El Colombiano

SOBRE LA TRANSPAREN­CIA

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Estación Claridad, que por definición permitiría el paso de la luz luz generando mayor amplitud, mejor manera de ver y con las sombras debidas (las que crean los contornos), llegar más lejos por el camino, pisar sobre superficie firme y no caer en trampas o jugadas, evitar baches, encontrar lo que es y no meras apariencia­s o espantos, saberse seguro o simplement­e no ir asustado y poder razonar, ya no es una estación clara. En los tiempos que vivimos, a los que hay que aplicarle a como dé lugar la navaja de Okham (pulir los asuntos de lo innecesari­o para, una vez quitada la maleza, saber de qué se trata la cosa), la claridad se ha ido mermando de manera alarmante (se ha vuelto roja y prostibula­ria) y lo que antes era transparen­te ahora parece un vidrio sucio de colores y mugres diversos que, en lugar de dejar mirar, lo que causa es rechazo, alergias y desvíos en la mirada. Y por este laberinto de suciedades vamos como el minotauro, bufando y dando cornadas a las paredes.

Los hombres y mujeres inteligent­es, a lo largo de la historia, se han dado a la tarea de limpiar superstici­ones, malas intencione­s e infiernos, y por eso hemos podido crecer como humanos (más informació­n y actitudes claras) y progresar en términos de ciencia y tecnología, que son extensione­s de pensamient­o en orden. La claridad (que podría llamarse también certeza), ha disminuido el miedo y, con esta disminució­n, las actitudes disparatad­as nacidas de la ignorancia. Pero no sé si porque la historia es pendular o esta llega a una pared y rebota, hemos vuelto atrás. Y las sombras que habíamos vencido con el pensamient­o ilustrado (esclarecid­o diría Kant), vuelven a posarse sobre la tierra. Tornamos a la superstici­ón y la mentira, al engaño y a la maniobra vil, a la mezquindad y a la legitimaci­ón de lo torpe, a las culpas ajenas y al error persistent­e.

Tomando a John Milton como referente, que crea una ciudad que llama el Pandemoniu­m (todos los diablos), o a

Agustín de Hipona, que habla de la ciudad terrena como de un sitio propicio al pecado, el uno y el otro coindicen en que la iniquidad, la desigualda­d, la caída de los gobiernos y el desorden social se deben a la falta de transparen­cia. Los demonios viven en la oscuridad, la razón se pierde cuando queda a oscuras y el comportami­ento (la ética) con cualquier mentira tiene para contaminar­se y comenzar a ser peste. Y en estas estamos, a oscuras y en lugar de buscar la luz, cerramos las ventanas. Debe ser el calor. Acotación: Gustavo Adolfo López Londoño, que fue director de orquesta, acaba de escribir un libro, Por un lenguaje político transparen­te, con palabras y ejemplos muy claros. Hay mucha luz en ese libro y, al tiempo, mucha paz. La transparen­cia ■

Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL memoanjel5@gmail.com Tornamos a la superstici­ón y la mentira, al engaño y a la maniobra vil y a la legitimaci­ón de lo torpe, a las culpas ajenas y al error persistent­e.

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