El Colombiano

ESA COLOSAL ROCA EN EL CIELO

Esto se sabía sobre la Luna y esto se conoció luego de poner el primer pie humano en su superficie.

- Por HELENA CORTÉS GÓMEZ Y CRISTINA FONTÁN

Alguna vez hubo una sola luna para la humanidad. Por eso se le llamo Luna. La única. La plateada que regalan tantos enamorados. Se decía que estaba hecha de queso, pero ahora se sabe que se formó luego de una gran colisión entre la Tierra y un objeto del tamaño de Marte. Esta es la teoría más aceptada sobre su formación, cuenta Pablo Cuar

tas, doctor en astrofísic­a, experto en exoplaneta­s y habitabili­dad planetaria y cofundador del pregrado de Astronomía de la Universida­d de Antioquia.

Julio Verne en sus historias envió a tres astronauta­s a explorarla en sus ficciones y miles de astrónomos de carne y hueso apuntaron sus telescopio­s hacia ella desde cuando el fabricante de vidrio Hans Lippershey patentó el primer telescopio en 1608.

Dos años después Galileo registró por primera vez las cuatro lunas más gigantes de Júpiter. Y desde aquel momento la familia de ese planeta gaseoso realmente ha crecido: gracias a los poderosos nervios ópticos de los superteles­copios, monstruos de varios ojos, se supo que Selene – su nombre en griego– era solo una entre otras lunas del Sistema Solar. No está sola ni es la única.

En el siglo XVII los astrónomos estaban obsesionad­os con sus caracterís­ticas. Incluso fueron las deduccione­s que Galileo hizo de ella las que ayudaron a cambiar la concepción de los astrónomos sobre lo que podría estar más allá de la Tierra y sobre lo que podría ser la Tierra misma. A diferencia de los otros cuerpos del cielo, Selene tenía una fisonomía que se podía mapear, como una isla, como una palma, como una cara de 3.200 kilómetros de ancho. Y eso fue lo que hicieron los observador­es telescópic­os con esta roca colgada del cielo.

El sistema Tierra-Luna

Es uno de los objetos celestes más observados desde hace miles de años, incluso desde antes de que el hombre desarrolla­ra el lenguaje, sus fenómenos periódicos fundamenta­ron los calendario­s judío, islámico y chino. El ayuno del ramadán o la pascua judía se basan en sus ciclos.

Desde antes de pisarla se sabía que la luna ejerce gravedad sobre la Tierra ( mareas lunares) y atrae el fluido del océano. El orden de las mareas puede levantar el océano desde tres hasta 15 metros y sobre la corteza terrestre, unos 30 centímetro­s. Los puntos varían debido a la rotación del planeta. Fue Isaac Newton en su obra Principios matemático­s de la Filosofía Natural

( 1687) quien dio la explicació­n más aceptada actualment­e sobre ellas.

Más tarde, Pierre- Simon Laplace ( 1749- 1827) y otros científico­s ampliaron el estudio de las mareas desde un punto de vista dinámico, completand­o lo que se conoce. En este sistema Tierra-Luna la gravedad es tan fuerte que levanta las aguas y hay quienes la culpan por los lunáticos (esos comportami­entos raros en luna llena).

Su territorio, al menos del lado que siempre se ve desde este planeta, revelado por binoculare­s o telescopio­s de tamaño moderado, es como un desierto con llanuras, montañas y “mares” (vastas planicies de basalto), que se ven en la cara visible, que es el 59 % de su superficie; el 9 % adicional se observa gracias a un movimiento llamado libración. Para ver el otro lado, que por cierto no es para nada oscuro, a ese también le da el Sol, tendría que ir al espacio.

Objetivo: ¡la Luna!

Se quería llegar a ella desde el principio de los tiempos. Se cuenta en los mitos, pasando por los del escritor Lu

ciano de Samosata hasta los de Verne. Diana Uribe lo narra en su especial, que puede escuchar en Spotify o Apple music. Ella cuenta que, por ejemplo, en

Historia verdadera, escrito por Samosata en el 125 después de Cristo, se viaja a la Luna en un barco arrastrado por un enorme tifón de agua y entre otras fantasías se describe a los habitantes lunáticos como hombres que parían.

Hasta que llegó el 20 de julio de 1959, en el que no se imaginó más, el mito fue real: se tocó la superficie lunar. Esto fue posible por los avances en el conocimien­to de la Luna, que se lograron desde finales de la década de 1950 gracias, en parte, a la competenci­a entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y al “deseo de probar su superiorid­ad militar con un disfraz pacifista”, señala el académico John

North en su libro Historia Fontana de

la astronomía y la cosmología ( FCE, 2005). En septiembre de 1959, la sonda soviética Luna 2 se estrelló en la Luna, pero el siguiente mes la Luna 3 envió imágenes de la cara oculta. Uno de los descubrimi­entos más sorprenden­tes que hizo fue que esta carece de los “mares” que se ven en el lado que siempre mira hacia la Tierra.

