El Colombiano

El día que dejó de ser inalcanzab­le

Un cohete puede usarse como arma o como un tiquete al espacio. También fue una muestra de dominio político y aún lo es.

- Por HELENA CORTÉS G. Y RONAL CASTAÑEDA

Llegamos a la Luna. Millones de personas en el mundo lo vieron en directo por televisión. Hoy recordamos el 20 de julio de 1969, cuando Neil Armstrong y Edwin Aldrin izaron la bandera de EE. UU. a 384.400 kilómetros de la Tierra.

Elegimos ir a la Luna. No porque sea fácil, sino porque es difícil. Con esa promesa lanzada por el presidente estadounid­ense

John F. Kennedy ante los estudiante­s de la universida­d de Rice, en 1962, y con un plazo de menos de diez años para cumplirse, se selló la obsesión de un país por ser el primero en pisar el satélite natural.

En plena Guerra Fría, ver como los soviéticos seguían ganando el pulso por la conquista del espacio no era una opción. Era preciso un golpe, no militar, una hazaña que llevara al hombre, y de paso a la bandera de las barras y las estrellas, más lejos de lo que nunca había llegado. Y así ocurrió.

El 20 de julio de 1969, un piloto de guerra y profesor universita­rio, Neil Arms

trong, puso un pie sobre la superficie lunar. Pocos recuerdan a Edwin “Buzz” Al

drin, quien lo acompañó y también hizo una caminata, menos célebre. Los honores los tuvo el que dio el primer paso.

Así terminó esa etapa de la carrera espacial que comenzó en 1957, cuando Rusia –entonces Unión Soviética o U.R.S.S.– lanzó el Sputnik 1, primer satélite artificial de la historia. Con su tecnología alcanzó la velocidad y altura necesaria para orbitar el planeta. Era la demostraci­ón de que tenía mejor tecnología, frente a sus competidor­es.

Un año después, EE. UU. hizo lo mismo en respuesta con el satélite Explorer 1.

Este tire y afloje de ambos países se dio en el marco de La Guerra Fría, después de que la Unión Soviética y los Aliados derrotaron a la Alemania Nazi en la Segunda Guerra Mundial.

Un nuevo escenario en el que colisionar­on dos ideologías, la del bloque Occidental (capitalist­a), liderado por Estados Unidos, y la del bloque del Este (comunista) abanderado por la Unión Soviética.

Ambos contrincan­tes, con la amenaza de las armas nucleares, libraron batallas de forma indirecta. “Hubo conatos, como en Bahía Cochinos, en Cuba, que no desencaden­aron combates, pero encendiero­n alarmas de guerra. La batalla se mantuvo en este periodo dentro de lo simbólico y discursivo”, explica la profesora Doris

Gómez, de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la U. de A.

La competenci­a por alzarse como el más poderoso del planeta llegó incluso al espacio exterior. Allí, a 384.400 kilómetros de distancia de la Tierra, los norteameri­canos se anotaron una victoria.

Un acontecimi­ento “planetario” que tuvo consecuenc­ias no solo en las fronteras del conocimien­to, también políticas, tecnológic­as, mediáticas y culturales. Como se lee en el libro One Giant Leap: The Impossible Mission That Flew Us to the Moon (2019, Simon and Schuster), al cuestionar al historiado­r y premio Pulit

zer, Arthur Schlesinge­r, sobre el logro reciente más significat­ivo de los humanos dijo: “Si hay algo por lo que este siglo será recordado dentro de 500 años es que fue en el que iniciamos la exploració­n del espacio”.

Ir más lejos y más alto

“Se habla de una carrera espacial en el sentido de quién lograba los hitos. Los soviéticos fueron, por ejemplo, los primeros en llevar a un mamífero (la perra Laika)”, explica Jorge Iván

Zuluaga, cocreador del pregrado en Astronomía de la U. de A.

El 12 de abril de 1961 los soviéticos, siguiendo con su buena racha, pusieron en órbita a Yuri Gagarin, pionero en estar en el espacio. Como reacción, “cinco días después, Ken

nedy autorizó la invasión de Cuba por un grupo de exiliados, con soporte material y logístico de la CIA”, así lo cuenta el libro Un pequeño

paso para [un] hombre (Planeta, 2019), la historia desconocid­a de la llegada a la Luna, escrita por el ingeniero industrial y divulgador científico español, Rafael Clemente.

Por su parte, el ingeniero y profesor Francisco Restrepo, conocido localmente como “Pacho Cohetes”, explica que con esto se dio un mensaje claro: “EE. UU. es quien se impone como la superpoten­cia militar”.

Se eclipsa una era

Lo que sucedió en la Luna no fue sino un partido ganado en el torneo, pero luego se diluyó ese ímpetu de conquistar el espacio. “Las prioridade­s eran otras. Luego de seis misiones del Apolo, que desde 1969 hasta 1972 alunizó cinco veces, el Gobierno de EE. UU. decidió retirar los fondos para el viaje a Marte. Todos pensábamos que ahí había acabado”, explica el profesor Restrepo.

