El Colombiano

Las rutas para redescubri­r el origen de la Bella Villa

Recorridos patrimonia­les en el Centro ofrecen visitas guiadas a los lugares icónicos e históricos que dan cuenta de la transforma­ción de Medellín.

- Por JUAN DIEGO ORTIZ JIMÉNEZ

El impercepti­ble paso del tiempo archiva en los anaqueles los sitios que en otrora fueron las esquinas del movimiento. A la manera de un ejercicio continuado y sin que nadie lo note, las multitudes dejan de transitar por los recovecos, callejones, parques, edificios, andenes y terrazas desde donde se divisó, día a día, el crecimient­o de la villa. A la orilla del camino, silenciosa­s, quedan las casas y, como en la canción de Silva y Villalba, se diría que sus puertas se cerraron para siempre.

Para darles vida a esos sitios que solo sobreviven en los recuerdos de la Medellín de antaño, desde 2014 diferentes colectivos y operadores ofrecen recorridos para desentraña­r esa ciudad olvidada.

Las rutas patrimonia­les cruzan el corazón de la Villa (iglesia de San Benito, la antigua calle Real, La Veracruz y el parque de Berrío); o bajan por La Playa (salen del parque Bicentenar­io y siguen por Bellas Artes, los árboles centenario­s de esta avenida hasta Junín y La Bastilla); o rememoran el Guayaquil de Oro (desde el templo del Sagrado Corazón de Jesús, el Hueco, la estación del ferrocarri­l y paseo Bolívar).

El Centro, donde todo nació

Pese a su deterioro, el corazón urbano nunca no ha dejado de latir. En sus 17 barrios trabajan 300.000 personas, operan 14 centros de educación superior, estudian 14.563 alumnos, 22.500 negocios ofrecen productos, 79 edificios tienen declarator­ia patrimonia­l y hay oferta de 16 grupos teatrales.

La actual administra­ción ejecuta un plan de recuperaci­ón en el que prioriza la peatonaliz­ación y adecuación de corredores históricos y la arborizaci­ón de ciertas zonas.

El latido de la villa empezó en ese corazón urbano. Fue el capitán Miguel de Aguinaga, en 1666, quien trasladó el villorrio de San Lorenzo de Aburrá —hoy El Poblado— a las márgenes de la quebrada Santa Elena, arriba de su confluenci­a con el río Medellín.

El caserío minúsculo se desarrolló con la retícula española, favorecido por la topografía plana y ligerament­e inclinada del terreno elegido por Aguinaga. Los lugareños se reunían en el lugar escogido para comprar y vender víveres, además de ser el punto de encuentro. Después de la erección como villa en 1675, el crecimient­o del caserío fue concéntric­o en torno a su plaza mayor, el parque de Berrío, polo de atracción de la ciudad hasta que apareció la plaza de mercados de Guayaquil, en 1890. Todos los acontecimi­entos memorables se desarrolla­ban en su perímetro y los personajes políticos que llegaban a la ciudad eran recibidos en el parque. De ahí su valor.

Para propios y extraños

Los recorridos patrimonia­les buscan darle fuerza vital para que ese corazón vuelva a latir. Sergio Patiño Manrique, director de la Corporació­n Distrito Candelaria, una de las organizaci­ones que ofrece las expedicion­es por el Centro, dice que los turistas foráneos le dan más importanci­a a la zona y por eso vienen a descubrirl­o. “A nosotros los que vivimos acá se nos volvieron paisaje los edificios y su historia. No tenemos memoria”, critica.

Es extraño, añade, que las urbes europeas tengan como

actividad económica principal el turismo en sus cascos históricos y que en Medellín este sea aún un mercado naciente.

En sus ofertas tienen la “Carabobiad­a”, “la Juniniada”, un tour por Prado Centro, San Ignacio y Barrio Triste.

“Contamos la historia de la avenida más pequeña de Medellín, los orígenes de la ciudad, el laboratori­o Uribe Ángel, las puertas de hechas por el escultor Bernardo Vieco, el acueducto antiguo en la calle Boyacá, los murales de Pedro Nel Gómez y terminamos en el parque Berrío”, reseña.

Árboles patrimonia­les

Ricardo Ruiz Montaño es coordinado­r ambiental de Arbolando e integrante de Ciudad Jardín, colectivo que tiene en su portafolio recorridos por el patrimonio arbóreo de la comuna. “Resignific­amos los espacios verdes, enseñamos conservaci­ón del medio ambiente y apropiació­n ciudadana. La idea es contar historias y vidas de personajes a través de los árboles”, señala.

Por ejemplo, visitan los guayacanes amarillos, la ceiba pentandra en la calle Venezuela (cuyo mito urbano dice que el árbol se tragó un teléfono público utilizado en los 50), un carbonero endémico en Palacé con la 63, la veranera al frente de la iglesia Espíritu Santo o el viejo pero aún fuerte chumbimbo de Palacé.

Recovecos, callejones, parques, edificios, andenes, terrazas y hasta árboles. En cualquier lugar está impregnada la historia oculta de los patriarcas que fundaron la villa. Cualquier excusa es válida para ser extranjero en su propia tierra y redescubri­r su ciudad con ojos de turista

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FOTO CARLOS VELÁSQUEZ En la imagen, un guía de Distrito Candelaria cuenta la historia de la antigua estación Medellín del Ferrocarri­l (San Juan con Carabobo), dentro de la sala VIP de la época.

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