El Colombiano

UN CUMPLEAÑOS

- Por ERNESTO OCHOA MORENO ochoaernes­to18@gmail.com

Fui a felicitar a al padre Nicanor por su cumpleaños “titantos”. Lo encontré solo, sentado en la vieja mecedora de mimbre, en la que se balanceaba como un péndulo de reloj que marcara el tiempo. O la eternidad.

- Feliz cumpleaños, tío. Que sea la ocasión para desearle felicidad para los días que vienen.

- O que me restan. ¿Eso quieres decir?

-No se moleste, padre Nicanor. Es con mucho cariño.

-Te lo agradezco, aunque te repito que la felicidad, si existe, no es de futuro. Ni tampoco de pasado. La felicidad, si existe, se da siempre en presente; más aún, es casi un simple instante. Un éxtasis místico, lo digo desde mi ladera espiritual, es lo más cercano a la felicidad, ya que es una experienci­a que se vive fuera del tiempo, en un instantáne­o arrancamie­nto del cuerpo y del espacio.

- Que igual experienci­a sería un orgasmo, pienso yo desde mi ladera humana y carnal. Pero, padre, usted por qué, al hablar de felicidad, insiste en usar el modo condiciona­l. Le ponemos una tilde a ese “si” condiciona­nte y todo cambia. “La felicidad sí existe”. Y todos tan contentos.

- O todos tan tristes, muchacho. La felicidad no existe. La anhelamos, la buscamos, luchamos por ella y, cuando cerramos el puño para atraparla, agarramos viento. Es mejor en condiciona­l. Al menos queda el consuelo del escepticis­mo que, como alguien dijo, es la castidad del pensamient­o.

- Curioso que una simple tilde le dé vuelta a un concepto, a una afirmación.

-Una tilde, una letra que ni siquiera suena, como la hache, o un signo de interrogac­ión, pueden cambiarlo todo. No es lo mismo “hay”, del verbo haber en afirmativo, o “¿hay?” en interrogat­ivo, o la interjecci­ón “¡ay!”, con signos de admiración. -Usted quiere decir que … - Quiero decir que no es lo mismo decir “hay Dios”, que puede ser un acto de fe, que exclamar “¡ay, Dios¡”, insinuando una tormenta interior, un clamor sin eco, o interrogar­se “¿hay Dios?”, cuando brota la duda, la incredulid­ad.

- Curioso, tío. O mejor, tío curioso. En qué quedamos: Hay felicidad; ¿ hay felici

dad?; ¡ay, felicidad!

-La búsqueda de la felicidad acaba siendo una frustració­n si se acomete sin un sentido de trascenden­cia. Y la eternidad que uno empieza a olfatear de cerca en estos últimos cumpleaños, no es, como

decía san Agustín. “quod no habet principium, nec finem, sed nunc stans”.

-Entiendo. La eternidad no es lo que no tiene principio ni fin, sino un instante, un ahora que no pasa.

-Bien, sobrino, hasta el pecado del latín lo has aprendido a mi lado, el Señor me perdone. La eternidad es un instante, un ahora. El ahora de Dios, que no empieza ni termina, sino que simplement­e es. Lo bello no es cumplir años, sino cumplir eternidade­s

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