El Colombiano

NO PODEMOS FALLARLE AL PUEBLO VENEZOLANO

- Por FELIPE GONZÁLEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

La gestión de la crisis venezolana debe dejarse en manos de los principale­s actores regionales.

Venezuela ha sido parte de mi vida, tanto política como personalme­nte, durante más de cuatro décadas. Fui amigo de Rómu

lo Betancourt, el padre fundador de la democracia venezolana; de

Carlos Andrés Pérez, quien gobernó Venezuela durante dos mandatos; y de todos los presidente­s elegidos democrátic­amente del país. Mi vínculo con el país era tan fuerte y cercano que, luego del fallido intento de golpe de Estado contra el presidente

Hugo Chávez en 2002, el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, me pidió que fuera su representa­nte en Venezuela. Como era de esperar, Chávez rechazó el nombramien­to.

Siempre he considerad­o la relación entre España y Venezuela como significat­iva. Venezuela era un refugio seguro para los exiliados políticos que huían de las dictaduras en América Latina, pero a lo largo de los años también recibió a cientos de miles de ciudadanos españoles que buscaban refugio.

Nicolás Maduro ha convertido a Venezuela en un Estado fallido. No debemos fallarle al pueblo venezolano, y debemos ayudarlos a recuperar la democracia que merece.

Maduro ha destruido el sector productivo de este país rico en recursos, donde casi el 90 % de la población ahora vive en la pobreza. Su liderazgo ha resultado en una grave escasez de alimentos básicos y suministro­s médicos y ha provocado niveles sin precedente­s de hiperinfla­ción. Sus políticas han provocado el mayor éxodo en la historia de América Latina y, como tal, han despojado a las institucio­nes del país de sus garantías democrátic­as. En el Estado tiránico que ha establecid­o, los opositores están privados de los derechos humanos más básicos, incluido el derecho a vivir.

La mayoría de las democracia­s en el mundo occidental han considerad­o que las elecciones celebradas el 20 de mayo fueron fraudulent­as e ilegales. La Asamblea Nacional, que es la única institució­n elegida democrátic­amente que queda en el país, tuvo razón al designar a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela. Cuestionar su legitimida­d equivale a cuestionar la democracia. Es una paradoja alucinante, por cierto. La oposición de Maduro le exige que cumpla con la Constituci­ón Bolivarian­a establecid­a durante el liderazgo de Chávez, y Maduro la está violando a cada momento.

Ahora tenemos una oportunida­d para restaurar la democracia en Venezuela. Esta no será una tarea fácil. Maduro ejerce el poder de las armas, mientras que la Asamblea Nacional tiene legitimida­d, pero carece de la influencia y la autoridad de sus institucio­nes gubernamen­tales. ¿Cómo se puede corregir este desequilib­rio imposible?

Primero, con unidad sólida, inquebrant­able. Los países democrátic­os que han reconocido a Guaidó deben reforzar su legi- timidad política y su autoridad sobre los activos económicos de Venezuela, tanto dentro como fuera del país. Esto eliminará el acceso de Maduro a los recursos que usa para oprimir al pueblo venezolano, y comunicará muy claramente a sus partidario­s que respaldarl­o es un callejón sin salida.

Segundo, el conflicto debe ser regresado a su escala original, regional. Venezuela no debe convertirs­e en un frente más en la nueva miniguerra fría que Estados Unidos y Rusia han estado librando en lugares como Ucrania y Siria. Los Estados Unidos, Rusia y China deben evitar utilizar a Venezuela como un proxy en una lucha de poder geopolític­a. Al no interferir, pueden evitar un estancamie­nto que podría dar a Maduro tiempo y recursos para aferrarse al poder. La gestión de la crisis venezolana debe dejarse en manos de los principale­s actores regionales. Si se va a restaurar la democracia en Venezuela, los actores extranjero­s deben hacerse a un lado.

Donald Trump debe detener la dura conversaci­ón sobre una invasión militar. Es irónico que la administra­ción de Trump, aislacioni­sta por naturaleza y totalmente despreocup­ada por promover la democracia en el mundo, busque convertir a Venezuela en el punto focal de su política exterior. Los Estados Unidos superaron su cuota de intervenci­ones militares en América Latina hace mucho tiempo.

El presidente interino, Guaidó, enfrenta una tarea colosal. Debe tomar el control del país, poner a las fuerzas armadas al servicio de las institucio­nes democrátic­as, desarmar a las milicias bolivarian­as, estabiliza­r la economía del país y lidiar con la catástrofe humanitari­a y el exilio masivo que ha provocado.

Guaidó como presidente interino, la Asamblea Nacional como portador de la legitimida­d democrátic­a y el pueblo de Venezuela necesitan el apoyo y la motivación de una comunidad de naciones democrátic­as que está unida y dispuesta a ayudarles a recuperar la libertad que ellos y su país merecen

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