Inseguridad se debe enfrentar de manera sistemática
Del mismo modo en que la sociedad está jerarquizada, lo están las empresas legales, pero también lo está la ilegalidad. En estos ámbitos existen mandos superiores, mandos medios y trabajadores rasos. En términos generales, el mundo de la legalidad gira en torno a la producción generada, directa o indirectamente, por el trabajo humano. En cambio, el mundo de la ilegalidad se caracteriza por el predominio de diversas formas de parasitismo sobre los frutos del trabajo humano, o, incluso, por una abierta depredación de la vida humana misma. Vivir a costa del esfuerzo de otro o de la pro
pia vida de otro, es decir, vivir con base en la expoliación del otro, es la marca de la criminalidad. En ese sentido, el crimen debe considerarse –pese a lo incómoda que resulte esta afirmación– como una “forma de ganarse la vida”. De hecho, en todas las sociedades existen personas que viven de este modo. Para ellas, el crimen es una forma de vida: de él, derivan su sustento y, en no pocas ocasiones, de él proceden sus lujos, sus privilegios y su poder. Y así como en el mundo de la legalidad se distribuyen los recursos de manera inversamente proporcional al número de beneficiarios (las minorías reciben más y las mayorías reciben menos), en el mundo de la ilegalidad, no podría ser de otro modo. Entonces, digámoslo crudamente: las clases bajas actúan por necesidad, las clases medias, por calidad de vida, y las clases altas, por privilegios. Esto vale tanto para el mundo legal, como para el ilegal. Es un error centrarse solo en quienes delinquen por necesidad, pues, quienes delinquen por calidad de vida y, sobre todo, por privilegios, crean el caldo de cultivo para la reproducción del delito. La inseguridad sólo puede enfrentarse de manera sistémica.