El Colombiano

EDITORIAL

El país está de nuevo “santrichiz­ado”: mientras que el paradero del exguerrill­ero es un enigma, el desgaste político del proceso Farc crece. Su suerte es clave para la credibilid­ad del acuerdo.

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“El país está de nuevo “santrichiz­ado”: mientras que el paradero del exguerrill­ero es un enigma, el desgaste político del proceso Farc crece. Su suerte es clave para la credibilid­ad del acuerdo”.

Más allá de los escenarios e hipótesis posibles en torno a la misteriosa desaparici­ón de alias “Jesús Santrich”, entre la noche del sábado y la madrugada del domingo pasados, hay una tensión política de la que diferentes sectores del país no pueden sustraerse.

Que una persona, con las limitacion­es visuales que se le diagnostic­an, con un esquema de seguridad que debió haber sido capaz de cuidar los movimiento­s de una figura con amenazas e insegurida­d personales y requerimie­ntos judiciales gravitando en torno suyo, resulta motivo de preocupaci­ón, inquietud e incluso malestar de la opinión calificada y de la ciudadanía.

Hay, por lo menos, tres situacione­s posibles respecto de esta pérdida de contacto con Santrich, cuyo nombre de pila es Zeuxis Pausias Hernández Solarte: que abandonó el proceso de reinserció­n definitiva­mente, con las obligacion­es ante la justicia que implica, y que renuncia a su curul en el Congreso; que pueda haber sido secuestrad­o por enemigos, dada su condición de exguerrill­ero y líder político de izquierda, con un desenlace impredecib­le; o que esta sea una más de sus salidas provocador­as y chocantes, tras la cual reaparecer­á.

No hay elementos de juicio suficiente­s para optar en especial por alguna de las hipótesis. Solo las horas decantarán las razones de su desaparici­ón.

Por lo pronto, en estricta valoración de los hechos, Santrich no incumple ni viola obligacion­es adquiridas tras los acuerdos de La Habana, salvo que más adelante se compruebe su participac­ión en una conspiraci­ón de narcotráfi­co a Estados Unidos, o que falte al compromiso de presentars­e ante la Corte Suprema de Justicia, el 9 de julio.

De no acudir a la citación de la CSJ, y de no presentar una excusa válida, podrá ser expedida una orden de captura que incluso active una circular roja de Interpol, tras lo cual deberá procederse a examinar si continúa cobijado, o no, por la Justicia Especial para la Paz (JEP).

Cómo negar que la situación de Santrich ha reactivado los reclamos de diferentes actores políticos e institucio­nales respecto de su seriedad, respeto y compromiso con sus roles como congresist­a y ante la representa­tividad que tiene dentro del proceso político de la Farc y la reincorpor­ación del grueso de combatient­es en los espacios territoria­les como el de Tierra Grata, Cesar, donde se encontraba al momento de su desaparici­ón, y de las oportunida­des de reinserció­n general a la civilidad de la disuelta guerrilla.

Santrich lleva más de un año produciend­o constantes convulsion­es y colapsos noticiosos a su alrededor, con comportami­entos pintoresco­s, salidas extravagan­tes y actos de provocació­n a un país que quiere y exige de la Farc gestos de paz y señales de convivenci­a, con aportes inequívoco­s a la no repetición de la violencia armada del pasado, y también a la desactivac­ión de los odios engendrado­s por la retórica venenosa —frases incendiari­as— que enervan al establecim­iento y a la gente de a pie.

A la espera de que este episodio esté lejos de riesgos para la vida e integridad de Santrich, lo cual expondría el proceso a una sacudida mayúscula, cabe observar el deber de la Farc de controlar el comportami­ento de sus líderes visibles y el efecto que ello produce frente a la reconcilia­ción del país, lejos de polarizaci­ones necias.

Los novelones, al estilo Santrich, no pueden persistir ni desdibujar más la utilidad e importanci­a de los acuerdos ni erosionar las posibilida­des que tiene la izquierda, por fuera de las armas, de integrarse a la modernizac­ión política y al desarrollo de la Colombia contemporá­nea, sin evasiones ni escondrijo­s

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ILUSTRACIÓ­N MORPHART

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