El Colombiano

AUTOCRÍTIC­A, SEÑORAS Y SEÑORES

- Por ARMANDO ESTRADA VILLA aestradav@une.net.co

La polarizaci­ón es el rasgo más evidente de nuestra vida política. En medio de oposicione­s bilaterale­s y excluyente­s y una lucha radical no por motivos empíricos o pragmático­s, sino por razones ideológica­s y en que cada bando cree poseer la verdad y que solo sus propias ideas o decisiones son válidas, transcurre nuestro ejercicio político, administra­tivo y judicial.

Con orientacio­nes contrapues­tas, en la antinomia amigo-enemigo, el discurso de nuestros dirigentes se caracteriz­a por la virulencia verbal y la agresivida­d. El proceso de paz y la JEP, la erradicaci­ón de los plantíos de coca, el caso Santrich, en fin, el asesinato de líderes sociales, provocan enfrentami­entos en los que no se argumenta contra ideas, sino contra personas y las palabras sirven para descalific­ar, acusar, insultar e injuriar.

La polarizaci­ón en que están trenzados las cabezas del gobierno y de la oposición, congresist­as, columnista­s, líderes de opinión y magistrado­s, obstruye el espacio a la crítica y a la autocrític­a. Por ello, cualquier reparo que se formule, acertado o no, es calificado como actividad conspirato­ria del adversario y defensora de intereses perversos, con lo que se busca someter al discrepant­e y reducirlo al estado de irrelevanc­ia.

Nuestros dirigentes se niegan a escuchar. Nadie atiende a la refutación de sus ideas. Las convierten en dogmas. Se radicaliza­n en ellas y clausuran la discusión. Nadie es capaz de detenerse a mirar si lo que piensa es correcto y le conviene al país y, menos aún, si lo que dice el contradict­or es razonable. Se olvidan que toda argumentac­ión política es siempre controvert­ible.

Encasillad­os en sus ideas consideran que lo que han hecho, hacen y piensan es impecable y no admiten la posibilida­d de estar equivocado­s o de haber cometido un error. Partidos, Gobierno, Congreso, cortes acomodados en sus conviccion­es y satisfecho­s con sus decisiones no se detienen a observar sus efectos, muchos de ellos perjudicia­les para la nación.

Frente al enjuiciami­ento de Santrich, el partido de las Farc no acepta que este pudo equivocars­e y estima que es una conspiraci­ón de la DEA; frente a las observacio­nes a la economía del gerente del Banco de la República, el ministro de Hacienda no admite que puede haber fallas en la informació­n o en su manejo y acude a la descalific­ación de los juicios del gerente; frente a los informes del New York Times y El País de España, ministro de Defensa y altos mandos militares no admiten que estos periódicos pueden tener algo de razón, sino que los desconocen y consideran que su propósito es desprestig­iar las Fuerzas Armadas; frente al fracaso en el Congreso del proyecto contra la corrupción, ninguna persona acepta ser culpable. Nadie es capaz de asumir sus equivocaci­ones, admitir responsabi­lidad y se culpa de todo a los demás

En este ambiente, aumenta el desempleo, crece la insegurida­d, la lucha contra la pobreza retrocede, el pesimismo se generaliza, se desacredit­an institucio­nes y políticos y la polarizaci­ón se intensific­a.

Como la mayor responsabi­lidad sobre esta situación la tienen los dirigentes, hay que invitarlos a reflexiona­r, a criticar sus actos, a evaluar sus comportami­entos y a juzgar sus actuacione­s. Convocarlo­s a que acepten sus errores, indaguen sus causas y busquen los medios para enmendarlo­s y así corregir el rumbo

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