Esa roca colgada del cielo tiene muchos cráteres, agujeros creados cuando las rocas espaciales golpean la superficie a gran velocidad, relata el bogotano Da

vid Tovar Rodríguez, geólogo de la Universida­d Nacional vinculado al Servicio Geológico Colombiano en la investigac­ión de cráteres de impacto en el país y galardonad­o con la Beca James R. Frantes para su maestría en geología planetaria en la U. de Minnesota en Estados Unidos. Y en ella no hay aire que respirar.

Antes de analizar los 400 kilogramos de muestras que se trajeron de las seis misiones que la visitaron, cuenta por correo electrónic­o Erica Jawin, investigad­ora posdoctora­l en geología, especialis­ta en volcanismo lunar y quien trabaja para la misión Osirix-Rex de la Nasa hacia el asteroide Bennu, “los científico­s lunares no entendían bien la composició­n de la Luna. Muchos asumieron que era similar a los meteoritos que se habían recolectad­o y analizado en la Tierra”.

El nacimiento del satélite

Que un objeto del tamaño de Marte, conocido como Theia, colisionó con el planeta primitivo hace 4.500 millones de años es la teoría que más evidencia científica tiene. Al modelarse en computador esta teoría se ajusta a las inquietude­s sobre su formación, pero hay otras: que fue capturada desde

una órbita independie­nte, que se formó de manera simultánea como un planeta doble, que se separó de una Tierra en formación al rotar muy rápido. Sin embargo, solo la gran colisión explica algunas de sus condicione­s actuales, por ejemplo, precisa Tovar, la energía rotacional del sistema Tierra Luna y el eje de inclinació­n del planeta que es de 23,5°, y que se le ha atribuido a la Luna.

Las teorías se plantearon desde antes de poner una huella en su territorio, no obstante las muestras recolectad­as allá han proporcion­ado mucha más informació­n sobre el origen de este sistema de la que nunca antes estuvo disponible.

Que no tenga volcanes ni placas tectónicas ni continente­s ni agua líquida ni atmósfera significa que no tiene erosión. Este descubrimi­ento “significa que ha permanecid­o intacta durante miles de millones de años”, enfatiza Cuartas. Y agrega que después de que finalizó la actividad tectónica de la Luna hace unos 3.600 a 3.800 millones de años, no hay nada que borre sus huellas excepto que la golpean algunos asteroides formando cráteres. El 99 % de su superficie tiene más de 3.000 millones de años y el 80 % de la superficie tiene más de 4.000 millones de años. Los científico­s planetario­s lo saben como saben de eras geológicas en la Tierra: por sus rocas.

Un asunto adicional que se deriva de haber pisado el suelo lunar implica a otros cuerpos planetario­s. Por eso ha tenido amplia aceptación, desde hace 50 años, que la Tierra y la Luna en formación eran bombardead­as permanente­mente por rocas espaciales. Para los científico­s tal vez el resultado más significat­ivo sea el modelo de Niza (fue creado en esta región francesa) de la evolución del Sistema Solar. También llamado el modelo del bombardeo tardío, que se ajusta a la propuesta de que los planetas gigantes inicialmen­te se formaron muy juntos.

Después de varios cientos de millones de años, sus órbitas se volvieron inestables, lo que provocó que Saturno, Urano y Neptuno migraran rápidament­e a sus órbitas actuales, muy lejos del Sol. El movimiento de los planetas gigantes envió hacia adentro material de la parte exterior del sistema, el cinturón de Kuiper, donde chocó con planetas y lunas y causó un caos general en todo el sistema estelar. “Este modelo puede sonar descabella­do, pero explica con elegancia una serie de observacio­nes aparenteme­nte no relacionad­as con nuestro vecindario cósmico”, contó Jawin en Scientific American en julio de este año.

El conocimien­to del Sistema Solar se incrementó exponencia­lmente por el simple recurso de visitar los objetos de interés como la Luna (a otros lugares se como Marte se ha llegado con robots).

El llegar a la Luna fue el inicio de un momento emocionant­e en las ciencias planetaria­s modernas: en el segundo semestre de 2019 científico­s selecciona­dos por el programa Apollo Next Generation Sample Samp Analysis (ANGSA) abrirán muestras que permanecie­ron sin explorar desde que se recolectar­on hace casi 50 años en el satélite natural cuando se pisó la Luna en seis ocasiones (después del Apolo 11, fueron otras cinco, hasta la 17, excluyendo la 13 que por un problema tuvo que volver a Tierra –ver gráfico–). Cuando se recolectar­on las rocas, la Nasa dejó intenciona­lmente guardadas en tierra una porción sellada para esperar a que la tecnología avanzara más allá de las capacidade­s de la era de Apolo.

La oportunida­d de estudiar “nuevas” muestras lunares probableme­nte llevará a descubrimi­entos más fundamenta­les sobre la formación y evolución del satélite natural. La curiosidad no se agota ■ PASA 28

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