumentos, una ciudad es una pobre ciudad. Y por añadidura, una ciudad sin memoria significat­iva.

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