SOBRE LA TRANSPARENCIA
Estación Claridad, que por definición permitiría el paso de la luz luz generando mayor amplitud, mejor manera de ver y con las sombras debidas (las que crean los contornos), llegar más lejos por el camino, pisar sobre superficie firme y no caer en trampas o jugadas, evitar baches, encontrar lo que es y no meras apariencias o espantos, saberse seguro o simplemente no ir asustado y poder razonar, ya no es una estación clara. En los tiempos que vivimos, a los que hay que aplicarle a como dé lugar la navaja de Okham (pulir los asuntos de lo innecesario para, una vez quitada la maleza, saber de qué se trata la cosa), la claridad se ha ido mermando de manera alarmante (se ha vuelto roja y prostibularia) y lo que antes era transparente ahora parece un vidrio sucio de colores y mugres diversos que, en lugar de dejar mirar, lo que causa es rechazo, alergias y desvíos en la mirada. Y por este laberinto de suciedades vamos como el minotauro, bufando y dando cornadas a las paredes.
Los hombres y mujeres inteligentes, a lo largo de la historia, se han dado a la tarea de limpiar supersticiones, malas intenciones e infiernos, y por eso hemos podido crecer como humanos (más información y actitudes claras) y progresar en términos de ciencia y tecnología, que son extensiones de pensamiento en orden. La claridad (que podría llamarse también certeza), ha disminuido el miedo y, con esta disminución, las actitudes disparatadas nacidas de la ignorancia. Pero no sé si porque la historia es pendular o esta llega a una pared y rebota, hemos vuelto atrás. Y las sombras que habíamos vencido con el pensamiento ilustrado (esclarecido diría Kant), vuelven a posarse sobre la tierra. Tornamos a la superstición y la mentira, al engaño y a la maniobra vil, a la mezquindad y a la legitimación de lo torpe, a las culpas ajenas y al error persistente.
Tomando a John Milton como referente, que crea una ciudad que llama el Pandemonium (todos los diablos), o a
Agustín de Hipona, que habla de la ciudad terrena como de un sitio propicio al pecado, el uno y el otro coindicen en que la iniquidad, la desigualdad, la caída de los gobiernos y el desorden social se deben a la falta de transparencia. Los demonios viven en la oscuridad, la razón se pierde cuando queda a oscuras y el comportamiento (la ética) con cualquier mentira tiene para contaminarse y comenzar a ser peste. Y en estas estamos, a oscuras y en lugar de buscar la luz, cerramos las ventanas. Debe ser el calor. Acotación: Gustavo Adolfo López Londoño, que fue director de orquesta, acaba de escribir un libro, Por un lenguaje político transparente, con palabras y ejemplos muy claros. Hay mucha luz en ese libro y, al tiempo, mucha paz. La transparencia ■
Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL memoanjel5@gmail.com Tornamos a la superstición y la mentira, al engaño y a la maniobra vil y a la legitimación de lo torpe, a las culpas ajenas y al error persistente.