“Al retirarse la Unión Soviética de las misiones, Estados Unidos pierde un poco el interés en esto que se considerab­a el punto de mayor competenci­a de las superpoten­cias”, explica la filósofa y locutora Diana Uribe en su canal de podcast, publicado en junio.

También agregó que con la aparición del “neoliberal­ismo” (se asocia con políticas de libre comercio), líderes como Ro

nald Reagan y Margaret Tatcher “ya no están interesado­s en los grandes logros y proyectos de la humanidad, sino en la financiaci­ón y rentabilid­ad de las empresas”. La de la Luna era una grande, pero entonces no se veía como un buen negocio, según la especialis­ta en historia mundial.

Los logros que alcanzó la humanidad se debieron a una empresa planetaria que movió una cifra enorme de dinero e ingentes recursos humanos: más de 400.000 personas fueron involucrad­as entre científico­s, ingenieros, técnicos, tecnólogos, administra­dores y planificad­ores, según cuentas de la Nasa.

Hoy se sabe, de acuerdo a la National Space Society, que los 120.000 millones de dólares (a cifras de hoy) que la Nasa destinó en 14 años (1958-1972) a la exploració­n del satélite implicaron un buen retorno de la inversión. Este varía entre siete dólares y 40 por cada dólar gastado en el programa.

¿Ciencia o política militar?

Carl Sagan, el astrobiólo­go que escribió la popular serie Cosmos en la década del ochenta, se deslumbró con el audaz mensaje de Kennedy ante el Congreso sobre las “Necesidade­s nacionales urgentes”. Pensó que este discurso, pronunciad­o un año antes del que le dió a los estudiante­s, era sobre ciencia.

Pero Kennedy no habló sobre descubrir el origen de la Luna, ni siquiera acerca de traer muestras para su estudio. Todo lo que parecía interesarl­e era enviar a alguien y traerlo sano de vuelta. El fallecido científico norteameri­cano lo cuenta en su libro Un punto azul pálido (1997, Random House).

Si no era ciencia, ¿qué era? se preguntaba Sagan. Otros le dijeron que el programa espacial Apolo se trataba de política. Pero el científico seguía sin entender. Significab­a eso que “¿Indonesia sería comunista porque Yuri Gagarin venció a John

Glenn en llegar a la órbita terrestre?”. Hasta que le llegó una revelación: “Enviar personas para orbitar la Tierra o robots para orbitar el Sol requiere cohetes grandes, confiables y poderosos”.

La misma tecnología que transporta a un hombre a la Luna puede lanzar proyectile­s nucleares por medio mundo. “Incluso en ese entonces hubo conversaci­ones fantasiosa­s en círculos militares, del Este y del Oeste, sobre el espacio como el nuevo ´terreno elevado´ que ´controlaba´ el espacio y a la vez a la Tierra” añade Sagan.

Por supuesto, antes de ese momento ya se estaban lanzando cohetes estratégic­os. El proyecto Manhattan de Estados Unidos detonó la primera bomba atómica el 16 de julio de 1945 y la Unión Soviética, la bomba del Zar el 30 de octubre de 1961.

Pero para Sagan lanzar un misil balístico en una zona objetivo en medio del Océano Pacífico no tiene la misma popularida­d que enviar personas al espacio, que capta la atención y la imaginació­n del mundo. “No se invirtió el dinero en llevar astronauta­s al espacio solo por esta razón, pero de todas las formas de demostrar la potencia de un cohete, esta funciona mejor”, concluye.

Sigue vigente

A finales de 2017, el presidente Donald

Trump volvió sobre el sueño del programa Apolo y anunció el interés de enviar astronauta­s al satélite natural, esta vez para quedarse, y después, a Marte.

Ahora varias naciones alistan sus cohetes para ensayar una reconquist­a lunar, entre ellas China, Rusia y Estados Unidos. En la década del sesenta, anota Fracisco

Restrepo, el esfuerzo de la Nasa para llegar a la Luna se hizo con fondos públicos, cosa que no sucede ahora que el proyecto está abierto a la inversión privada. Jeff Bezos, dueño de Amazon, y Elon Musk, creador de Tesla y SpaceX (que fabrica cohetes), están comprometi­dos con la causa. El Gobierno, a través de la Nasa escogerá los diseños.

Fenómeno popular

A muchas personas los marcó la imagen de Amstrong en otro mundo, como al científico y presentado­r de televisión

Neil deGrasse Tyson, quien dijo en 2012 que tal vez era el único evento positivo de los últimos 50 años que cualquiera de su generación recuerda.

“Pacho Cohetes” anota que ese 20 de julio todos estaban atentos: “Ni siquiera un mundial de fútbol era del interés de tantos”, comenta. Se trataba de la victoria de uno los dos gigantes de su tiempo y no en un campo de batalla cualquiera, era la Luna vista en primer plano ■

“A los ojos del mundo, el primero en el espacio significa el primero, punto; el segundo en el espacio, significa el segundo en todo”. LYNDON B. JOHNSON Vicepresid­ente de Estados Unidos (1961-1963)

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FOTO NASA El módulo lunar está a la izquierda y se ven las huellas de los astronauta­s. Salta a la vista la bandera de Estados Unidos, como triunfador de una carrera espacial de décadas.

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