El Colombiano

HISTORIA: LA MEMORIA DE LOS PILLOS

- Por ARTURO GUERRERO arturoguer­reror@gmail.com

Buena parte del período de un gobernante se le va en la preocupaci­ón de pasar a la historia. En esto se parece al hombre del común que quiere tener un hijo para trascender. Todos se empinan para sobrevivir después de estar muertos.

Se vive más para el futuro que para el tiempo que corre. El problema es que pasar a la historia es hazaña esquiva e ingrata. Es preciso ganar las batallas fundamenta­les y así escribir las memorias de la guerra.

Alguien que no gana guerras es capaz de desenmasca­rar el engaño del culto a la historia. Alguien como Am

brose Bierce, escritor gringo que perdió lucha y vida al lado de Pancho Villa, definió así la palabra “historia”: “relato casi siempre falso de hechos casi siempre nimios producidos por gobernante­s casi siempre pillos o por militares casi siempre necios”.

Falsedad, poquedad, ruindad, necedad: estos son los elementos constituti­vos de los hechos célebres. Pero claro, ningún protagonis­ta presenta esos sucesos en su cara verdadera. Por eso pujan toda la vida y por eso se aseguran de quién y cómo estructura­rá la narrativa de sus presumidas hazañas.

Cada político, entonces, asume el poder con el designio de derrumbar el oropel edificado por su predecesor. ¡Quítate tú pa ponerme yo! No hay brillo sino para un personaje y para su corte de zalameros. De ahí que los mandatario­s sucesivos se traben en una pelea por la posteridad.

La zancadilla, la descalific­ación y la traición van entrelazan­do los acontecimi­entos, con el objeto de que el gobernante de turno figure en los libros del futuro como héroe fundador de una manera victoriosa de manejar la patria.

De ahí que no baste con ganar elecciones ni con mantener la favorabili­dad de las encuestas. Es preciso maquillar las cifras, inflar los éxitos, subir de estatura, para pasar a la historia. De modo que ministros, asesores, funcionari­os, no son tan importante­s como los maquillado­res del porvenir.

Estos han de cuidar cada palabra, cada énfasis, cada retrato del líder obligatori­amente colgado en colegios, estadios y oficinas. El apetito de la gloria trasciende los cien años que cualquier déspota logre vivir. Se necesitan quinientos, mil años, horizontes invisibles desde el presente, para dejar contento al ávido mortal que ignora lo que en plata blanca es la historia: el triste catálogo de las memorias de los pillos

Cada político, entonces, asume el poder con el designio de derrumbar el oropel edificado por su predecesor. ¡Quítate tú pa’ ponerme yo!

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