LA GAVILLA
No ha sido fácil en su primer año de gobierno que Iván Duque pueda encontrar el mayoritario apoyo que se requiere para lograr hacer las transformaciones esenciales en un país que aspira entrar en la modernidad. Intenta lograrlo en un medio político enseñado a las gabelas, a los contratos y a la mermelada.
Duque encontró un país radicalizado. Lleno de resentimientos y de odios sin saldar. De viudos de poderes que creían que las prebendas eran inagotables y eternas. Halló una Nación no solo desvertebrada en lo social, en lo político, en lo cultural, sino con más territorio que Estado. Sin partidos políticos sólidos y coherentes, atomizados, clientelizados, por el exceso de canonjías. Y así le ha sido imposible lograr un gran acuerdo político –el que sí firmó el pasado lunes en lo económico y social con los gremios del capital para generar riqueza y empleo–, que logre modelar una gobernabilidad basada en los intereses de nación.
Su labor presidencial ha sido ardua para poner a funcionar un Estado, más ágil, menos burocratizado y menos sometido a toda clase de sinecuras, que se mueven alrededor de conveniencias individuales y no colectivas. No le ha quedado expedito a Duque actuar con un partido de gobierno que carece de eficacia y solidaridad y que estima que lo ganó todo sin adquirir responsabilidad alguna de nación. Y con una oposición rencorosa, ausente de lo que alguna vez llamara Alberto Lleras “el propósito nacional”. Un propósito nacional para reconstruir un sistema, un régimen, horadado por todos los costados de corrupción y ausencia de justicia.
No ha sido fácil en este primer año de gobierno –a pesar de los activos logrados en diversos frentes de la administración pública que superan los pasivos en su gestión– convencer a comentaristas intransigentes que quieren que en doce meses se logren recuperar los años perdidos en anteriores cuatrienios signados por compadrazgos y saqueos a las arcas públicas. Es una gavilla de comentaristas sesgados, que golpean sin percatarse que en vez de practicar una fiscalización productiva, le están allanado el camino a gobiernos populistas de izquierda que están al acecho. Como escribía antier el agudo analista Juan José García, “Duque ha sido objeto, en el primer año, de una enconada y visceral estrategia de descrédito, orquestada por políticos y columnistas que boicotean la formación de una opinión pública ponderada y sensata”.
La oposición es necesaria, fundamental, para que operen y maduren las democracias. Pero el control político que hoy se hace a través de medios de expresión, es cada día más agresivo. Pareciera que no se quisiera admitir la juventud, la preparación, el dinamismo del gobernante. Y menos sus ácidos contradictores aceptar la determinación del presidente de romper viejos esquemas del pasado inmediato, de los cuales muchos de sus antagonistas gozaban de desmedidos contratos, de publicidades a manos llenas, de burocracia. Por eso ahora, cuando se aspira cortar con un pretérito confuso, no pocos validos y nostálgicos de regímenes anteriores, se oponen para dificultar la acción política y depuradora del gobernante
Duque encontró un país radicalizado. Lleno de resentimientos y de odios sin saldar. De viudos de poder que creían que las prebendas eran eternas.