Las rutas para redescubrir el origen de la Bella Villa
Recorridos patrimoniales en el Centro ofrecen visitas guiadas a los lugares icónicos e históricos que dan cuenta de la transformación de Medellín.
El imperceptible paso del tiempo archiva en los anaqueles los sitios que en otrora fueron las esquinas del movimiento. A la manera de un ejercicio continuado y sin que nadie lo note, las multitudes dejan de transitar por los recovecos, callejones, parques, edificios, andenes y terrazas desde donde se divisó, día a día, el crecimiento de la villa. A la orilla del camino, silenciosas, quedan las casas y, como en la canción de Silva y Villalba, se diría que sus puertas se cerraron para siempre.
Para darles vida a esos sitios que solo sobreviven en los recuerdos de la Medellín de antaño, desde 2014 diferentes colectivos y operadores ofrecen recorridos para desentrañar esa ciudad olvidada.
Las rutas patrimoniales cruzan el corazón de la Villa (iglesia de San Benito, la antigua calle Real, La Veracruz y el parque de Berrío); o bajan por La Playa (salen del parque Bicentenario y siguen por Bellas Artes, los árboles centenarios de esta avenida hasta Junín y La Bastilla); o rememoran el Guayaquil de Oro (desde el templo del Sagrado Corazón de Jesús, el Hueco, la estación del ferrocarril y paseo Bolívar).
El Centro, donde todo nació
Pese a su deterioro, el corazón urbano nunca no ha dejado de latir. En sus 17 barrios trabajan 300.000 personas, operan 14 centros de educación superior, estudian 14.563 alumnos, 22.500 negocios ofrecen productos, 79 edificios tienen declaratoria patrimonial y hay oferta de 16 grupos teatrales.
La actual administración ejecuta un plan de recuperación en el que prioriza la peatonalización y adecuación de corredores históricos y la arborización de ciertas zonas.
El latido de la villa empezó en ese corazón urbano. Fue el capitán Miguel de Aguinaga, en 1666, quien trasladó el villorrio de San Lorenzo de Aburrá —hoy El Poblado— a las márgenes de la quebrada Santa Elena, arriba de su confluencia con el río Medellín.
El caserío minúsculo se desarrolló con la retícula española, favorecido por la topografía plana y ligeramente inclinada del terreno elegido por Aguinaga. Los lugareños se reunían en el lugar escogido para comprar y vender víveres, además de ser el punto de encuentro. Después de la erección como villa en 1675, el crecimiento del caserío fue concéntrico en torno a su plaza mayor, el parque de Berrío, polo de atracción de la ciudad hasta que apareció la plaza de mercados de Guayaquil, en 1890. Todos los acontecimientos memorables se desarrollaban en su perímetro y los personajes políticos que llegaban a la ciudad eran recibidos en el parque. De ahí su valor.
Para propios y extraños
Los recorridos patrimoniales buscan darle fuerza vital para que ese corazón vuelva a latir. Sergio Patiño Manrique, director de la Corporación Distrito Candelaria, una de las organizaciones que ofrece las expediciones por el Centro, dice que los turistas foráneos le dan más importancia a la zona y por eso vienen a descubrirlo. “A nosotros los que vivimos acá se nos volvieron paisaje los edificios y su historia. No tenemos memoria”, critica.
Es extraño, añade, que las urbes europeas tengan como
actividad económica principal el turismo en sus cascos históricos y que en Medellín este sea aún un mercado naciente.
En sus ofertas tienen la “Carabobiada”, “la Juniniada”, un tour por Prado Centro, San Ignacio y Barrio Triste.
“Contamos la historia de la avenida más pequeña de Medellín, los orígenes de la ciudad, el laboratorio Uribe Ángel, las puertas de hechas por el escultor Bernardo Vieco, el acueducto antiguo en la calle Boyacá, los murales de Pedro Nel Gómez y terminamos en el parque Berrío”, reseña.
Árboles patrimoniales
Ricardo Ruiz Montaño es coordinador ambiental de Arbolando e integrante de Ciudad Jardín, colectivo que tiene en su portafolio recorridos por el patrimonio arbóreo de la comuna. “Resignificamos los espacios verdes, enseñamos conservación del medio ambiente y apropiación ciudadana. La idea es contar historias y vidas de personajes a través de los árboles”, señala.
Por ejemplo, visitan los guayacanes amarillos, la ceiba pentandra en la calle Venezuela (cuyo mito urbano dice que el árbol se tragó un teléfono público utilizado en los 50), un carbonero endémico en Palacé con la 63, la veranera al frente de la iglesia Espíritu Santo o el viejo pero aún fuerte chumbimbo de Palacé.
Recovecos, callejones, parques, edificios, andenes, terrazas y hasta árboles. En cualquier lugar está impregnada la historia oculta de los patriarcas que fundaron la villa. Cualquier excusa es válida para ser extranjero en su propia tierra y redescubrir su ciudad con ojos de turista