El Colombiano

EL VOTO: ENTRE EL IDEALISMO Y EL PRAGMATISM­O

- Por ALEJANDRO MATTA HERRERA* alemattahe­rrera@gmail.com

En la medida que el voto obligatori­o crea una cultura democrátic­a de resolución pacífica de las disputas electorale­s, podría generar una cultura política pacífica.

Se aproximan las elecciones regionales y es probable que la abstención siga siendo uno sus elementos distintivo­s. Entre las variadas propuestas que se han presentado para afrontar esta dificultad, en mi sentir, una de las rutas posibles es el voto obligatori­o. Al respecto, se han presentado diversas lecturas. Hay quienes defienden el voto obligatori­o con hipótesis categórica­s, pero carentes de apoyo empírico. Por ejemplo, afirman que la obligatori­edad del voto aumentaría la legitimida­d del Estado y la conformaci­ón de la voluntad democrátic­a. Otros, controvier­ten la propuesta tachándola de antidemocr­ática y totalitari­a; argumentan que socavaría la libertad del voto.

Ambos costados parten de una misma actitud, asignan virtudes naturales y místicas a la democracia. Bien sea para atacarla o defenderla, proyectan virtudes casi religiosas a la relación voto-democracia como si ella fuera la mejor forma de gobierno y manifestac­ión libre de la voluntad electoral. Nada más lejano a la realidad.

Ahora bien, con esta reflexión no pretendo atacar la democracia y el voto, sólo quiero pasar la relación por un análisis pragmático para quedarnos con lo que, en términos reales, ella puede hacer. Mi lectura no es muy original. En un libro llamado “Qué esperar de la democracia. Límites y posibilida­des del autogobier­no”, el profesor Adam Przeworski, sostiene que la democracia (i) no tiene la capacidad de generar igualdad socioeconó­mica; mucho menos, puede (ii) generar una participac­ión política efectiva; tampoco permite (iii) asegurar que los gobiernos se sujeten a las formulacio­nes jurídicas; y finalmente, tendría dificultad­es para establecer un (iv) orden sin violentar los derechos fundamenta­les. Al parecer, para el profesor, lo que queda de la democracia es bastante precario.

Sin embargo, el llamado no es a la desesperan­za. La democracia y el voto propician la disputa entre diversos grupos por la influencia política y su alternanci­a, disminuyen­do el riesgo de que ello suceda por medio del uso de la fuerza-violencia. El hecho de poder elegir y cambiar a quienes gobiernan, sin que se inicien cruzadas de violencia, es un argumento meritorio para promover con firmeza nuestra convicción de autogobier­no democrátic­o. Otro argumento para defender la convicción democrátic­a, y su materializ­ación por medio del voto obligatori­o, es que la relación voto-democracia fomenta, por medio de la disputa por él, la necesidad de una relación entre gobernante­s y gobernados. Ello no supone que esta sea una relación sincera, sólo que existe un autointeré­s en ambos que promueve el autogobier­no y el control del gobernante.

De lo anterior podría inferirse que en la medida que el voto obligatori­o crea una cultura democrátic­a de resolución pacífica de las disputas electorale­s, llevando a los ciudadanos a envolverse en dicha práctica, a largo plazo, podría generar una cultura política pacífica.

Igualmente, toda vez que la disputa por los votos propicia el ingreso de nuevos agentes, podrían aumentar las relaciones entre gobernante­s y electores. A mayor número de votos, mayor número de relaciones, es decir, más control para proteger el mutuo interés que persiguen electores y elegidos. El voto obligatori­o, propicia, bajo la idea de autogobier­no, menos violencia y más control de los electores a los gobernante­s

* Especialis­ta en Derecho Administra­tivo y Constituci­onal, docente Universida­d Eafit.

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