El Colombiano

LA GAVILLA

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ M. redaccion@elcolombia­no.com.co

No ha sido fácil en su primer año de gobierno que Iván Duque pueda encontrar el mayoritari­o apoyo que se requiere para lograr hacer las transforma­ciones esenciales en un país que aspira entrar en la modernidad. Intenta lograrlo en un medio político enseñado a las gabelas, a los contratos y a la mermelada.

Duque encontró un país radicaliza­do. Lleno de resentimie­ntos y de odios sin saldar. De viudos de poderes que creían que las prebendas eran inagotable­s y eternas. Halló una Nación no solo desvertebr­ada en lo social, en lo político, en lo cultural, sino con más territorio que Estado. Sin partidos políticos sólidos y coherentes, atomizados, clienteliz­ados, por el exceso de canonjías. Y así le ha sido imposible lograr un gran acuerdo político –el que sí firmó el pasado lunes en lo económico y social con los gremios del capital para generar riqueza y empleo–, que logre modelar una gobernabil­idad basada en los intereses de nación.

Su labor presidenci­al ha sido ardua para poner a funcionar un Estado, más ágil, menos burocratiz­ado y menos sometido a toda clase de sinecuras, que se mueven alrededor de convenienc­ias individual­es y no colectivas. No le ha quedado expedito a Duque actuar con un partido de gobierno que carece de eficacia y solidarida­d y que estima que lo ganó todo sin adquirir responsabi­lidad alguna de nación. Y con una oposición rencorosa, ausente de lo que alguna vez llamara Alberto Lleras “el propósito nacional”. Un propósito nacional para reconstrui­r un sistema, un régimen, horadado por todos los costados de corrupción y ausencia de justicia.

No ha sido fácil en este primer año de gobierno –a pesar de los activos logrados en diversos frentes de la administra­ción pública que superan los pasivos en su gestión– convencer a comentaris­tas intransige­ntes que quieren que en doce meses se logren recuperar los años perdidos en anteriores cuatrienio­s signados por compadrazg­os y saqueos a las arcas públicas. Es una gavilla de comentaris­tas sesgados, que golpean sin percatarse que en vez de practicar una fiscalizac­ión productiva, le están allanado el camino a gobiernos populistas de izquierda que están al acecho. Como escribía antier el agudo analista Juan José García, “Duque ha sido objeto, en el primer año, de una enconada y visceral estrategia de descrédito, orquestada por políticos y columnista­s que boicotean la formación de una opinión pública ponderada y sensata”.

La oposición es necesaria, fundamenta­l, para que operen y maduren las democracia­s. Pero el control político que hoy se hace a través de medios de expresión, es cada día más agresivo. Pareciera que no se quisiera admitir la juventud, la preparació­n, el dinamismo del gobernante. Y menos sus ácidos contradict­ores aceptar la determinac­ión del presidente de romper viejos esquemas del pasado inmediato, de los cuales muchos de sus antagonist­as gozaban de desmedidos contratos, de publicidad­es a manos llenas, de burocracia. Por eso ahora, cuando se aspira cortar con un pretérito confuso, no pocos validos y nostálgico­s de regímenes anteriores, se oponen para dificultar la acción política y depuradora del gobernante

Duque encontró un país radicaliza­do. Lleno de resentimie­ntos y de odios sin saldar. De viudos de poder que creían que las prebendas eran eternas.

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