DOS CARAS OPUESTAS
Una pausa hizo la prensa internacional en los malos titulares contra Colombia, para darle espacio al registro del triunfo en Francia de Egan Bernal, el primer latinoamericano en ganar la carrera ciclista más importante del mundo.
Los éxitos del país deportivo en Colombia contrastan con la mediocridad del país político. Mientras este camina a punto de bandazos con unos partidos atiborrados de trashumantes, anarquizados, sin ánimos para sobreponerse a las adversidades, figuras como Caterine Ibargüen en el salto triple, Cabal y Farah, en el tenis, Luz Karime Garzón, en patinaje, en menos de un mes, protagonizaban triunfos que sacan la cara por el país.
En tanto nuestros deportistas en los diferentes escenarios del mundo construyen país con sueños, metas y propósitos, buena parte del país político destruye y arrasa la ética y la verdad en los campos de la emulación electoral. El país deportivo nuevo, fresco, lleno de optimismo, atrae la atención de la sociedad. El país politiquero, anacrónico, despierta el hartazgo en la comunidad. El primero gana medallas de oro. El segundo acumula, cuando no más cárcel, contratos envenenados o sentencias por corrupción.
A este grupo de deportistas le hacen coro academias, universidades, intelectuales, humanistas, investigadores, emprendedores e innovadores, artistas, todos impregnando ilusiones. Al país manzanillesco lo escoltan desertores, logreros, oportunistas. Dos países tan diferentes pero tan reales, cuyos antagonismos no se pueden ocultar. Ahí están presentes, unos beneficiando y otros perjudicando con sus actividades ejemplarizantes o repugnantes.
En el país nacional está el presente y el futuro de una nación más equitativa, más optimista, más armónica. En el país clientelista se avivan las maniobras indecentes, la mermelada, las zancadillas electoreras, las ausencias de principios en la lucha ideológica y comicial. Es la contradicción, propia del subdesarrollo ético.
Colombia vibra con las gestas de sus atletas. Y se avergüenza de las artimañas de su politiquería. Se emociona cuando sus deportistas coronan sus hazañas con el triunfo y se apenan cuando brotan los escándalos de sobornos, de despilfarros de los recursos públicos, de las cartas marcadas para pactar alianzas que se toman por asalto el erario y los presupuestos.
El país nacional produce líderes con conciencia de nación, en tanto grandes porciones del país político fabrica caudillos populistas. El primero forma luchadores con coraje y mística, el segundo acuna no pocas veces negociantes y estraperlistas. Aquel emula y sonríe en los campos deportivos. El país político se regodea en alianzas clientelistas. El primero evita que se caiga en la melancolía y el desespero. El segundo obliga al pesimismo a cuyo alrededor pescan los demagogos.
Lamentablemente este grato sabor de triunfo irá pasando a medida que las malas noticias se recrudezcan en el escenario del drama colombiano. Cuando aparezcan más altos índices de criminalidad, nuevos sobornos de Odebrecht, más episodios burlescos de la fuga de Santrich, más escándalos de corrupción en la justicia, nuevos capítulos de clientelismo en la jornada electoral de octubre, el formidable triunfo de Egan se irá difuminando y quedará como simple gesta para la historia ■
Colombia vibra con las gestas de sus atletas. Y se avergüenza de las artimañas de su politiquería.