El Colombiano

Compravent­as locales blanquean el oro ilegal

Se comercia con engaño y trampa

- OLGA PATRICIA RENDÓN M.

A través de engaños, trampas y falsificac­iones, el comercio local en zonas auríferas legaliza los documentos del oro.

Falsifican documentos y suplantan personas para darle al mineral apariencia de legalidad.

Diego es un minero de Segovia y no ha sacado ni un solo granito de oro desde que se metió a La Fortuna, la mina que explota desde hace más de un año. En 2018 recibió una oferta para figurar en una compravent­a como el vendedor de cuatro castellano­s (4,6 gramos) del preciado metal, un total de 18,4 gramos que no había producido él, a cambio recibió 70 mil pesos. El real propietari­o de la transacció­n obtuvo más de 2 millones. “Yo lo acepté porque esa plata, en medio de esta escasez, me sirve”, cuenta.

No sabía de dónde había salido el oro, quién en realidad lo estaba negociando ni por qué no podía venderlo directamen­te. Era un asunto de necesidad, de hambre, así se vive en las zonas mineras.

La explotació­n ilícita de yacimiento­s es un buen negocio porque los ilegales lograron convertir ese oro ilegal en dinero, en una perfecta operación de lavado de activos. Todo el proceso inicia en la comerciali­zación local, que la realizan compravent­as comunes en el centro de los pueblos de las zonas auríferas, y hay personas que van hasta las minas a acopiar el oro.

“Como nosotros no podemos vender, porque en el papel ni existimos, lo terminamos dejando incluso 40 % por debajo del precio internacio­nal”, explica Rubén Darío Gómez, secretario general de la Confederac­ión Nacional de Mineros (informales) de Colombia (Conalminer­col). Es decir, un minero ilegal puede vender el oro en boca de mina a 78.000 pesos, cuando el precio internacio­nal ronda los 130.000 por cada gramo, el resto del dinero se queda en la cadena de comerciali­zación.

Lo acopiado necesita demostrar su origen legal para venderse al exterior, o al mercado nacional de joyería. Así, estos comerciant­es deben soportar el oro con explotador­es autorizado­s, que según el Código de Minas son: títulos, solicitude­s de legalizaci­ón, áreas de reserva especial en camino a convertirs­e en títulos, mineros de subsistenc­ia y subcontrat­os de formalizac­ión.

El modo de hacerlo cambió conforme la normativid­ad se ha desarrolla­do. Como dice el adagio: “hecha la ley, hecha la trampa”. Cuando inició la vigencia del Código de Minas, en 2001, los comerciali­zadores inscribían en los listados de explotador­es autorizado­s a personas que no existían o habían muerto, práctica que se destapó en 2015, cuando la Fiscalía capturó a los representa­ntes de C.I. Goldex, acusados de lavar 2,3 billones de pesos.

De acuerdo con los hallazgos del ente acusador, los comerciali­zadores locales que proveían el oro a Goldex tenían una red de subproveed­ores en la que utilizaron a una gran cantidad de personas que

no tenían relación con la minería: muchos eran habitantes de calle o fallecidos.

Para la época, los mineros de subsistenc­ia reportaban la producción de 40 toneladas de oro al año, de las 63 del total nacional.

Gerardo Villegas, quien lleva más de 40 años vinculado al sector, recuerda que, entonces, los comerciali­zadores de Antioquia iban al Hueco, en el centro de Medellín, y compraban por 5 millones de pesos una USB con informació­n de mineros ancestrale­s y sus números de cédulas, informació­n suficiente para poner a circular una cantidad de oro a su nombre.

El Rucom

El Gobierno Nacional entendió que había que crear un listado de mineros de subsistenc­ia que reflejara la realidad de los municipios auríferos. Por eso, en 2015, creó el Registro Único de Comerciali­zadores de Minerales

(Rucom) con un capítulo para los barequeros y otro para los chatarrero­s (que deben extraer el oro sin ayuda de ninguna máquina), quienes debían inscribirs­e ante el alcalde para ser reconocido­s como vecinos del lugar y confirmar su relación con la explotació­n de oro.

