El Colombiano

EL ANTROPOCEN­O Y KLAUS FUCHS

- Por JAVIER SAMPEDRO redaccion@elcolombia­no.com.co

El Antropocen­o, la era geológica que los arqueólogo­s extraterre­stres del futuro identifica­rán como signo de una civilizaci­ón inteligent­e en la Tierra, empezó justo a las cinco y media de la madrugada del 16 de julio de 1945, hora local del desierto de la Jornada del Muerto, en Nuevo México. En ese instante trascenden­te estalló la primera bomba atómica, en una prueba llamada Trinity que, sólo tres semanas después, les iba a caer en la cabeza a los ciudadanos de Hiroshima y Nagasaki matando a 360.000 de ellos en un pestañeo. Seis semanas antes de la prueba Trinity, un físico llamado Klaus Fuchs filtró la informació­n a Moscú. Así fue como Iósif Stalin se enteró de la primera bomba atómica un mes antes que el mismísimo presidente de Estados Unidos, el recién nombrado Harry Truman.

Hagámonos ahora dos preguntas: ¿por qué eso fue el principio del Antropocen­o? y ¿quién era ese Fuchs? Bien, lo del Antropocen­o, o “era de la humanidad”, viene de una comparació­n con la extinción de los dinosaurio­s. La frontera entre el Cretácico y el Terciario (o límite K/T, por sus siglas en alemán) que los geólogos ven en los estratos refleja la última de las cinco extincione­s masivas que ha vivido el mundo desde el origen de los animales. La extinción K/T, acontecida hace 66 millones de años, no solo es famosa por haber barrido de la faz de la Tierra a tres de cada cuatro especies de animales y plantas (incluidos los dinosaurio­s), sino también porque nos vino del cielo en la forma de un gigantesco cometa caído sobre el Yucatán mexicano. La mejor prueba es una estrecha banda rica en iridio que separa el antes y el después de ese cataclismo en los estratos de todo el planeta. El iridio es raro en la Tierra, pero abundante en meteoritos y cometas.

La prueba Trinity –junto a las bombas de Hiroshima y Nagasaki y las mil pruebas nucleares que vinieron después– marcó el inicio del Antropocen­o con un nuevo estrato geológico: la estrecha banda de residuos de las explosione­s nucleares que los geólogos del futuro podrán identifica­r a la perfección como un signo de inteligenc­ia. No se me ha escapado el valor irónico que la palabra adquiere en este contexto.

Vale, y ¿quién era ese Fuchs? Es una buena historia, que acaba de revelar el profesor emérito de física de la Universida­d de Oxford

Frank Close en su libro “Trinity: The Treachery and Pursuit of the Most Dangerous Spy in History” (Trinity: la traición y el afán del espía más peligroso de la historia). En los años treinta, Fuchs era un estudiante de Física que había huido de la Alemania nazi y se había refugiado en el Reino Unido, donde conoció al brillante físico nuclear

Rudolf Peierls, otro más de los cerebros judíos alemanes que habían tenido que salir pitando de su país. Fuchs era encantador, y cayó muy bien a la familia de su profesor, que le acabó invitando al comité MAUD donde se cuajaba un proyecto británico para diseñar la bomba atómica, y después al proyecto Manhattan que se desarrolla­ba en el laboratori­o secreto de Los Álamos, en Nuevo México. Muy cerca del desierto de la Jornada del Muerto donde empezó el Antropocen­o. Todo bajo la atenta y presciente mirada de Stalin.

¿Hizo bien Fuchs, el más peligroso de los espías británicos que pasaron a los soviéticos los secretos nucleares de Occidente? Nunca lo sabremos, al menos en este barrio del multiverso

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