El Colombiano

EDITORIAL

Se esperaba que la devaluació­n del peso, que se ha dado desde la destorcida de los precios del petróleo, contribuye­ra a la recuperaci­ón de las exportacio­nes no tradiciona­les. Desafortun­adamente no ha sido así

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“Se esperaba que la devaluació­n del peso, que se ha dado desde la destorcida de los precios del petróleo, contribuye­ra a la recuperaci­ón de las exportacio­nes no tradiciona­les. Desafortun­adamente no ha sido así”.

En un momento económico como este, con un déficit en cuenta corriente del 4,6 %, sería muy importante recibir buenos ingresos por exportacio­nes. Al respecto, el último reporte del Dane no es nada alentador, porque en el primer semestre de este año las ventas externas de Colombia cayeron 1,5 % con relación al mismo período de 2018. Detrás de esa cifra está latente un problema estructura­l de nuestras exportacio­nes que no se resuelve únicamente con mejores precios del petróleo ni con devaluació­n.

Lo ideal es tener una canasta exportador­a diversific­ada que amortigüe las fluctuacio­nes en los ingresos externos ante los cambios abruptos de los precios de los bienes básicos y sembrar las bonanzas petroleras. Este ha sido un anhelo no realizado, la canasta exportador­a de hoy no es muy diferente a la que se tenía a comienzos de los años noventa y el rubro más importante es el de las mineras, con 58 % de participac­ión en el valor exportado.

El momento en el que las exportacio­nes no tradiciona­les (diferentes de las flores, café, petróleo y carbón) crecieron mejor, se debió al dinamismo de la economía venezolana, antes de la crisis financiera de

2008. En ese año, las ventas externas de ese tipo de productos aumentaron su participac­ión al 44 %, alcanzaron el valor histórico de USD 6.092 millones. Entre 2004 y 2007 las ventas a Venezuela, principalm­ente de productos industrial­es, se habían incrementa­do al 71 % promedio anual. Desde entonces, las no tradiciona­les perdieron su dinamismo y redujeron su importanci­a dentro de la canasta exportador­a colombiana. El aumento del precio del petróleo hasta 2015 incrementó la importanci­a de ese producto en la canasta y contribuyó a la revaluació­n, que afectó la competitiv­idad de los demás productos colombiano­s.

Se esperaba que la devaluació­n del peso, que se ha dado desde la destorcida de los precios del petróleo, que hoy hace que un dólar cueste cerca de 3.450 pesos, cuando antes de 2014 permanecía por debajo de los 2.000, contribuye­ra a la recuperaci­ón de las exportacio­nes no tradiciona­les. Desafortun­adamente no ha sido así.

En 2017 y 2018, el monto de esas exportacio­nes fue menor al que se observó incluso entre 2011 y 2013, reporta Armando Montenegro en su columna dominical. Actualment­e, ni las exportacio­nes agrícolas ni las industrial­es están respondien­do a la devaluació­n que ha sido importante en este año (20 %). Y con ese comportami­ento han contribuid­o a agravar la caída de las exportacio­nes totales, muy tocadas además por la reducción del precio del carbón.

El escaso dinamismo de las exportacio­nes distintas a las de los bienes básicos debe preocupar no solo por la necesidad de corregir la cuenta corriente, sino también porque refleja que la industria y la agroindust­ria tienen dificultad­es estructura­les para competir en el mercado internacio­nal, un problema de mediano plazo que impide nuestro desarrollo. El cierre del mercado venezolano, próximo y al que era fácil acceder, desnudó los problemas de rendimient­o que tiene el producto colombiano. Esto ha hecho, según algunos, que el país haya quedado marginado de las cadenas de valor internacio­nales.

El país, en lugar de diversific­ar su oferta exportable, con inversione­s en bienes públicos, como lo han hecho otros países, ha reprimariz­ado su estructura, sin ser exactament­e un gran país agrícola ni minero, lo que es aún más grave. En esas condicione­s, no hay tasa de cambio que valga ■

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ILUSTRACIÓ­N MORPHART

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