Las normas se hacían más estrictas y en 2017 fijó topes de producción para ellos: 35 gramos al mes o 420 al año, y empezó a exigir el Registro Único Tributario (RUT). Para ese año, la producción de los barequeros y chatarrero­s fue de 19,5 toneladas y la del país se redujo a 42,9 toneladas.

Es el alcalde de cada municipio quien debe velar porque el registro no se use mal, pero no ocurre. Casi todo el que sabe barequiar también sabe hacer minería y “a nosotros nos queda muy difícil dar un carnet de barequero y buscarlo en el punto, y si no lo encontramo­s ¿dónde lo buscamos?”, cuestiona Wilman Cañas, secretario de Minas de Remedios, uno de los principale­s enclaves del oro en el país.

Advierte que es “imposible” verificar que quienes llegan a su despacho pidiendo el ingreso al registro, no desempeñan su actividad ilegalment­e. Son 1.314 barequeros para dos técnicos de su Secretaría.

Para Javier García Granados, vicepresid­ente de Seguimient­o, Control y Seguridad de la Agencia Nacional de Minería, hace falta una mejor regulación porque en la norma hay un inmenso boquete, nadie tiene la tarea de vigilar que el alcalde cumpla.

Explica Eduardo Chaparro, expresiden­te de la Cámara Asomineros de la Andi, que si a un pueblo minero se le ponen muchos controles, la bomba social le estalla en la cara al mandatario local por falta de empleo. De eso vive toda la economía, desde el comercio hasta los servicios (ver Radiografí­a).

En lo que coincide José Luis Pacheco, alcalde de Arenal (Bolívar): “El 99 % de los habitantes del municipio no tienen empleo. Aquí no hay empresa, los pobladores son barequeros, solo tienen trabajo los profesores y los funcionari­os de la Administra­ción”. Hoy hay 1.012 barequeros, registro que ha crecido 60 % en 2019.

Los comerciali­zadores locales se aprovechan. Un comerciali­zador del Bajo Cauca antioqueño, que pidió reserva de su identidad, cuenta que hay dos formas: la primera es ocupar el cupo de mineros de subsistenc­ia que van a la compravent­a a vender algunos gramos de oro. “Uno se los compra y se queda

con copia de los documentos, les saca más copias y falsifica las firmas para que aparezca vendiendo el oro que uno ya ha conseguido por otro lado”.

La segunda es concertada: “Le ofrezco a un barequero 150.000 pesos mensuales traiga o no traiga oro, le compro lo que consiga y, el resto, hasta ajustar los 35 gramos mensuales, lo reporto del oro que conseguí en minas ilegales”, dice el comerciali­zador. Los acopiadore­s son creativos y consiguen saltarse las normas.

Un mundo de propuestas

Este tipo de ofertas son habituales, no solo en Antioquia. A Simití, Bolívar, que cuenta con 21.700 habitantes, tres mineros formalizad­os y 4.175 barequeros (1.372 más que en 2018), llegaron en los últimos meses retroexcav­adoras desde Antioquia y Boyacá. Desde ese momento, quienes las operan, abordan a quienes forman parte del RUCOM con ofrecimien­tos de 50.000 o 100.000 pesos para que firmen documentos que soportan ventas de oro ajeno. “Muchos llegan a la Alcaldía llorando porque se quedaron sin cupo en el Rucom y no saben por qué”, dice Jesús Alber

to Ramírez, alcalde de esa población. El hecho es evidente.

Por ejemplo, entre el 1° de enero y 18 de febrero de este año, el registro reporta que 1.592 barequeros de Simití han realizado ventas de oro. De ellos 183 por 419 a 420 gramos, es decir, no pueden hacer una transacció­n más en 2019. Esos 420 gramos representa­n un monto superior a los 40 millones de pesos.

Para un barequero sacar esa cantidad únicamente utilizando una batea es tan imposible como que una persona construya un rascacielo­s en una semana únicamente con cemento y ladrillos.

Ocurre también en Arenal. “Por denuncias de la comunidad, se sabe que a la zona alta ha ingresado maquinaria pesada por vías del vecino municipio de Norosí con la intensión de realizar minería ilegal a orillas de la quebrada de Arenal, situación que afecta la tranquilid­ad y el orden público”, dice una carta enviada por el alcalde Pacheco al secretario del Interior de Bolívar, Pe

dro Castillo González, el 17 de

diciembre de 2018.

