Stranger Things, un aluvión de horrores
Stranger Things es una serie que trasciende la explotación de la nostalgia ochentera. Dejando atrás el abanico de referencias a la cultura pop, los guiños a películas del pasado y la parafernalia estrambótica de la música, los vestuarios y las carrocerías de entonces, la ambientación de Stranger Things en los años ochenta se justifica por el espíritu apocalíptico que se propagó entre las generaciones que nacieron y crecieron en esa época. En los años de la guerra fría, la probable inminencia de una guerra nuclear permitió que la humanidad se asomara a lo que podrían ser sus últimos días. La amenaza de una extinción casi que nos rozó la piel y la perspectiva de un futuro abominable de canibalismo, mutantes, amenazas de otros mundos, parásitos apoderados de nuestros cuerpos y máquinas emancipadas fue representada con amplitud por el cine de la época: Terminator, El vengador del futuro, La cosa, Alien, El día de los muertos, Re-animator, entre otras, fueron filmes que indagaron sobre el devenir de la humanidad a partir de aberraciones científicas que se salieron de control. Por todo eso, no existe mejor escenario para ubicar a los personajes de Stranger Things. En la tercera temporada, no solo la lista de referencias llega a un paroxismo entrañable, sino que la pandilla de adolescentes, liderados por Eleven, una niña que posee cualidades psíquicas menos sanguinolentas que las de Carrie, se enfrenta a un monstruo de proporciones colosales, mezcla de Godzilla, la mosca y la cosa de John Carpenter. El pueblo de Hawkins, Indiana, se ve invadido por una entidad de otra dimensión que primero usurpa los cuerpos de miles de ratas para después apoderarse de las identidades de algunos de sus habitantes. La criatura, bautizada el Azotamentes, no solo esclaviza a una buena porción de incautos pueblerinos, sino que los absorbe para ganar una corpulencia temible. Enfrentados a una posible devastación global, los protagonistas deben desentrañar además la intriga que en el subsuelo conspira contra los americanos. Una trama rusa que sirve para sumar referencias estimulantes a los episodios, entre las cuales la más divertida es la del supervillano ruso idéntico a Terminator, quien persigue sin tregua a Joyce y al policía Jim Hopper en su traje de Tom Selleck después de una sobredosis de heroína. La temporada, estrenada en Netflix el 4 de julio, tiene un ritmo ascendente. Empieza ensamblando secuencias a partir de cuadros humorísticos que parecían darle un sabor ligero a la temporada, pero a medida que avanzan los episodios, va ganando en intensidad y oscuridad hasta desembocar en dos capítulos finales trepidantes. La violencia de monstruos y villanos contra los niños parece desmedida. Las imágenes de personas convertidas en un amasijo de sangre y vísceras, mezclándose como una versión truculenta de los Transformers, no son aptas para personas ligeras del estómago. Los poderes de Ele no alcanzan para superar la fuerza de la criatura y esto es un punto a favor, porque son el ingenio, la cooperación y la suerte los elementos del arsenal con el que los niños cuentan para derrotar una vez más a la entidad forastera. Y en medio del momento más crítico de toda la temporada, no escasean las secuencias humorísticas que nos dan un respiro. No se pierdan el número musical que irrumpe antes del final de la temporada, una canción entonada por el dúo más freak y entrañable de todo el elenco, la cual además añade una referencia a una historia que en aquellos años nos tocó todos el corazón. Tampoco se pierdan la escena poscréditos que claramente deja la puerta abierta para una cuarta temporada, lo que desmiente el rumor de que esta entrega sería el final de la aventura interdimensional. Por fortuna, los guionistas de Stranger Things todavía pueden convertir las décadas finales del Siglo XX en un aluvión de horrores.