El Colombiano

Los cementerio­s de barrio de Medellín no se dejan enterrar

En Belén, el 20 de Julio y El Poblado, estos espacios luchan por sobrevivir a la modernidad.

- Por MATEO ISAZA GIRALDO JUAN DAVID ÚSUGA

El ritmo cansino que traía consigo Sergio Álvarez se transformó en ímpetu cuando entró al pabellón seis, del cementerio Parroquial de La América, y se encontró de frente con la tumba de su madre.

El hombre agarró la escoba para ahuyentar el polvo y ubicó con esmero las rosas y los claveles frescos que llevaba de regalo.

“Vengo aquí cada mes. Aquí está mi mamá que murió de forma natural hace 37 años y dos sobrinos a los que mataron en los 90 cuando la violencia. Esa época fue muy dura, aquí enterraban jóvenes que habían asesinado y a la noche siguiente llegaban los enemigos a terminarlo­s de rematar”, contó el hombre, habitante de la comuna 13.

A su alrededor, mensajes escritos en paredes y materas dan cuenta de esa época de violencia y de un ejercicio de memoria colectiva que viene construyen­do la comunidad en un rincón del barrio 20 de Julio: “Nos resistimos a olvidar a tantos muertos dejados en el arado”, dice un fragmento de uno de los mensajes del colectivo Agroarte.

El cementerio (ver foto principal) acoge además grafitis coloridos que reflexiona­n sobre la memoria colectiva de los barrios y explican por qué ese espacio, del que se tiene registro desde 1953, se convirtió en un lugar de encuentro que tiene como ejes centrales una combinació­n exótica entre arte y duelo.

Uno de los artistas que estampó su sello en las paredes del cementerio es Seta Fuerte, un bogotano que desde hace siete años se enamoró de la comuna 13 y se quedó trabajando por la memoria de uno de los espacios más estigmatiz­ados.

“Hasta donde sabemos es el único cementerio del mundo que tiene grafitis por dentro. Lo pintamos porque es una zona importante para la comunidad y se ha convertido en un lugar de encuentro. Los colectivos de hip hop, cantantes de rap, pintores de grafiti y los bailarines de break dance son los que le han cam

biado la cara en los últimos 15 años a la forma de vivir en comunidad. Los que han cargado el peso social de la transforma­ción de la comuna 13.

Incluso, el camposanto de La América tiene una pared para honrar la memoria de los hombres que han trabajado allí como sepulturer­os: Evelio Rivera, Jorge Muñetón, Don Enrique, Miguel Ángel y Pablo, el único que queda en servicio y quien ajusta 28 años cuidando el cementerio y acompañand­o a las familias que llegan a despedir sus muertos.

Belén y El Poblado, íntimos

Si el de la 13 es un cementerio atípico que reúne arte, memoria colectiva y procesos sociales, los de Belén y El Poblado contrastan por una soledad silenciosa que inquie

ta: parece que agonizan.

Don Víctor, el conserje del cementerio de la comuna 14 que está ubicado en un lote del barrio Manila, hace diez años que no sepulta un cadáver en las bóvedas que están vacías.

Al lugar sí llegan con cierta

frecuencia los restos de personas fallecidas pero que son cremadas por servicios funerarios y son guardados allí en uno de los 3.002 osarios.

La administra­ción de este espacio está a cargo de la parroquia de San José de El Poblado, que vela porque todo se

1953 fue el año en que surgió el cementerio de La América, en la comuna 13.

mantenga en orden para los familiares que visitan a sus seres queridos y les llevan mensajes sentidos y flores pomposas.

El antropólog­o Juan Carlos Orrego, docente de la U. de A., se autodefine como un gomoso de entender la manera en que las culturas se relacionan con la muerte y de los símbolos de los rituales fúnebres.

“Los cementerio­s de barrios son muy distintos entre ellos. El de Belén, por ejemplo, parece abandonado y, valga la metáfora, parece muerto o en transición para ser otro espacio”.

Rituales y símbolos

El antropólog­o recalca que el ritual fúnebre está muy marcado por la tradición católica y poco se ven expresione­s laicas o filosófica­s.

Por el contrario, el lugar común es aludir a frases grandilocu­entes, imágenes religiosas y el uso de prendas de valor como reliquias, la intimidad a la exhortació­n familiar y si acaso a los equipos de fútbol más populares.

“La intención, las maneras de vivir el duelo y tramitarlo son muy similares y se dejan llevar por corrientes, por lo que la tecnología de las lápidas permita hacer y por eso ahora hay fotos grabadas, estampadas y la gente tiende a uniformars­e. Es como una sociedad de los vivos pero en el espacio de los muertos: modas, extensión de marcas de clase y quien prioriza más la fuerza del recuerdo”.

Las práctica de enterrar a las personas con objetos queridos es un concepto muy universal, no solo los indios americanos o en el antiguo Egipto sino que en Occidente también es muy común.

Además usar símbolos como la cruz, el agua o el fuego también hacen parte de las lápidas y resignific­an los rituales de la muerte en los mausoleos. Un lugar tan importante que define una frase en la comuna 13: “donde la historia duerme la memoria se despierta” ■

“La ciudad de los muertos se pensó para estar lejos de los vivos, pero de a poco la ciudad se los fue tragando”.

JUAN CARLOS ORREGO Antropólog­o U. de A.

 ?? FOTO ?? El cementerio de La América, en terrenos del barrio 20 de Julio, se convirtió en un espacio con murales y con mensajes que rechazan la violencia y rinden honor a la memoria.
FOTO El cementerio de La América, en terrenos del barrio 20 de Julio, se convirtió en un espacio con murales y con mensajes que rechazan la violencia y rinden honor a la memoria.
 ?? FOTO MATEO ISAZA GIRALDO FOTO JUAN DAVID ÚSUGA ?? Murales coloridos del cementerio de la comuna 13, que acompañan a las bóvedas en el ejercicio de memoria colectiva. Panorámica del cementerio de Belén, ubicado a pocas cuadras de la Villa del Aburrá y que es propiedad de la Arquidióce­sis.
FOTO MATEO ISAZA GIRALDO FOTO JUAN DAVID ÚSUGA Murales coloridos del cementerio de la comuna 13, que acompañan a las bóvedas en el ejercicio de memoria colectiva. Panorámica del cementerio de Belén, ubicado a pocas cuadras de la Villa del Aburrá y que es propiedad de la Arquidióce­sis.

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