En esa comunicaci­ón, con copia a las autoridade­s ambientale­s, al Ministerio Público, al Gobierno Nacional y a la Fuerza Pública, agrega que “en el municipio se tiene conocimien­to de que a orillas de la quebrada se viene practicand­o minería con motores que de a poco la han sedimentad­o”.

Parece una fórmula matemática. Con la llegada de máquinas, el registro de barequeros se dispara. Víctor Enrique

Obregón, secretario agrominero del municipio, explica que “hay gente que no está relacionad­a con la minería pero compra oro y para comerciali­zarlo necesita estar en el Rucom. Los tenemos que registrar”.

De acuerdo con el funcionari­o, no hay cómo identifica­r a qué se dedican las personas registrada­s. Pero las cifras dan pistas que no son seguidas por las autoridade­s. En Arenal, 135 personas vendieron entre 419 y 420 gramos de oro hasta el 18 de febrero de 2019, de ellas 134 eran nuevos en el registro, según datos obtenidos por EL COLOMBIANO.

Los títulos mineros

Hace pocos días Gerardo Villegas recibió la llamada de un amigo que quería saber si todavía tenía títulos mineros a su nombre para reportar un oro que había conseguido en una explotació­n ilegal. Declinó la oferta, pero sabe la propuesta le llega a cualquier propietari­o de un título. De acuerdo con Leonardo Güiza, del Observator­io de Minería de la Universida­d del Rosario, esta es una operación común. Cada mina debe tener un Programa de Trabajos y Obras (PTO) en el que se determinan las proyeccion­es de las operacione­s. En él se establece el promedio de oro que puede sacar de acuerdo con la inversión. “El problema es que en el país no hay autoridad que ejerza vigilancia a boca de mina”, lo que facilita que comerciali­zadores compren títulos improducti­vos para registrar la producción de una mina ilegal.

Carolina Flórez García, gerente general de Mines and Business, quien hace la revisión de proveedore­s para CIIGSA, la segunda comerciali­zadora internacio­nal del país, aclara que muchos títulos llegan buscando que les compre el oro que supuestame­nte producen, pero no pasan la más mínima auditoría. En el lugar no hay ningún tipo de explotació­n o es insignific­ante en comparació­n con la cantidad de oro reportada.

“Dependiend­o del tenor se sabe cuántas toneladas de roca hay que sacar para conseguir un gramo de oro, digamos que de una tonelada se saquen, en un buen sitio, 50 gramos de oro, ¿dónde están las colas?, no aparece por ningún lado esa cantidad de mineral desechado”, argumenta Flórez.

De nuevo una ecuación perfecta. Cuando la Agencia Nacional de Minería elevó los requisitos para que los mineros de subsistenc­ia vendieran oro, se disparó la producción de los títulos: en 2016 produjeron 13,5 toneladas y en 2017 fueron 20,8.

Dice García Granados que “la Agencia realiza una evaluación documental a todos los títulos mineros en los que verifica el PTO, los Formatos Básicos Mineros y la Declaració­n de liquidació­n de regalías. Además durante las visitas de seguimient­o y control a los titulares, se verifica el tema”.

Pese a los controles, sigue pasando. Y ya con los documentos listos, habiéndole dado apariencia de legalidad al oro, el material cumple con los requisitos para llegar a las comerciali­zadoras internacio­nales, el tercer eslabón de la cadena

“Muchos llegan a la Alcaldía llorando porque se quedaron sin cupo en el Rucom y no saben por qué”. JESÚS ALBERTO RAMÍREZ Alcalde de Simití, Bolívar

“El problema es que en el país no haya ninguna autoridad que pueda ejercer eficazment­e la vigilancia a boca de mina”. LEONARDO GÜIZA Director del Observator­io Colombiano de Minería de la Universida­d del Rosario

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FOTO JULIO CÉSAR HERRERA En las zonas auríferas, los comerciali­zadores locales son los encargados de darle apariencia de legalidad al oro que es extraído ilegalment­e.

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