LAS MINORÍAS Y SU SESGO
Hay minorías de minorías. Todas son necesarias. Ponen el dedo en la lacra que hace de esta sociedad un cúmulo de hipocresías.
Los niños, los ancianos, los homosexuales, los sabios, los zurdos, los artistas, los enfermos, tomados como grupos sociales, son minorías. ¿A cuál de ellos suprimiría del mapa para que las mayorías marcharan a gusto?
Las minorías no necesariamente son débiles. Los billonarios son una de ellas y están lejos de necesitar ayuda pública. Al contrario, ellos siempre han recibido de la población contribuciones que llaman dividendos o utilidades. ¿Habría que eliminar a los billonarios para que las mayorías queden contentas?
Llevadas al absurdo, estas consideraciones son útiles para comprender el papel de las minorías en toda civilización. El sistema de la democracia no equivale a un operativo aritmético que cada
cuatro años consagra a las mayorías como únicas depositaras del poder.
Cuando una cantidad considerable de ciudadanos resulta triunfante en las elecciones, de inmediato se erige falsamente como dueña del destino general. Por eso Jorge Luis Borges, Álvaro
Mutis y otras lumbreras fustigan este estilo de democracia como una asechanza de las matemáticas.
Si en una montaña se arrasara con el musgo, arbustos y microorganismos que forran el suelo, los grandes árboles sobrevivientes perecerían bajo su grandeza. La pequeña flora y los insectos polinizadores, insignificantes en su estatura, son agentes de la vida que asciende por los troncos para sostener el cielo.
Hay minorías de minorías. Algunas tienen más dificultad para ganar un puesto en la respetabilidad pública. Unas, por llevar un caminado diferente, por romper con dogmas y moldes. Otras, por no ser productivas, por ser una carga económica en el mecanismo que aumenta el lucro. Otras, por representar un contagio, un peligro para el estándar de salud imperante.
Pues bien, todas son minorías necesarias. Tocan fibras con las que las mayorías se sienten inseguras. Se ríen en la cara de quienes se creen dueños de la vida y sus misterios. Ponen el dedo en la lacra que hace de esta sociedad un cúmulo de hipocresías.
La democracia, entonces, es un mecanismo para integrar y no para arrinconar. En cada turno se le entrega el mando a una mayoría encargada de abrir campo para todos. En especial para las minorías que, en tanto sumatoria precaria de votos, necesitan un cobijo desde donde aportar su sesgo de vitalidad al gran árbol que apuntala la nación